A Venezuela la ha invadido lo que bíblicamente pudiéramos calificar las “7 Plagas de Egipto”, el coronavirus llega en el momento que nuestro país se encuentra más débil en toda su historia; sin capacidad productiva, servicios públicos moribundos, en hiperinflación, con políticos cuyo único distanciamiento social practicado es la lejanía absoluta de sus gestiones con lo que la sociedad venezolana necesita/quiere.
Ahora bien, el régimen chavista ha tenido desde sus comienzos una única directriz, fiel a su esencia castrista, no da puntada sin dedal, todos sus actos poseen como norte indesviable la retención del poder, para ello políticamente actúa bajo la premisa suma-cero, es decir, ganar todo a expensas de la derrota total de sus adversarios.
Por ello, nunca ha habido espacio para diálogos verdaderos. Desde época de Chávez estos encuentros sirvieron como técnicas dilatorias en momentos de agudización de crisis. En un principio, hasta 2006, lo electoral aunado al populismo fue una fórmula infalible para el castrismo venezolano, pero desde que se descubrieron sus planes cubanizadores en la reforma constitucional en 2007, todo cambió, los procesos electorales se desarrollaron con la utilización de recursos e instituciones del Estado a favor del régimen. Sobre todo, después de 2015 estos procesos han sido flagrantemente prefabricados, por tal razón, a pesar de su precaria popularidad, el régimen los pide a gritos.
A finales de 2019 el chavismo manufacturó una representación política del país liderada por Timoteo Zambrano que se autoconfirió la designación de “oposición nacional”, en ese espejismo los representantes de Maduro fueron diáfanos, cualquier acuerdo debería pasar indefectiblemente por el levantamiento total de las sanciones internacionales, joya de la corona, pues esta impide al régimen acceder a las finanzas y mercados internacionales, amén que afectan de manera personalísima a sus principales figuras. Como era de esperarse, el petitorio de Maduro fue innocuo porque esos “representantes opositores” no tenían legitimidad alguna. Antes, en el esfuerzo de Oslo y similares, con representantes de Guaidó, la situación fue similar, el régimen pidió tajantemente el levantamiento total de las sanciones y elecciones parlamentarias en las mismas condiciones electorales de hoy… le fue inútil.
En época de coronavirus nada cambiará, su andar suma-cero evita pueda pactar con la oposición, es incapaz de llegar a acuerdos con Guaidó so riesgo de beneficiarlo políticamente o colocar en tela de juicio la verticalidad de su mandato. Maduro llegará hasta el final con Cuba como su principal aliado, con tímidos apoyos de China y Rusia… Como los Castro, seguirá exigiendo a sus seguidores máximo esfuerzo en esta época de “guerra sin fin”.
La oposición también se ha adaptado al todo o nada, burlados en su fe democrática, se pliega a la comunidad internacional influyente y determinante de este lado del planeta. Estados Unidos, su principal aliado, de la mano de Trump, espera el régimen ceda antes las sanciones, recompensas y demás presiones indecibles, aspira resquebrajar la unidad monolítica de régimen en su andamiaje interno (en el país), el cual ha dado muestras de impenetrabilidad… allí están dirigidos los esfuerzos internacionales.
La ventaja de Maduro es la debilidad de Guaidó y viceversa, Maduro mantiene el férreo control dentro de las fronteras del país, afuera su estatus es muy débil. Guaidó no posee injerencia pragmática dentro de la nación, pero en el exterior posee gran relevancia. En ese terreno se desarrolla el juego suma-cero. En la correcta/oportuna utilización de las debilidades y fortalezas se desarrolla el desenlace final.
Leandro Rodríguez Linárez
leandrotango@gmail.com
@leandrotango
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