sábado, 18 de julio de 2020

ROMÁN IBARRA, AUTODESTRUCCIÓN X

En el capítulo anterior, estuvimos rememorando episodios de cómo fue el segundo gobierno del ex Presidente Rafael Caldera, y lo que a nuestro juicio eran vinculaciones implícitas, y a veces explícitas con las aventuras golpistas de Chávez, y lo que ello comportaba en términos de deslealtad con el sistema de libertades fundado, entre otros por él, y que había quedado registrado en el Pacto de Punto Fijo; acuerdo político moderno y que luego serviría de modelo a otro hecho político histórico, como fue el Pacto de la Moncloa, el cual dio luz a la oscuridad española, luego de la horrenda guerra civil.

La democracia civil venezolana pudo haber tenido mejor desempeño, y mayor luminosidad si no hubiesen estado presentes algunos elementos o condiciones que, tanto en la conducta personal de algunos líderes, como en los términos constitucionales, permitieron actuaciones fundamentadas, más en el ego y hasta en la megalomanía de algunos, que en el pensamiento sano a favor del país y el desarrollo de sus potencialidades.

Es y ha sido un drama recurrente en toda Latinoamérica el tema del personalismo político desde el siglo XIX, y en la era contemporánea -en cuanto a la democracia se refiere- el asunto de la reelección ha terminado siendo un factor negativo para el devenir del sistema democrático y la renovación de sus cuadros.

No fue posible llegar a un acuerdo para eliminar la reelección de manera definitiva en la Constitución del 61, y en cambio se permitió aspirar de nuevo, luego de 10 años de haber ejercido el cargo. Eso ha producido que importantes líderes siempre acariciaran la idea –lamentable- de volver a aspirar y con ello empeñarse, más en sus posibilidades de reelección, que en el bienestar del país; el pueblo, e incluso de sus respectivos partidos.

Evidentemente, estoy haciendo referencia tanto a Carlos Andrés Pérez, como a Rafael Caldera. Estoy convencido de que ambos hubieran sido grandes artífices de la renovación del sistema, si no hubieran acariciado y logrado, como ocurrió, sus segundas oportunidades en la Presidencia de la República.

En el caso de Pérez II, fue una lucha titánica en el seno de Acción Democrática por los bandos en pugna, y en el caso de Caldera, porque él como nadie incurrió en conductas deleznables para destruir al partido que fundó, Copei.

Es interesante recordar como Caldera, cuando fue derrotado de manera aplastante por Jaime Lusinchi en la contienda electoral de 1983, dijo frente a las cámaras de televisión para reconocer su derrota: …el Pueblo nunca se equivoca¨. Un esfuerzo retórico para ¨masajear¨ la razón popular, sin enajenársela pensando en otro evento futuro.

Pero si comparamos esa sentencia del 83, con su actitud de pasar a la reserva, es decir, a no mover un dedo a favor de la candidatura de Eduardo Fernández, cuando éste lo derrotó en el Poliedro en 1987, hay un abismo.

Esa actitud de Caldera fue obviamente un acto de deslealtad, y sobre todo de hipocresía, que seguramente le llevaría a solazarse en el triunfo reeleccionista de Pérez II contra su antiguo aliado, y luego a emprender la jugada de reelegirse, al precio incluso de la destrucción, no solo del partido Copei, sino del país todo, por haberlo servido en bandeja de plata para la llegada de un criminal golpista y acomplejado como Chávez.

Son muchas las cosas negativas que derivan de esa ambición desmedida, y sin sentido. Pero lo cierto, es que la sentencia más cruel, es que la gente sabe que ese segundo gobierno no dejó nada bueno, y peor aún, entregó al país en las peores manos posibles, a plena conciencia de cuanta maldad y destrucción con ello produciría. Continuará.

Roman Ibarra
romanibarra@gmail.com
@romanibarra  

No hay comentarios:

Publicar un comentario