Hace tiempo en uno de mis primeros libros fabriqué una definición que veo con satisfacción que algunos distinguidos colegas la citan: “el liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida de otros”. Y cuando decimos respeto para nada estamos significando adhesión, respeto proviene de respectus en cuanto a consideración, en nuestro caso la improcedencia de recurrir a la fuerza para modificar los proyectos que no compartimos. Más aun, subrayamos que la prueba clave de tolerancia es cuando estimamos que el proyecto del prójimo nos parece detestable. Siempre que no se vulneren derechos de otros, todos deben tolerarse aunque, repetimos, la expresión respeto es más adecuada que tolerancia puesto que esta última tiene cierto tufillo inquisitorial en el sentido que perdonamos a otros que están equivocados.
En este contexto debe precisarse que el liberalismo centra su atención en las relaciones interindividuales, por eso juristas de la talla de Gerog Jelliek sostenían que “el derecho es un mínimo de ética” al efecto de subrayar que el territorio ético es mucho más amplio y abarca la conducta personal de cada uno, una esfera que, como queda dicho, no le incumbe al liberalismo.
Lo consignado desde luego no significa que el individuo liberal esté vacío de valores (o desvalores) y, por tanto, tampoco significa que no critique concepciones que no comparte. Como es sabido, las críticas cruzadas constituyen la herramienta fundamentalísima para el progreso que inexorablemente implica el contraste y la refutación de conocimientos.
En mis textos he citado repetidamente a los grandes maestros del liberalismo pero en esta nota aludo a mi fuero interno. Tengamos presente que cada uno de los seres humanos somos únicos, irrepetibles en toda la historia de la humanidad de modo que la estructura axiológica y la consiguiente filosofía de cada uno cuanto más se indaga se comprueba que es especial y particular y no calza en ninguna etiqueta pues de todas ellas cada cual extrae sus acuerdos y rechaza los desacuerdos para transformarla en la referida unicidad. Incluso como estamos en un proceso evolutivo, pretendemos que nuestras conclusiones mejoren a medida que nos percatamos de errores anteriores. Y en un plano más amplio, si queremos darle un nombre a nuestra postura esta es del autorrespeto en el sentido de esforzarnos por actualizar nuestras potencialidades en busca del bien y así poder mirarnos al espejo con la tranquilidad de conciencia de haber hecho lo mejor y corregir lo que no hagamos bien.
Finalmente, para mencionar al correr de la pluma los autores que en mi caso me han inspirado para mi fuero interno en cuanto al cultivo de valores, distintos de los tantos que me han inspirado para la noble tradición liberal que está en ebullición permanente donde se descubren nuevos horizontes, por eso me resulta tan atractivo el lema de la Royal Society de Londres: nulllius in verba, esto es, no hay palabras finales en esta navegación permanente por los mares de la aventura del pensamiento.
Por lo que pudiera interesar, como una muestra, algunos de los autores que alimentan mi fuero interno que no centran su atención en el respeto interpersonal sino que extienden sus consideraciones al campo intrapersonal son Viktor Frankl, Gustave LeBon, Lecomte du Noüy, José Ortega y Gasset, Franz Brentano, Paul Johnson, Hannah Arent, John Eccles, Frederick Copleston, Aldous Huxley, Miguel de Unamuno, Ernst Gombrich, Leonard Read, Spencer Wells, Edward Flannery, Elisabeth Kübler-Ross, Helmut Schoeck, Antony Flew, Juan de Mariana, Sto. Tomás de Aquino, Ismael Quiles, Juan José Sanguineti, John Powell, Keith Ward.
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