sábado, 29 de agosto de 2020

LUIS FUENMAYOR TORO, LA IMPARCIALIDAD Y LA HIPOCRESÍA

Decir que hemos tenido en algún momento organismos electorales imparciales es totalmente falso. Los consejos supremos electorales del pasado no eran imparciales. ¿Acaso fue imparcial la decisión en 1998 que adelantó las elecciones de gobernadores para no hacerlas con las presidenciales? No. La misma buscaba evitar el arrastre de votos hacia los candidatos a gobernadores de Chávez, que se produciría si ambas elecciones se efectuaban conjuntamente. ¿Fue imparcial la decisión tomada por la Corte Suprema de Justicia de finales de los ochenta, que determinó que los decanos no eran autoridades universitarias, simplemente para permitirle a un decano de Acción Democrática, con un liderazgo importante en la UCV, reelegirse en la Facultad de Ingeniería? En absoluto lo fue. Como tampoco fue imparcial la decisión que tomó el ya Tribunal Supremo de Justicia en 2002, cuando declaró que en abril de ese año no había habido un golpe de Estado sino un “vacío de poder”.

Lo que sí podemos afirmar es que la parcialización del pasado, tanto del TSJ como del CNE y de varios otros organismos, eran más disimuladas y nunca tan frecuentes, intensas y descaradas como son hoy. En el pasado, el Poder Judicial estaba controlado por las llamadas tribus de abogados, que tenían relaciones de distinto tipo con los dos grandes partidos de entonces: AD y COPEI, pero también existía una influencia importante de la Presidencia de la República o de la Secretaría Privada de la misma, como ocurrió durante el gobierno de Jaime Lusinchi. Son muchos los casos que podría relatar, algunos conocidos muy de cerca, si ése fuera el objetivo de este artículo; pero no lo es. En honor a la verdad, hay que señalar también que aquellas nefastas influencias no alcanzaban a todos los tribunales de la república, ni tenían la intensidad actual, lo que les daba a los jueces cierta autonomía y a los abogados poder litigar, cosa que no existe hoy en lo absoluto.

¿Se puede creer que se cumple el mandato constitucional, de que los rectores del CNE no sean militantes de ninguna parcialidad política, si simplemente renuncian al partido donde han militado siempre unos minutos antes de juramentarse? ¿No es esta una conducta hipócritamente ridícula? ¿Basta acaso que una persona no milite en una organización política, para tener la seguridad de que no tiene intereses en ninguna de ellas? Los venezolanos hemos sido testigos por décadas de la existencia de personajes “independientes”, que se comportaban más militantemente que los propios militantes de los partidos. Personajes, en el mejor sentido de la palabra, cuya influencia en los altos niveles de decisión de los partidos era más que conocida y de igual o mayor magnitud que la de los dirigentes de esas organizaciones. Sin embargo, eran presentados como más allá del bien y del mal, algo que no existe en el mundo.

La imparcialidad, en el juicio que haya que hacer de personas, organizaciones y situaciones, se logra cuando los organismos respectivos, sean estos judiciales o electorales, han sido integrados equilibradamente, de manera que al sumarse las distintas parcialidades existentes en su seno el resultado no se inclina hacia ningún lado. Un CNE integrado por dos rectores del gobierno, dos de la oposición y un quinto de común acuerdo, sería un organismo más cerca de la imparcialidad que uno integrado por tres del gobierno y dos de la oposición, como el caso del actual CNE. Buscar la imparcialidad de un organismo integrado con distintas parcialidades ha sido la forma adoptada en nuestro país y, me atrevería a decir, en muchos otros en el mundo. Fíjense que, en el pasado bipartidista adeco-copeyano, el Fiscal y el Contralor eran realmente propuestos por el partido de oposición, lo que buscaba acercarse a la equidad entre quienes se alternaban en el poder.  Lo mismo ocurría con el Presidente del Congreso Nacional.

La parcialización de los integrantes del CNE no es un grave problema si sus miembros, aun sosteniendo determinadas posiciones ideológicas, políticas e incluso partidistas, no recurrieran a decisiones reñidas con la Constitución, las leyes, la lógica, la equidad, la moral y la ética. Dicho en términos populares: si sus integrantes no fueran tramposos. Como Rector suplente, no me avergüenza decir que estoy parcializado. Defiendo la participación en las elecciones de diciembre, por lo que estoy contra la abstención. Impulso una salida pacífica de resolución de nuestros problemas y discordias, por lo que condeno los llamados a invasiones armadas y a golpes de Estado, serios o bufos. Defiendo la soberanía nacional y la auto determinación de Venezuela. No tengo como modelos para mi país ni a Cuba ni a Puerto Rico. Pienso que cualquier salida pasa por la consulta electoral inicial de los venezolanos. Como se ve estoy parcializado y orgulloso de estarlo. Como orgulloso también estoy de no haber sido nunca un tramposo.

Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro

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