Entre
1999 y 2012, según cifras del BCV y fuentes independientes, la producción por
habitante en el país acumuló en términos reales un incremento de 12% (0,9%
anual) y el consumo por habitante un 50% (3,8% anual). Es decir, consumíamos 4
veces más de lo que producíamos. A raíz de la caída del muro de Berlín es una
verdad de Perogrullo decir que el socialismo intenta vanamente aumentar de
forma sostenible el consumo de la población sacrificando el capital existente.
Lamentablemente se dice que nadie experimenta en cabeza ajena.
Se
trata de la disipación de capital más escandalosa de la historia mundial. La
ciencia económica nos aporta las herramientas para hacer uso de recursos
escasos y obtener de ellos resultados crecientes. Pero los venezolanos nos las
ingeniamos para disponer de recursos casi ilimitados y obtener resultados
decrecientes. La inflación logró que el bolívar perdiera sus atributos como
dinero y más de dos tercios de muestra economía ha dejado de existir. Es el
saldo del socialismo bolivariano en sus más de 20 años en el poder.
Desde
luego que había algo que mientras duró, nos permitía consumir sin producir. De
algún lado tenía que salir ese diferencial entre lo producido y lo consumido.
Pues bien, eso se resolvía con los cuantiosos ingresos externos que dispensó un
período de altos precios petroleros, lo cual tuvo poco que ver con la marcha de
la economía interna. También se recurrió al endeudamiento público masivo, al
igual que a la emisión monetaria. Cuando cayeron los precios del petróleo,
cuando se cerró el crédito internacional, nos quedó sólo la maquinita de emitir
dinero y nos posicionamos en nuestro verdadero nivel.
Sobrevienen
luego ciertamente las sanciones internacionales y recientemente los efectos que
en la economía producen las medidas de distanciamiento social y cuarentena para
combatir la pandemia. La sumatoria de todos estos factores pone en estado
comatoso a un paciente que venía ya en condiciones críticas.
En la
esfera de lo político podemos decir, sin pecar de historicistas, que Venezuela
ha mantenido durante los últimos 120 año un hilo conductor respecto a su
desempeño histórico. El período del llamado liberalismo amarillo, una hegemonía
muy poderosa, fue sustituida por la hegemonía andino militar. Ésta a su vez fue
reemplazada por la hegemonía adeca o de la república civil, y tal hegemonía a
su vez fue sustituida por la poderosa corriente popular que conocemos con el
nombre de chavismo. En este momento vivimos posiblemente en un interregno entre
lo que hay y lo que habrá.
No es
de extrañar que en ese tránsito desde lo que existe a lo que viene se perfilen
como actores sobresalientes figuras del oficialismo. De lo que sí estamos
bastante persuadidos es de que el chavismo como corriente popular, no tiende a
desmembrarse, ni a fracturarse, ni a dividirse, tiende a disiparse. Ahí están
sus rendimientos electorales decrecientes, aunque tal cosa, gracias a la
incompetencia de la oposición en su conjunto, no suponga todavía consecuencias
políticas importantes que coloquen en peligro su permanencia en el poder. El
chavismo disidente y el chavismo descontento, a mi juicio no existen, son
espejismos. Una expectativa creada por aquellos que viven y trafican con eso.
Quienes
se apartan del tronco central chavista no logran convertirse en una fuerza
política importante, más allá de individualidades ruidosas. La alta aprobación
que registra en las encuestas el gobierno de Hugo Chávez constituye a mi
entender el recuerdo nostálgico de una época en la cual yo podía consumir 4
veces más de lo que realmente producía, es decir la típica burbuja que se
pinchó. No supone ni una lealtad política ni una lealtad de marca. Los
gobiernos de Carlos Andrés Pérez I y del general Pérez Jiménez, reciben un
juicio popular positivo, aun hoy, y eso no supone la existencia de una fuerte
corriente política perecista o perezjimenista. Con el tiempo ese recuerdo será
más difuso.
En tal
sentido, la revolución socialista bolivariana evidencia hoy un inmenso vacío de
contenido emocional, conservando de su viejo encanto popular sólo la capacidad
de convocar a segmentos clientelares de la población a través de una maquinaria
político-electoral disciplinada pero cada vez menos eficiente. Le queda el
poder, la fuerza que se deriva del control del Estado, de la lealtad del
estamento militar, pero como decía el brillante y astuto Talleyrand, Ministro
de Relaciones Exteriores de Napoleón, “las bayonetas sirven para cualquier cosa
menos para sentarse sobre ellas”. A los gobiernos, por más represivos que
puedan ser no los sostiene el uso de la violencia, sino el haber construido alguna
base de consensos y apoyos considerables en el seno de una sociedad. En la
construcción de esos apoyos y nuevos consensos se encuentra el oficialismo en
la actualidad.
A la
luz de los resultados electorales de diciembre de 2020, la política venezolana
empieza a perfilar otra forma. Nos dirigimos en la práctica hacia un régimen ya
definitivo de partido único, lo que no quiere decir necesariamente que no se
produzcan cambios económicos o tal vez también políticos, los cuales deben ser
en paz, sin violencia y dentro del orden constitucional existente para que sean
sostenibles en el tiempo. El país demanda una buena dosis de estabilidad. La
estabilidad no es todo, pero sin estabilidad no hay nada, decían los alemanes
después del desastre de la segunda guerra.
Nuestro
país no se encamina hacia una transición del autoritarismo a la democracia,
sino del socialismo al capitalismo. Si algo nos demostró el siglo XX es que el
capitalismo es la etapa superior del socialismo. Y este fenómeno, o lo
entienden las fuerzas de la oposición, o se quedan en el hombrillo de la
carretera. Si ese tránsito deriva en arreglos institucionales más democráticos
de los que tenemos hoy, maravilloso, pero no es indispensable. Esta no es una
formulación de deseos sino una simple descripción de lo que se asoma como
realidad.
Lo que
nos gobierna es una revolución socialista en el poder, sólo que ésta tuvo un
origen electoral, lo cual es un asunto crucial para entender la ecuación
política venezolana. No tiene sentido debatir este tema sobre la base de los
fines del socialismo, ni siquiera de sus resultados, sino sobre la base de sus
métodos prácticos. El socialismo, y sobre todo el socialismo revolucionario,
básicamente está constituido en su accionar por dos cosas: la destrucción del
sistema de precios y la reducción sistemática y sostenida de la propiedad
privada. En ambas califica Venezuela. Ignorar la verdadera naturaleza del
régimen que gobierna a nuestro país es un asunto clave para entender la actitud
errática de la oposición. Tanto la que participa en las elecciones como la que
no participa y llama a la abstención electoral de forma suicida.
El
avance del proceso socialista ha sido tan grande que hasta el mismo gobierno
bolivariano lo quiere revertir. El socialismo no es bueno ni malo, es
imposible, por eso genera idénticos resultados en todas partes y en todos los
siglos. De allí que los sistemas socialistas tienden a mutar hacia formas
económicas menos socialistas para evitar colapsar. La oposición ignora tal
fenómeno, porque en buena medida es también socialista o socialdemócrata. No es
de extrañar, la mayoría de los partidos políticos venezolanos del siglo XX y
también los “nuevos” en la actual centuria, se edificaron sobre las idas del
consenso socialista plasmado en el plan de Barranquilla de 1931 formulado por
Rómulo Betancourt. Este consenso se ha sostenido bajo la premisa de que el
Estado es el actor principal de las reformas en el país. Claro, esas eran las
ideas que alimentaban el clima intelectual de la época.
La
social democracia y el socialcristianismo, del siglo XX y del XXI en Venezuela
se manifiestan incompetentes para liderar los cambios en el país. En la mayoría
de las regiones y países del bloque soviético la transición del socialismo al
capitalismo fue liderada por individuos, por corrientes y sobre todo por
partidos políticos de corte liberal y conservador. Ahí están los casos de la ex
Checoslovaquia, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Eslovenia y en alguna
medida Hungría. Las corrientes liberales y conservadoras marcaron desde el
principio la cancha sobre la cual se iba a jugar en el futuro, edificando un
nuevo consenso político en base a la propiedad privada, el respeto a los
contratos voluntarios y el mercado como mejor forma de asignar los recursos en
la sociedad. Por eso en Venezuela hace falta un nuevo plan de Barranquilla, un
nuevo paradigma político que destierre la idea del Estado empresario, y fomente
los principios de la empresarialidad, el ahorro, la inversión, el libre mercado
para garantizar que las personas puedan disfrutar de los frutos de su trabajo.
Mientras
que un líder como Deng Xiaoping en China decía en 1992 “ser rico es glorioso”, aquí
en Venezuela en el siglo XXI alguien nos decía que “ser rico es malo” Así le
fue a uno y así le fue a otro. Sin embargo, estamos al parecer en un momento de
rectificaciones, pero también de dilemas: o nos enrumbamos hacia un modelo
chino a la venezolana, o hacia un modelo chino a la cubana. El primero está
constituido por reformas de corte capitalista en verdad y en serio, pero que
puedan ir unidas a libertades políticas, sindicales y de asociación en general.
Los chinos con Deng a la cabeza, dejaron atrás sin titubeos su viejo modelo
maoísta, a pesar que mantienen en sus billetes del renminbi el rostro de Mao
Tse Tung. La idea de un país dos sistemas los convirtió en lo que son hoy. No
se les ocurrió utilizar las reformas capitalistas para socorrer o auxiliar al
modelo socialista. Por su parte, el modelo chino a la cubana consiste en asumir
reformas de mercado para darle un respirador artificial al sistema socialista,
sin mayores alteraciones de fondo. La determinación en hacerlas avanzar y la
profundidad de estas reformas pro mercado son cruciales. Además, que no sean
solo un repliegue táctico, como les gusta decir a los marxistas.
El
modelo chino a la venezolana recoge aquella interesante consigna del MAS en los
años 70 del siglo pasado cuando decía “socialismo a la venezolana”. Es decir,
sistema socialista con democracia. Vino la caída del muro de Berlín en 1989 y
ya no había en pie ningún socialismo para democratizarlo. Pero aparece 10 años
después el socialismo del siglo XXI. Chávez le imprime un sello ideológico a su
partido y le cambia el nombre de Movimiento V República a Partido Socialista
Unido de Venezuela, una jugada riesgosa pero que le salió bien. Así el chavismo
pone sobre la mesa una oferta doctrinaria, una idea poderosa.
Ahora
bien, cómo se combate una ida, pues con otra idea. Pero la oposición ha sido
incapaz de hacer una contra oferta ideológica. Por lo visto se empeña en no
hacerlo y de allí sus precarios resultados. Si las fuerzas que aspiran a
constituirse en alternativas no asumen el desafío de oponerle al socialismo del
siglo XXI una opción, entonces Nicolás Maduro encarnará al gobierno y a
oposición a la vez, es decir, será la cabeza de la revolución socialista
bolivariana, pero al mismo tiempo el líder de unas reformas capitalistas,
anatema y némesis de los marxistas. En ese contexto es que se inscribe la
iniciativa de la llamada Ley antibloqueo, que no es otra cosa que un
instrumento para masivas privatizaciones de empresas públicas, al igual que
medidas anteriores como la unificación cambiaria hacia el “dólar criminal”, la
eliminación de los controles de precios y la creciente dolarización de hecho y
cada vez más de derecho de nuestra economía.
Tenemos
que estar claros, pasamos de la etapa de cambiar el gobierno a tratar de que el
gobierno cambie, por lo menos durante los próximos 3 años. La pertinencia de
aplicar un modelo tipo chino en Venezuela se desprende de la metástasis
socialista que vivimos. Ese modelo ha sido exitoso para sacar a la gente de la
pobreza, sólo le falta su componente democrático y es posible dárselo por la
tradición democrática que tenemos en nuestro país, que hoy por hoy, a pesar del
déficit de libertades públicas que tenemos, aun así, todavía existe mayor
margen de acción política para las fuerzas opositoras que el que existe hoy en
China.
En
este momento muchos poderes oficiales, oficiosos, facticos y no facticos,
empujan a las reformas de corte capitalista. Que sean para dejar atrás
políticas socialistas fracasadas o para auxiliar a un modelo socialista en
aprietos, es lo que está por verse. Por lo pronto, haciendo las cosas
económicamente pésimas, la “nomenklatura” que llegó al poder en 1999 ha
cumplido su promesa de permanecer en él hasta el 2021. Si el desempeño de la
economía nacional empieza a ser regular o razonablemente bueno, puede que se
extienda la longevidad de dicha “nomenklatura”.
Tal
vez el nuevo período político e histórico que se abra en Venezuela sea menos
disruptivo que los anteriores. Conducido, posiblemente, de forma total o
parcial, por actores salidos de las entrañas del monstruo.
pedroeliashb58@yahoo.com
@mcymodeloglobal
Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario