Álvaro Uribe es de aquel tipo de líderes sobre los cuales resulta imposible no asumir posición. En lo político se está a su favor o en su contra, siempre de manera contundente. No es posible albergar medias tintas frente a su figura ni mucho menos ser indiferente. El hombre despierta todo tipo de pasiones gratuitas, fuertes e irracionales, ni demasiado elaboradas cuando son a favor, ni demasiado bien sustentadas cuando son en contra. Cae muy bien, en cuyo caso la tolerancia con sus actuaciones y equivocaciones puede ser infinita, o bien sus ejecutorias despiertan reservas insalvables y se puede ser intransigente en extremo con algunos momentos de sus andanzas públicas. Miles de anécdotas se tejen sobre diferentes momentos de su vida y, en todo caso, el dirigente es de todo menos anodino.
El hombre de marras se ha movido además, desde el inicio de su carrera pública, en terrenos turbulentos como suele ocurrir con todo lo que atañe a la querida Colombia, un país lleno de gentes y parajes maravillosos, una nación con una trayectoria de progreso marcadora en el Continente, al tiempo que ha albergado en sus entrañas una violencia superlativa por más de medio siglo y una muy destructora fractura entre hermanos.
Uribe atraviesa un muy difícil momento de su carrera política aunque me atrevería a decir que no es ni el más peligroso ni el más lesivo de su trayectoria, la que ha estado desde siempre marcada por la diatriba en lo ético y la polémica en lo político. Chaparrones como el que a diario le están propinando hoy en la prensa de su país y en la nuestra han abundado a lo largo de su carrera y la marca “Uribe”, al final, no ha hecho sino fortalecerse. Pero lo que si puede ser este episodio de ataques en su contra, es un muy erosivo momento en la vida de la nación vecina cuando ésta atraviesa un capítulo de grandes definiciones o – ¿porque no decirlo?- uno de inmensas rupturas.
Lo que está sobre la mesa no se trata de cuánta verdad o mentira hay en torno a una supuesta manipulación de testigos por parte del entorno del expresidente o de él mismo. Si el expresidente es inocente o culpable de lo que se imputa es, sin duda, muy relevante y, como cualquier otro mortal, debe hacerle frente al peso de la justicia.
Son los prolegómenos y actuaciones en torno a este juicio, las presiones sobre los magistrados en uno y otro sentido, lo que lo han transformado en un serio asunto de diatriba nacional sobre el cual las posiciones política ya distantes se irán manifestando con más y más fuerza.
Todo el episodio huele a circo y es un espectáculo bien montado por las izquierdas de su país, sus más acérrimos enemigos desde que Uribe emprendió en contra de la insurgencia criminal de su país la más frontal y devastadora de las batallas y desde que invirtió su más decidido empeño en terminar con el negocio del narcotráfico, comenzando por la fumigación de las plantaciones de coca.
Si Uribe es o no inocente de lo que se le imputa en esta ocasión no es asunto que pueda resolverse desde el periodismo, incluso el mejor informado. Tampoco lo adecuado es hacer – como ha hecho el Presidente Iván Duque- un panegírico de sus aciertos como gobernante, porque sus ejecutorias claro que lo adornan, pero no lo liberan de responsabilidades en las actuaciones que pudieran ser torcidas.
Lo relevante en este momento es el perverso ambiente que están queriendo crear en torno a un semi-dios de la política neogranadina.
Asi lo resaltó la semana pasada la analista colombiana Vicky Davila: “Para casi todos los políticos de izquierda, ver a Uribe tras las rejas sería el clímax”…“Para las FARC, que Uribe pierda la libertad sería un trofeo de guerra. Lo que siempre han soñado. Un sistema perverso: ellos libres y Uribe preso; el que los persiguió cada minuto durante ocho años”. “Para el expresidente Juan Manuel Santos sería más que una victoria… Santos, el Nóbel, Uribe, el Preso ”.
Más allá de estos actores, para los colombianos del común, para quienes están de nuevo sufriendo los azares y la destrucción de la violencia guerrillera y el terrorismo, además de la resurrección del narcotráfico, el vejamen y la deshonra de este ex mandatario representa mucho más que el resultado de una diatriba judicial.
También lo dice la periodista Dávila : “Para el régimen de Nicolás Maduro y Cuba sería como entregarles la cabeza en bandeja de plata de su más agudo contradictor en Colombia y toda la región. Uribe ha sido sin duda un muro de contención para lo que él mismo bautizó como el “castrochavismo”; los puso en evidencia, incluso internacionalmente, y los enfrentó”.
Así pues, es mala para Colombia esta hora en que la subversión de los valores ciudadanos es lo que está en el orden del día. Quiera Dios que los hermanos y vecinos, nuestros siameses de Colombia, sepan recoger los vidrios. Lo que queda después de una catástrofe de esta naturaleza es pura destrucción.
Beatriz de Majo
beatriz@demajo.net.ve
@beatrizdemajo1
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