No es una coincidencia la visita del canciller ruso Serguéi Lavrov a Venezuela, al tiempo que el presidente (i) de Venezuela Juan Guaidó era objeto de especial atención por parte de Donald Trump y de la presidenta de la Cámara de Diputados, Nancy Pelosi, en EE.UU., y se vio aplaudido de pie por todos en el Congreso estadounidense. Al contrario, es un claro mensaje de que lo que sucede en Venezuela es parte de una contienda entre los países más poderosos de la tierra; esos que llamamos imperios.
¿El fin de las ideologías?
Hemos repetido por años en esta revista “Zeta” lo que es cada vez más prístino: estamos en una reedición de la Guerra Fría. Esa que creímos terminada a partir de la caída del Muro de Berlín. “El fin de la historia”, de Fukuyama fue una efímera ilusión que se cumplió, en parte, en cuanto al fin de las ideologías. Si entendemos que, aunque la ideología comunista/marxista no ha desaparecido, ya no es parte de la ecuación en la geopolítica global, al menos como lo fue en la confrontación Unión Soviética vs. EE.UU. y Europa occidental.
Desde que Chávez llegó a Miraflores, quizás aconsejado por los Castro, intentó establecer firmes relaciones con China y Rusia. Al comienzo, ni China ni Rusia estaban en la tónica de enfrentar a EE.UU. en su zona de influencia. China le restaba importancia a las ofertas petroleras de Venezuela y Chávez no era bien recibido en Rusia con su retórica antinorteamericana, precisamente cuando los cosacos trataban de acercarse a Washington después del ataque de “11 de septiembre”.
El vacío regional
Como sabemos esto cambió. EE.UU. se concentró en tomar represalias por los atentados de las Torres Gemelas, y se involucró en una guerra en el Medio Oriente. Esto dejó un vacío en Latinoamérica, que fue llenado por China y Rusia. China con la plata por delante y Rusia con sus armas y sus veleidades geoestratégicas. Otros también se colaron de la mano del castrochavismo, como lo hicieron los iraníes y sus “proxies”, por ejemplo el Hezbolá.
Al final, otra vez, son dos imperios que se enfrentan como en el pasado, aunque en otros términos y con otras armas, Se trata ahora, nuevamente, de volver a desafiar a los EE.UU. y a Europa. Una Europa que al principio se emocionó con el colapso de la URSS y creció llegando a incluir muchos países excomunistas en la Unión Europea; pero que profundizó en su parte occidental la búsqueda de una posición que no se viera alineada con EE.UU.; un prejuicio que, según el politólogo francés Jean-François Revel, se sustenta en el antiamericanismo europeo.
En el ojo del huracán
Pero aterricemos. Hoy por hoy, Venezuela está en el vórtice de una lucha geoestratégica que incluye fundamentalmente los mismos actores de la vieja Guerra Fría. La lucha ya no es para imponer un sistema económico (capitalismo vs. comunismo), pues ambos lados practican el capitalismo. Ahora se trata de conquistar poder e influencia, para controlar mercados y expandir dominios geopolíticos –en realidad no es nada nuevo, la diferencia es que antes se recubría de ideología.
En este contexto, hemos visto y aplaudido lo que vienen haciendo los gobiernos amigos de la democracia venezolana, al presionar al régimen o “pranato” madurista, para que permita elecciones libres y justas. Sin embargo, falta un elemento clave en la exitosa estrategia internacional.
Nuestros socios en esta colación prodemocracia en Venezuela, deben entender que hay que actuar también en el contexto geoestratégico.
Más allá de la palabra
Como recientemente señaló Michael Grant, vicecanciller adjunto de Canadá: “Creemos en el fondo que Nicolás Maduro es ilegítimo y que Juan Guaidó es legítimo, [pero] simplemente repetir eso no lo hará posible ”.
EE.UU., Canadá y la Unión Europea han avanzado sancionando individuos con sus familias, vinculados al régimen. Y esto es importante, pues pone presión sobre ellos y sobre su entorno. Sin embargo, los países que más han sufrido los efectos de la crisis venezolana no han avanzado mucho en este camino. Más bien tratan de defenderse atacando el efecto, que es la masiva migración de venezolanos. Todos han facilitado la integración de nuestros compatriotas, aunque recientemente algunos comiencen a resentir esa avalancha humana, porque ha sido de dimensiones colosales.
Hay que decirlo, y esto es grave, que los gobiernos latinoamericanos han sido pacatos en cuanto a las sanciones. Apenas Panamá configuró una lista de funcionarios “sancionados”. Esto no quiere decir que algunos, como Colombia, no estén colaborando al aplicar sanciones a estos funcionarios, pero la mayoría no han ido más allá.
Peor han actuado algunos países europeos al permitir que conocidos corruptos lleven sus miles de millones de dólares para el Viejo Continente y busquen residenciar allí a sus familias, a fin de disfrutar de la expoliación de un pueblo que está pasando hambre y muriendo de mengua. España ha sido una gran celestina en este respecto.
Más allá de las sanciones
Sin embargo, el hecho de que se haya ubicado este asunto en una confrontación geoestratégica global –que es precisamente el caso- tiene ahora mayores implicaciones.
No basta con sancionar para presionar a funcionarios del régimen o del pranato madurista, ni tampoco al régimen per se, porque hay que entender que hay jugadores más duros y fuertes en esta ecuación. Nos referimos, por supuesto, a China, a Rusia, y claro está, a Cuba. Sobre ellos hay que ejercer presión. Sí, hay que negociar con ellos, con Cuba, con Rusia y con China.
No se trata de convencerles de que están acabando con Venezuela y diezmando a los venezolanos. Ellos lo saben. Y seguro tienen su discurso justificativo: que si el imperialismo yanqui, que si la soberanía, que si la no intervención, que si Maduro es legítimo, que si autojuramentado, y pare usted de contar. Por todo eso, es que no se trata de “convencerlos” de la necesidad de que Venezuela recupere la democracia y la libertad. Se trata de hacerles entender que habrá consecuencias por el apoyo a un pranato que está acabando a Venezuela.
El cáncer cubano
En realidad, el origen de este cáncer que nos carcome a los venezolanos y que se esparce por la región se encuentra en la Cuba castrista y su empeño en exportar su revolución. Es de recordar que quien lo entendió perfectamente fue Rómulo Betancourt. En cambio todos los demás presidentes venezolanos pecaron de veleidades izquierdosas. Veleidades que comparten con una gran parte de la comunidad política latinoamericana. Una comunidad que viene aceptando y condonando la opresión del pueblo cubano por los Castro, con base a un antiamericanismo demodé. Ojo, no se puede negar que existe un imperio norteamericano y que los imperios son malucos, pero lidiar con eso no puede justificar que se acepte la opresión y humillación de un pueblo.
Ya es hora de que la comunidad de países democráticos comience a ponerse seria y le digan a los Castro -o a sus herederos- que apoyar la dictadura venezolana y tratar de desestabilizar al continente, tiene consecuencias. Y es hora de reclamarles y sancionarlos por la violación de los derechos humanos en la isla y su desastrosa influencia en la región. Esto sí sería una gran ayuda para la restauración de la democracia, en Venezuela y en el continente.
Alfredo Michelena
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