Por donde se observe al país, hay problemas que redundan en el agravamiento de la dinámica política. Pero también, de todos aquellos aspectos relacionados con la economía nacional, su administración. Y por consiguiente, de su cotidianidad. Cualquier rincón, es fuente de dificultades que han venido convirtiéndose en parte de la agenda de cada día. Sin que el oprobio gubernamental deje ver algún interés en solucionarlo.
De manera que en medio de tales realidades, Venezuela se anegó por causa de conflictos que sólo han coadyuvado a acentuar la crisis política que afecta su funcionalidad. Crisis ésta que ha arrastrado otra crisis del tipo de acumulación, tanto como una crisis del tipo de dominación. En fin, problemas por todos lados creados y alentados en el curso de un desgobierno total y totalitario. Básicamente, azuzado por el pensamiento equivocado de un militarismo carente del más elemental sentido de tolerancia, convivencia y pluralismo. Mejor parecido al fascismo que impuso Mussolini en la Italia de hace más de medio siglo.
En términos de lo que tan triste situación ha generado, se tiene un país asediado más desde adentro que desde afuera. Y todo, a consecuencia de una concepción de gobierno que escasamente trasciende del concepto de “bodega”. O en el mejor de los casos, de “cuartel” aunque salvando las diferencias organizacionales y disciplinarias. Si acaso.
Deberá decirse que el problema tiene nombre propio. No hay de otra. Más cuando la atolondrada verborrea o narrativa política, desfigura la realidad de todo cuanto alude. O peor aún, la desarregla en perjuicio de las esperanzas de quienes, ilusa o ingenuamente, han creído en la doctrina del socialismo.
La capacidad de manipulación, sumadas a las de engaño, descaro, cinismo, obscenidad, provocación, impertinencia y de insolencia de los conspicuos representantes del régimen, ha permitido la impunidad, la corrupción y la descomposición que actualmente castiga al país en todas sus expresiones. La gestión del régimen, ha esquivado muchas de las ideas bolivarianas que a menudo proclama. Y que, desvergonzadamente, se atreve a exhortar.
No hay duda alguna de la conmoción que vive la sociedad venezolana cuando conoce de las barbaries cometidas por la delincuencia. Cabría acá preguntarse, pero ¿cuál delincuencia? Por la misma delincuencia que, muchas veces y ante determinadas situaciones, actúa en nombre de la revolución, de la justicia socialista o del bolivarianismo.
No hay dudas de que Venezuela muestra signos de agobio
y de cansancio por tanto abuso cometido con absoluta impunidad. El grado de
intensidad de las tropelías cometidas en contra de la familia, de los gremios,
de los sindicatos, de la Iglesia Católica, de las escuelas, de las
universidades, de los hospitales, es insólito. Incluso, en contra de todos
aquellos estamentos y personas que se pronuncian en desafecto o desacuerdo con
el extremista proceder del régimen. A pesar de discursos maquillados o adornados
con alusiones de democracia. Pero que no son sino las imágenes de una Venezuela
que apesadumbrada y a contradicción de tantos y repetidos pronunciamientos
políticos, se convirtió en un ruido país. A decir de la literatura crítica, en
un país con pies de barro.
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