Una discusión acerca de cuál es el mejor modelo, el
más adecuado para la sociedad, sin que ninguno de sus interlocutores sepa a
ciencia cierta de qué se está hablando, solo sirve, de un lado, para encubrir
la ambición de poder del ignorante que poco o nada sabe de Nación o de Estado
o, via negationis, para incrementar aún más la frustración de una muchedumbre
con un pie en la incertidumbre y el otro en la resignación. Muchedumbre que,
desde el principio, desconocía el real sentido y los alcances de las protestas
masivas en las que, muchas veces -sobre todo al principio- participó. Y, como
era previsible, sus esperanzas terminaron en temores.
En política, toda presuposición termina dando rienda
suelta a las más lúgubres expresiones de autoritarismo y terror. Es el caso del
régimen de gansteril, de sus indiscriminadas prédicas “revolucionarias”,
“bolivarianas”, “humanistas” y “republicanas”, que terminaron en el horror de
un país en ruinas, aunque con “bodegones”. Pero también es el caso de un puñado
de políticos “pragmáticos” -en realidad, improvisados, irresponsables y sin la
mayor formación-, quienes, asesorados por una sarta de “científicos” de
bullpen, cuyas nuevas cartas astrales son las estadísticas y las metodologías
“de punta”, suponen o que “la realidad es lo que es” -“eso es lo que hay”- o,
peor todavía, lo que sus planos astrales “deberían” obligarla a ser, a remate
de cifras y porcentajes. Son los Mister “Ship” del hipismo o los Carlitos
González del beisbol insertos en la praxis política. Y como no consiguen
acertar, tal como era de esperarse, acuden a la liturgia de la esperanza, del
“tiempo de Dios”, o de su equivalente mediático: la retórica hueca, vaciada de
todo contenido, del “vamos bien”, del “sí o sí” o del “sí se puede”. Pero, si
desde hace veinte años las premisas son las mismas, ¿los resultados podrían
llegar en algún momento a ser distintos? A fin de cuentas, lo tácito
-precisamente, lo que se presupone- oculta la ignorancia del mediocre, vístase
de casaca roja o de blue outlet stores.
Cuando no se emprende la búsqueda histórico-filosófica
del origen de los vínculos del espíritu de una Nación -el Ethos-, no se llega
muy lejos. Y es que no es posible concretar un cambio radical en la vida de una
determinada formación política y social sin efectuar el proceso de
reconstrucción de su ser y de su conciencia sociales, de conocer a fondo los
elementos externos e internos que conforman el pulso de su devenir, esa
dinámica que transforma un conglomerado en una auténtica comunidad, una
multiplicidad de intereses informes en una Nación. Todo lo cual se expresa a
través del estudio del lenguaje, el arte, la religión, los tipos de gobierno,
las instituciones políticas, las leyes, el desarrollo productivo, educativo, literario
y científico, así como las formas de pensamiento en general que han logrado
fraguar su Volkgeist. Se trata de comprender el ser y el tiempo de una
determinada Nación en su historicidad. Porque, como dice Hegel, cada Nación
tiene sus propias representaciones, “un rasgo nacional establecido, una manera
de comer y beber, ciertas costumbres que le son propias”. En fin, “un modo
particular de vida”. Solo cuando los instrumentos de “medición” dejan de ser la
fuente primaria del conocimiento y la conciencia se dedica a comprender-se, se
produce el cambio, y se puede crear un auténtico proyecto de Nación y Estado,
en el que no solo la comunidad se sepa inmersa en sus costumbres, sino en la
que los individuos logren identificarse consigo mismos, pues al compartir los
valores de su comunidad, los individuos, lejos de ser concebidos como masa
informe, crecen y con-crecen, porque sus almas se enriquecen y pueden
reconocerse libremente en la unidad orgánica de la totalidad social y política
de la que forman parte. Es eso a lo que se denomina eticidad o civilidad. Y
mientras mayor sea el desarrollo de la educación estética mayores serán su
armonía y fortaleza. Pero nuestros políticos de oficio parecen no saber nada de
eso.
Se equivocan quienes, a fuerza de un maniqueísmo ya
casi instintivo, presuponen que la salida de las ficción totalitaria de un
régimen que ha terminado por secuestrar a los individuos, hasta pretender
transformarlos en rebaño, consiste en la promoción de la ficción
individualista. De un lado, se exalta al Estado -en realidad, a la sociedad
política- contra la iniciativa privada; del otro, se exalta al individuo -en
realidad, a la sociedad civil- contra la opresión del Estado. Dos unidades en
sí mismas opustas y recíprocamente contradictorias. El Estado es percibido como
el aparato del gobierno que ejerce el poder, mientras que la Nación está
formada por el pueblo, sus súbditos, sometidos a su absoluta voluntad.
Semejante presuposición de la doctrina rousseauniana no sólo es inexacta, sino
que es, además, superficial. Hablar de la “soberanía nacional” o de la
“soberanía popular” ya implica la exclusión de la idea de Nación de una
concepción amplia y orgánica del concepto de Estado, porque sólo es posible
hablar de soberanía si se consideran las diferentes esferas de la sociedad como
una totalidad concreta, cabe decir, como el recíproco reconocimiento de la
sociedad política y de la sociedad civil, del Estado y de la Nación. En última
instancia, la sociedad política, a la que por lo general se le denomina Estado,
no es más que la sociedad civil -la Nación en cuanto tal- hecha, es decir,
objetivada. Rousseau invierte los términos: según él, los individuos enajenan
sus derechos al Estado, el cual, a partir de ese momento, regula su libre
voluntad. En realidad, es al revés: la voluntad de la Nación se ha objetivado y
ha creado un Estado, un garante de sus intereses, un organismo que representa y
preserva su eticidad, el modo de ser propio de su tiempo. Que con el pasar de
los años el objeto creado pase a ocupar el puesto de su creador depende del
nivel de conciencia de los individuos que forman parte de dicha Nación.
La Venezuela de hoy ni es una Nación ni es un Estado.
La labor de los sectores progresistas de la sociedad no consiste ni el
regressus al “como éramos antes” -cosa del todo imposible-, como tampoco en la
intentio de participar en el “juego del gato y el ratón”, teniendo a una
tiranía de narcotraficantes y terroristas como potenciales interlocutores. Las
“gangas” para intentar posicionarse de algunos cargos “estratégicos” que le
permitan tener presencia en el “Estado” y tomar aire para un segundo combate
son tarea baldía. Venezuela requiere reinventarse, rehacerse, recomponerse, ser
refundada desde sus raíces. Y sus raíces pasan por la elaboración de la
superación y conservación de sí misma. Tarea nada fácil, sin duda. Pero este
será el esfuerzo más humano y sublime de un país que bien lo merece.
jrherreraucv2000@gmail.com
@jrherreraucv
Venezuela
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