En medio de la catástrofe que en Venezuela ha originado el revuelo de la pandemia, en virtud de la crisis política, económica y social que sirvió de terreno para imponer medidas de corte coercitivo, muchos valores se desnaturalizaron. Se tergiversaron en su apreciación, comprensión y praxis. En consecuencia, en el país se estableció un ambiente bajo el cual comenzaron a operarse maldades, vicios, depravaciones, corrupciones y perversiones de todo porte, signo y contenido.
Todas se aprovecharon del estado de confusión y del estado de necesidad que, social y culturalmente, se impuso. Particularmente, a consecuencia de una antipolítica que, a finales de la década de los noventa, del siglo anterior, concedió paso libre a otro género de antipolítica. Esta, de mayor insidia pues arrastró consigo problemas acumulados. Además de inventar los suyos.
Esta situación dio lugar a delitos locales, nacionales e internacionales cuya ocurrencia no ha sido posible contrarrestar. Ni siquiera con la ayuda de la legislación vigente. Tampoco, con el concurso de las fuerzas del orden. Muchos de sus cuadros se hallan contagiados de inmoralidades suscitadas a su interior. Sin ninguna moderación. Tal vez, infundadas por el desviado empoderamiento que dispensó el régimen político a muchos de sus furibundos seguidores. Aunque pudiera inferirse que a la profundización de dicho problema, contribuyó la precariedad de la economía. Aunque no es razón alguna para acabar con la dignidad, el respeto, la ética y la decencia, como pivotes estructurales de vida.
Esta reflexión, tiene cabida en el contexto de la tragedia en que se ha visto imbuida Venezuela. Sin embargo, cabe poner adelante toda consideración de lo que la conciencia es capaz de edificar como proyecto de vida. Especialmente, en personas de honestidad demostrada y comprobada. Sin duda, que esto es propio del más elemental respeto por el otro.
Esta disertación adquiere valía toda vez que las realidades, en Venezuela, se deformaron. Se desgraciaron. No sólo por causa de los arrebatos que caracterizan el estilo tramado de gobierno desde el mismo momento en que diseñó el urdido plan de descomponer a Venezuela. A lo cual bien le caló la pandemia del Covid-19. De esa manera, le sería fácil reducirla a niveles de mediocridad. Un tanto, siguiendo la línea política promovida por el decadente marxismo. Pero también, su alevosía inducida en las circunstancias que tergiversaron conceptos y praxis de valores, principios, deberes y derechos. Como en efecto, lo logró. Y “a paso de vencedores”.
En muchos venezolanos, hay un indicio de pesadumbre y de incertidumbre que permite percibir razones que hablan de persistentes confusiones provocadas por cadenas de rumores y falsas informaciones. Tan delirantes realidades, causan la penosa sensación de vivir bajo la avalancha de piedras que, como gotas de un torrencial aguacero, cae sobre la humanidad del venezolano sin lógica de la física alguna.
Quizás, lo que está viviéndose tenga alguna fatídica motivación. Incluso, de fácil argumentación en situaciones de la “anormalidad anunciada”. Aunque en medio de la anormalidad que se hizo característica del “socialismo del siglo XXI”, es posible que las susodichas contingencias se hayan convertido en parte de la cotidianidad. O sea, del discurrir de una Venezuela bastante distante de la realidad que precedió la estrepitosa y patética actualidad.
Nada de lo que ahora está afectando al venezolano, ni suena bien, ni luce aceptable. Menos en el fragor de las crisis propias de una realidad “al revés” o “retorcida” como tiende a verse y a ser. Esto es propio de pensarlo desde la perspectiva de cualquiera de los trasgresiones que ocurren en países cuya violencia es sobrellevada entre lamentaciones y resignaciones. Pero también, entre resistencias y esperanzas. Aunque debe reconocerse, que la situación de crisis nacional venezolana, es alcahueteada por instancias corruptas apostadas en el propio seno del gobierno.
Nada pinta bien. Tampoco, prometedor ni constructivo. Es como un dibujo trazado con colores rosa. Pero esbozado sobre papel negro mate, donde es imposible resaltar calores cálidos. Pareciera que lo que explica tanta deshumanización y ruindad junta, es haber llegado a un apesadumbrado estadio presidido por la “normalización” de la desgracia.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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