Nicolás Maduro no va a cambiar la estrategia que ha venido desplegando hasta no ver si en esta ocasión los Estados Unidos hacen algo más que dar declaraciones o amenazar con incrementar las sanciones. También va a esperar a ver si las potencias europeas van más allá de buenas palabras de apoyo moral a la causa que encabeza Juan Guaidó. Asimismo va a esperar a ver qué oferta de apoyo adicional le trae el canciller ruso Serguéi Lavrov en las próximas horas. Y también está midiendo el impacto que los acontecimientos de los últimos días tienen entre su propia gente a la que ofreció que la etapa de resistencia estaba por terminar.
A lo largo de 2019 la estrategia de Nicolás Maduro para sobrevivir en el poder se basó en cuatro premisas:
1) Donald Trump no cumpliría sus amenazas.
2) Su régimen se las arreglaría para sobrevivir a las sanciones de EEUU con la ayuda de Rusia, Turquía y Cuba.
3) La comunidad democrática internacional (incluyendo Estados Unidos) se cansaría del “problema venezolano” y tarde o temprano lo reconocerían a él como el factor real del poder en Venezuela.
4) Incapaz de desplazarlo del poder, el liderazgo y la capacidad de convocatoria de Juan Guaidó se diluirían y con él la Asamblea Nacional (AN).
Maduro consiguió su propósito central, entre otras cosas, porque el inquilino de la Casa Blanca no puso sobre la mesa ninguna amenaza creíble. Tampoco ocurrió el apocalipsis económico que pronosticaron economistas y analistas con la entrada en vigencia de las sanciones económicas norteamericanas. No fueron tan duras ni tan estrictas. Además, de manera sorprendente surgió en Venezuela una nueva economía. Dolarización parcial de la vida cotidiana y libre importación. Estas últimas como consecuencia del relajamiento de los controles económicos por parte del régimen chavista que optó por este giro precisamente para huir de los efectos de las sanciones. La economía venezolana sigue devastada. Millones de venezolanos siguen padeciendo desnutrición. Pero una parte de la sociedad civil se las ha arreglado para sobrevivir.
Para Maduro el camino parecía irse despejando. Apostaba a que los venezolanos y el resto del mundo se resignaran. Entonces él (o alguien dentro del chavismo) incurrió en un error el 5 de enero pasado. Militarizar y asaltar la Asamblea Nacional (AN) fue el combustible, el revulsivo que ha usado Juan Guaidó para desbaratar en cuestión de días las dos últimas premisas.
La gira internacional de Guaidó ha demostrado sin ninguna duda que la comunidad democrática internacional ni ha tirado la toalla con el tema de Venezuela ni tiene intención alguna de reconocer a Maduro como mandatario legítimo. De paso, el liderazgo y la capacidad de convocatoria de Guaidó dentro de Venezuela se han fortalecido.
Los Estados Unidos ya empiezan a redoblar la presión económica sobre un régimen con unas finanzas muy precarias en este preciso momento. La ilusión de cierta estabilidad que se intentó crear con la economía de Venezuela, en particular en Caracas, se desvaneció luego de pocas semanas.
El juego ha vuelto a empezar
Esto ha colocado a Maduro ante una disyuntiva que hasta hace sólo unos pocos días creía superada: negociar o resistir. Cada opción implica sus riesgos y sus ventajas. Negociar sería en los términos que desean Estados Unidos, la Unión Europea, el Grupo de Lima y la AN. Esto es, aceptar unas elecciones generales (presidenciales y parlamentarias) libres, justas, transparentes, acordadas con la AN y reconocidas por la comunidad democrática internacional. Un proceso electoral donde el grueso de la oposición venezolana iría unida y por lo tanto derrotaría al chavismo. ¿La ventaja para Maduro y su gente? La salida ordenada del poder con ciertas garantías. La transición clásica: Chile, Polonia, Suráfrica y Nicaragua.
Por supuesto, esto no es lo que quieren Maduro y Diosdado Cabello. Ellos le siguen vendiendo a su gente que no queda otra que seguir resistiendo a todo evento. Seguir estirando la liga. Pero la dirigencia del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y el alto mando militar de la FAN no son los dirigentes vietnamitas ni cubanos de otras épocas. Un sector muy importante se preocupa y presiona por la negociación. Se ven en el espejo de Delcy Rodríguez en algún aeropuerto de cualquier parte del mundo. Se están dando cuenta que las maniobras de Maduro no están dando resultado.
En los cálculos de Maduro la etapa de la resistencia estaba por culminar y se acercaba el momento en el que Donald Trump negociaría directamente con él partiendo de su reconocimiento. Echar tierra y olvidar lo dicho y lo hecho.
No obstante, por ahora Maduro no va a cambiar su estrategia, aunque los acontecimientos se están desarrollando con una velocidad inquietante para él. En ese sentido la visita a Caracas del canciller ruso Serguéi Lavrov será muy importante. Los aliados rusos e iraníes se inclinan porque Maduro siga resistiendo. Les conviene que Estados Unidos tenga un foco de conflicto a miles de kilómetros de distancia de ellos. Pero Rusia va a tener que dar algo más de lo que ha dado hasta ahora y no limitarse a cobrar deudas y brindar apoyo diplomático.
En cambio en América Latina la percepción y los intereses son otros. La principal figura de la izquierda en la región, el expresidente uruguayo Pepe Mujica, manda un mensaje entre líneas cuando dice que Venezuela “no está lejos de la solución a la crisis”. No condena la intervención yanqui. No dice que el chavismo resistirá hasta la última gota de sangre y el imperialismo no pasará.
Mujica es pragmático. Los años no han pasado en vano para él. En el Palacio de Miraflores (la sede de la Presidencia en Venezuela) lo escuchan. Tiene ascendiente. El consejo del antiguo militante tupamaro es evidente: es preferible negociar. Correr el riesgo de inmolarse no tiene sentido Que el chavismo se vea en el espejo del kirchnerismo y del sandinismo. Aún tiene capital político.
Después de todo Maduro le ha estado haciendo mucho daño a la imagen de la izquierda latinoamericana. Porque esa imagen tuvo un impacto en Bolivia. Porque en Brasil Jair Bolsonaro usó el tema venezolano para golpear al PT. Porque en México la oposición a Andrés Manuel López Obrador se empieza a reorganizar agitando el miedo a que el país se convierta en otra Venezuela. Porque ese miedo existe en Chile y Ecuador. En Colombia ni se diga. Hasta Trump usa a Venezuela para agitar el rechazo al socialismo en Estados Unidos.
Incluso para los cubanos esta situación es un dilema. Si el régimen de Maduro colapsa por la presión externa o por sus debilidades internas es muy malo para el régimen comunista. Es entrar en el terreno de lo impredecible. Pero tampoco quieren perder Venezuela por otras vías, aunque pueden hacer poco para evitarlo.
A mucha gente en el continente le conviene que la situación en Venezuela cambie. A otros que están a muchos kilómetros de distancia les interesa todo lo contrario. Dentro del país la inmensa mayoría de la población, incluyendo a los miembros de la burocracia cívico-militar chavista, también desea un cambio. Sólo un puñado de la cúpula se aferra a resistir y tiene al resto de la nación bajo secuestro. Maduro, sólo él, tendrá que decidir entre seguir resistiendo o negociar.
Pedro Benítez
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