En alguna oportunidad he pronunciado una conferencia sobre este tema, ahora lo retomo con nuevas observaciones y enfoques adicionales.
Hay cuatro planos en este asunto que estimo de gran interés.
En primer lugar, un interrogante clave: ¿de quién es la responsabilidad de que haya gente de buena fe, honesta intelectualmente e inteligente que quiere sinceramente el bienestar de todos pero que rechaza de plano las recetas liberales? Me parece que la conclusión inexorable es que la culpa de semejante situación recae en nosotros, los liberales.
Este fenómeno se observa de modo extendido pero muy especialmente en ciertos escritores, pintores, escultores, músicos y sacerdotes. Es llamativo pero es habitual que el problema indicado se encuentre radicado en personas que apuntan alto en el plano espiritual y creativo y que no quieren “descender a territorios con ruido a metálico”. Cuando se pronuncian sobre asuntos sociales y económicos suelen aconsejar medidas que en la práctica perjudican a los más débiles, que son los que precisamente desean proteger. Y no parece haber salida pues están empantanados en aquellas líneas argumentales.
Como queda dicho, esto se debe a que nosotros, los liberales, no somos capaces de trasmitir el mensaje adecuadamente. Y no se trata de “vender bien la idea” puesto que las ideas no se venden. La comercialización propiamente dicha no requiere para nada que se le explique al consumidor el proceso productivo por el cual se parió un dentífrico o un desodorante. Es suficiente con que se le trasmita las ventajas del uso del producto en cuestión.
Sin embargo, con las ideas la naturaleza del proceso es completamente distinta. A menos que estemos frente a un fanático que toma la idea sin fundamento alguno, el receptor demanda que se le presente la genealogía y el fundamento de lo expuesto, no simplemente el producto final. Desde luego que no es que el mensaje no deba pulirse y presentarse adecuadamente, muy por el contrario esto es muy necesario para la adecuada comprensión y aceptación por parte del interlocutor.
Y aquí viene la deficiencia. Por ejemplo, no somos suficientemente eficaces en trasmitir el concepto de que las medidas que despilfarran capital lastiman severamente a todos pero muy especialmente a los más necesitados. Como no hay de todo para todos todo el tiempo, es indispensable asignar derechos de propiedad a los efectos de su mejor uso: quienes dan en la tecla en lo que necesita el prójimo obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. Esto ocurre en mercados abiertos y competitivos y no allí donde los pseudoempresarios obtienen privilegios del poder de turno, siempre a expensas de sus semejantes.
En lugar de estarse quejando porque la gente no entiende la postura liberal, es mucho mejor preguntarse y repreguntarse por qué uno es tan inepto para trasmitir el mensaje. Y como tendemos a ser más benévolos con uno mismo que con los demás, este ejercicio nos ayuda a hacer mejor los deberes al efecto de dictar una clase mejor, escribir un ensayo, artículo o libro de mejor calidad o pronunciar una conferencia mejor fundamentada.
También en esta primera sección debe hacerse notar el desconcierto que producen algunas propuestas como, por ejemplo, en el tema jubilatorio. En lugar de apuntar a que cada uno haga lo que le de la gana con el fruto de su trabajo hay quienes sugieren achatar la pirámide para que todos reciban lo mismo independientemente de sus aportes o estirar la edad jubilatoria. Para esto último tengo una propuesta mejor: imponer la edad de 200 años para jubilarse con lo cual el atraco queda más claro.
En segundo lugar aludo a quienes consideran que para presumir de rigurosos se sienten compelidos a introducir lenguaje sibilino en sus presentaciones A veces extienden el método a doctorandos para impresionar al tribunal correspondiente. Lamentablemente no toman en cuenta lo consignado por Karl Popper en cuanto a que “la búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente, evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios”. “Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales: la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”, decía.
El tercer asunto se refiere al caso argentino. Los hay quienes pretenden poner la carreta delante de los caballos y fundar un partido político liberal antes de haber dado en grado suficiente la batalla cultural, con lo cual naturalmente el fracaso es seguro. La política significa ejecutar ideas y no puede ejecutarse aquello que no se sabe en que consiste. Como ha escrito Anthony de Jasay, “no es imposible poner la carreta delante de los caballos, es poco práctico”. En el caso argentino la situación es más grave debido al peligro que se corre en la actual circunstancia por lo que el fraccionamiento y dispersión de la nueva oposición (aun con los fracasos de la gestión anterior) resta posibilidades de defender en estos momentos temas esencialísimos como la libertad de prensa y lo que queda en pie de la Justicia.
Respecto a que es interesante lo del partido político liberal pero no es el momento lo ejemplifico con lo escrito por Ortega: cuenta que frente a todo lo que decía un sacerdote que celebraba misa su monaguillo repetía “Ave María purísima”, a cierta altura el cura perdió la paciencia y le dijo a su ayudante “mira, lo que dices es interesante pero no es el momento”.
Por último pero no por ello menos importante, un capítulo sobre el que debe machacarse: muchos liberales presentan estudios de gran provecho y sofisticación pero dejan de lado los cimientos del edificio de la libertad. Es similar a que un arquitecto pretenda comenzar por el techo la construcción de una casa sin prestar atención a los cimientos. Es claro que en este caso las perspectivas de la edificación no son halagüeñas. Igual ocurre en las ciencias sociales, en este caso aludo a la necesaria explicación del libre albedrío sin lo cual la libertad se convierte en mera ficción.
En este sentido, resulta clave comprender que los humanos no somos solo kilos de protoplasma sino que tenemos estados de conciencia, psique o mente que se distingue del cerebro. Como apunta el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, el no estar determinados por los nexos causales inherentes a la materia permite revisar los propios juicios, contar con ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones falsas y verdaderas, asumir responsabilidades y la posibilidad de llevar a cabo juicios morales.
Sin embargo, se observa el avance del materialismo filosófico o determinismo físico (para recurrir a la terminología popperiana). Los humanos no somos loros, aun más complejos pero no loros al fin. Tenemos la capacidad de decidir entre diversas posibilidades y retractarnos. Antes he citado al premio Nobel en física Max Planck y a los filósofos John Hospers y Antony Flew, que subrayan la diferencia entre la concatenación de causas en el mundo material y los motivos en la mente humana.
En el caso argentino refleja lo dicho entre tantos ejemplos la posición del ex miembro de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni, quien es abolicionista al mantener que a los delincuentes no hay que castigarlos pues no son responsables de sus actos. El silogismo es correcto si se parte de la premisa del determinismo físico, pero el problema estriba en que la premisa no se sostiene. Por su parte, no pocos de los psiquiatras son materialistas lo cual no deja de ser curioso ya que la psicología es el estudio de la psique y, sin embargo, rechazan la existencia de la psique unida pero diferente del cerebro, y así sucesivamente con otras profesiones como la economía vía el denominado neuroeconomics.
Nada se gana con detenidas elaboraciones sobre política monetaria, fiscal o laboral ni sobre la relevancia de marcos institucionales compatibles con la protección a los derechos si previamente no se ha entendido la base de la libertad.
Suelo ilustrar lo dicho con esa contradicción en los términos denominada “inteligencia artificial” puesto que la inteligencia requiere libertad de elegir (además, la etimología remite a inter-legum, esto es leer adentro, captar esencias, expresar sentimientos etc), lo cual no hacen los aparatos que solo responden a una programación previa.
Por su parte, el lingüista Noam Chomsky señala: “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.
El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicadas a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.
Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.
Howard Robinson apunta: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen –y solo ese sujeto– tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).
Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir: “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas […] Expresiones como ‘mi cerebro cree’, ‘mi hemisferio izquierdo interpreta’, ‘la neocorteza percibe’, ‘las neuronas deciden’, ‘el hipocampo recuerda’, ‘mi sistema límbico está enfadado’ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.
La tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos. Desafortunadamente es un lugar común concluir que la tecnología conspira contra el empleo sin percatarse que libera recursos humanos y materiales para atender necesidades que no podían atenderse debido a que los recursos estaban esterilizados en otros áreas. Por su lado, en este contexto, el empresario está interesado en capacitar al efecto de sacar partida de los nuevos arbitrajes.
En resumen, los liberales no solo debemos estar atentos a nuevas contribuciones en un largo peregrinaje sin término de corroboraciones provisorias abiertas a posibles refutaciones sino que debemos corregir prioridades y pulir mensajes.
Enviado a nuestros correos por
Jo-ann Peña Angulo
joannangulo@gmail.com
@ideas_libertad
Alberto Benegas Lynch (h)
@abenegaslynch_h
Con la autorización del autor se publican sus artículos en Ideas en Libertad. Fue publicado originalmente en https://www.elcato.org/la-autocritica-que-deberiamos-hacer-los-liberales
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