El “Gloria al bravo pueblo” fue una canción patriótica más bien poco afortunada y con palabras, un tanto rimbombantes que fueron escritas por Andrés Bello para una canción política que se oyó en Caracas en los días del 19 de abril de 1810, y que molestó especialmente a algunos de los que perdieron sus empleos y sus libertades personales cuando los venezolanos nativos empezaron a conquistar los suyos. Era, en realidad, la adaptación de una canción de cuna, de un sencillo “arrorró”, que Lino Gallardo, mediante el simple recurso de cambiarle el “tempo” y el ritmo, convirtió en una especie de canción marcial. Y fue esa la canción que e1 25 de mayo de 1881 el gobierno de Antonio Guzmán Blanco convirtió en Himno Nacional de Venezuela con los nombres de los autores cambiados, pues aparecen como tales Juan José Landaeta y Vicente Salias.
¿Por qué les fue escamoteada a Bello y Gallardo la paternidad del Himno? Simplemente porque ni el uno ni el otro fueron bolivarianos. Bello nunca confió en Bolívar y así se lo hizo saber a varios de sus corresponsales en numerosas oportunidades. Había escrito la letra de una canción patriótica (“Caraqueños otra época empieza”) con música de Cayetano Carreño, que no sobrevivió a su tiempo. Para Guzmán Blanco y los cultores de la religión bolivariana, Bello era, simplemente, un apóstata, un enemigo, y los bolivarianos no aceptan nada de un enemigo. También Lino Gallardo era enemigo. Nacido en Ocumare del Tuy en 1773 y muerto en Caracas en 1837, Gallardo, aunque participó activamente en los movimientos independentistas y revolucionarios de 1810, 1811 y 1812, y aunque estuvo preso en las bóvedas de La Guaira por sedicioso, a la caída de la primera República, en 1818 reculó, y durante el régimen realista fundó la Sociedad Filarmónica de Caracas con apoyo de las autoridades. En 1827, durante la última visita de Bolívar a Caracas, compuso una canción muy, pero muy parecida al “Gloria al Bravo Pueblo”, cuya letra, quién sabe improvisada por quién, decía: “Salud a Bolívar / que en carro triunfal / desde el Cuzco torna / al suelo natal... // De Atahualpa deja / vengados azás / los manes sangrientos / que duerman en paz /
El Perú le adora / y Caracas más..”. (“En el Vivir de la Gran Ciudad”, de Graciela Schael Martínez, Ediciones Conmemorativas del Bicentenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar, Concejo Municipal D.F., Caracas, Venezuela, 1983. p. 202) Versos de seis sílabas, tan pobres y elementales como los del Himno, con lo que hay un indicio más, y bien sólido, de que sí fue Gallardo en autor de la música del “Gloria al Bravo Pueblo”, aunque en realidad se trate de una vieja canción de cuna convertida en Himno. El problema más serio, más dirimente, con Gallardo vino después, pues en 1830 fue protegido de José Antonio Páez, lo cual lo hacía inelegible para Guzmán Blanco y los cultores de la nueva religión bolivariana, por lo cual fue eliminado de un autocrático plumazo y sustituido por Landaeta, insospechable de paecismo, y, por cierto, socio de Gallardo en el “Certamen de Música Vocal e Instrumental”, que era una sociedad de conciertos fundada en 1811. Juan José Landaeta nació en Caracas en 1870 y murió el 26 de marzo de 1812, durante el terremoto del Jueves Santo. De modo que no pudo “recular” ni ser protegido de Páez, lo cual fue decisivo para que los primeros “ayatolaes” del bolivarianismo decidieran que era él el autor de la música del Himno, a pesar de que la hija de Gallardo, Francisca de Paula, que tenía 76 años cuando se publicó el disparate de 1881, reclamó airadamente el abuso, tal como otros que conocieron personalmente a Gallardo y a Landaeta. Pero, como era y es usual, el poder, impertérrito, ignoró sus reclamos (y aún los ignora). El músico e Historiador Alberto Calzavara, poco antes de morir, localizó en París un ejemplar de un periódico (“El Americano”), editado en febrero de 1874, es decir, casi siete años antes del disparate guzmancista, en el que se publicaba la canción patriótica y se indicaba como sus autores a Andrés Bello y a Lino Gallardo.
Es un hecho más que demostrado, pues, que fueron Bello y Gallardo, nada bolivarianos, los autores. Como lo es, también, que el “Gloria al Bravo Pueblo” nunca fue cantado por los soldados independentistas, que preferían “La Marsellesa” y otras canciones revolucionarias de su tiempo. En cambio, la canción de marras sí fue conocida y apreciada por el cura chileno y revoltoso don José Cortés de Madariaga, a quien Emparan calificó de pillo y alguna vez Simón Bolívar tildó de loco.
Cosas oiredes, Sancho amigo. Hay un hecho curioso que merece ser destacado: ese despotismo, el que si levanta la voz se va a encontrar de frente con el bravo pueblo, no es el despotismo español, ni es despotismo monárquico. Se trata del despotismo francés, el representado por Napoleón Bonaparte, o sea ¡la República!, la Revolución Francesa. De modo que bien puede decirse que hoy en día, todos los días, cuatro veces al día, se exalta la monarquía absolutista española de comienzos del siglo XIX en todas las emisoras de radio y televisión de Venezuela. Y lo mismo se hace en los actos públicos. Y en las escuelas y liceos, todas las mañanas. La República le canta a la monarquía y nadie parece darse cuenta de ello.
Y no es ese el único disparate de la República. Los hay mayores. Sin embargo, en realidad hay que verlo todo de otra manera: en los primeros días de Venezuela como nación, cuando pletóricos de alegría los que se sentían triunfantes cantaban en las calles esa y otras canciones patrióticas, era el optimismo lo que realmente imperaba en Caracas y en casi todo el territorio que hoy en día se conoce como Venezuela. Un optimismo inocente, “naïf”, y cuyos protagonistas jamás podrían haber imaginado que estaban a punto de padecer uno de los peores y más terribles incendios que pueblo alguno ha padecido desde que el hombre es hombre. Porque, si algo es realmente claro con respecto al proceso de la Rebelión de Caracas, es que los primeros pasos hacia la Independencia de Venezuela fueron confusos y vacilantes.
Caracas y la Provincia de Venezuela, que durante mucho tiempo fueron una de las zonas más pobres y atrasadas de la América española, habían conocido un período de prosperidad, que se reflejó especialmente en el nivel cultural de los caraqueños, algo que llamó especialmente la atención a Humboldt cuando pasó por la villa. Ese nivel cultural llevó a varios de sus notables a pensar en que debían seguir el camino trazado por los habitantes de la América inglesa, de la América del Norte, y buscar la Independencia.
Y los hechos se aceleraron debido
a lo que ocurrió en España: la Francia revolucionaria, ya en manos de Napoleón
Bonaparte, se apropió de España. El rey español fue echado de su posición y
sustituido por José Bonaparte. Y en la América española se produjo un verdadero
vacío de poder que debía ser llenado por algo o por alguien. Los mantuanos, que
controlaban el Ayuntamiento de Caracas, se alzaron y tomaron el control de la
Provincia, constituyeron un gobierno autónomo, que desconocía los nexos con el
rey de España (o con el nuevo rey de España, que era francés) y echaron a andar
hacia la Historia, hacia la gloria que cantaban al bravo pueblo, que no era en
el fondo sino un espectador, la parte interna del público que, en silencio,
contemplaba el espectáculo. Con seriedad de niños actores, se repartieron las
funciones de gobierno, la hacienda, las relaciones exteriores, la policía, la
justicia, e iniciaron aquella obra sin saber que, muy pronto, se les
convertiría en tragedia.
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Venezuela
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