domingo, 23 de agosto de 2020

ANTONIO J. MONAGAS, QUÉ FÁCIL SE DICE: “QUÉDATE EN CASA”

La narrativa que está empleándose en el contexto de la pandemia del Covid-19, ha resultado infructuosa. Particularmente, la narrativa gubernamental. Múltiples son las razones que pueden explicar tan discordante situación. No sólo es la desinformación o la copiosa información que ha redundado en sentido contrario respecto de la dirección que debió conducir la crisis desde su inicio.  

También habrá que sumar a este problema, el autoritarismo ejercido. Específicamente, la excedida autoridad de funcionarios del alto gobierno pretendiendo ordenar las realidades. Sus ínfulas autoritarias, se convirtieron en fatuidades que, sin conocimiento de causa, se aventuraron a inferir consideraciones que rayaron en presunciones. Además están equivocadas. 

En consecuencia, acentuaron añosos conflictos cuando decidieron atascar la movilidad de naciones enteras cuyas funcionalidades siempre han descansado sobre la dinámica de la economía y de la sociedad en todas sus manifestaciones de vida. 

Mientras que el virus rebasaba fronteras y arrasaba con muros políticos, el hambre competía con su aterradora capacidad para ocupar casas repletas de personas. A pesar de habérseles ordenado el correspondiente confinamiento con la fatigosa frase “quédate en casa”. Sobre todo, cuando percibida como amañada sentencia de un juicio arbitrario, sin derecho a la defensa, da cuenta de un cúmulo de equivocaciones. Todas, atiborradas de indolencia, represión, intolerancia, irrespeto, desconsideración e incomprensión.  

En principio podría deducirse que quienes ordenaron tan drástica medida, poco o nada entendieron la infinita variedad de causales y efectos, complicaciones asociadas y agregadas que consolidan los problemas derivados de tan cuestionada situación.

En el centro de tan embrollada realidad, se advirtieron complicaciones que no se tomaron en cuenta previo al análisis de otros escenarios. Al menos, escenarios distintos del único que se impuso a instancia de un poder invisible. Un poder ineludible en cuanto a la disposición asumida y obedecida sin posibilidad de protestarla. De modo ipso facto.  

Fue momento para que la desigualdad desnudara sus elementos. Igual sucedió con la equidad. También, con la injusticia. Esto reveló que el país estaba padeciendo estragos que la hacían frágil. Esto evidenció que estaba viviéndose bajo la misma tormenta. Aunque no en el mismo barco. Por consiguiente, los hechos mostraron un grado superlativo de confusión, enredo, desconcierto. Se descubría un insólito desorden. Con la fuerza suficiente para terminar de desarreglar todo lo que, hasta ese momento histórico, logró alcanzarse.  

El régimen no aceptó que el país se había sumido en un estado de Emergencia Humanitaria. Se aferraba a insistir que se trataba de una Emergencia Económica. Tan terrible equivocación, provocó una toma de decisiones cuyos efectos excedieron los límites de la razón, dignidad y de la solidaridad. Ante ello, la situación venezolana vio acentuarse la crisis que ya venía arrastrando por lo que mutó en un caos que se solapó con la pandemia. En consecuencia, se profundizó la incertidumbre hacia donde sigue el país siendo dirigido. “A paso de vencedores”, por la gestión impúdica del régimen oprobioso e indolente. 

A primera vista, pareció que la incidencia del virus “amarillo”, habría logrado la igualdad como condición social. Pero ocurrió todo lo contrario. Se desbocó la desigualdad. Igual, la injusticia con la ayuda cómplice de la represión.  

En fin, la pandemia profundizó problemas de toda naturaleza. Su incursión, agravó la intolerancia, la apatía, el egoísmo, la corrupción. Del mismo modo, la crisis de servicios públicos: electricidad, agua, telefonía, internet, gas doméstico, reventó por todos lados y momentos. Venezuela no pudo escapar de tal estado de incongruencias. Todas, muy alejadas de cuanta oferta electoral puede recodarse. 

La coyuntura del virus le sirvió al régimen de oportuna excusa para encerrar a la población. Así, podría mantenerla fuera de la calle. De esa forma, evitaría que las protestas siguieran siendo recurrentes en la agenda diaria del venezolano. No tendría posibilidad alguna de usufructuar sus derechos y libertades a plenitud.  

En medio de tan traumáticas arremetidas, no ha sido sencillo resistirse a pasar hambre y soportar penurias de toda clase y tamaño. Cabe acá preguntarse, ¿cómo resignarse al confinamiento al margen del derecho a vivir con la calidad merecida. Así ha sido la historia de esta Venezuela en el curso del presente año 2020. Justamente, en las dirección que asomaban algunas turbias predicciones políticas y económicas ante el comienzo de la tercera década del siglo XXI. Sin embargo, qué fácil se dice: “quédate en casa”.

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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