Así
pues, olvidémonos de que en el orden del día norteamericano habrá una atención
obligada, esencial, constante e inmediata a los asuntos nuestros. Lo mismo
ocurre con el resto del Hemisferio. Sin embargo, debe quedarnos claro, por
igual, de que no estamos frente a un olvido en el nuevo gobierno de Joe Biden o
de un inesperado desdén por la formulación de una política en torno a nuestro
país y a los crímenes del dictador. Lo que ocurre es la estrategia está siendo
enunciada en otro nivel y con otro énfasis por los funcionarios que se ocuparán
del día a día de las relaciones externas de los Estados Unidos.
Desde
antes de la inauguración presidencial, el 19 de enero Anthony Blinken, nuevo
Secretario de Estado anunció, sin rodeos, que su país mantendría la línea de
política internacional establecida por Donald Trump en torno a Venezuela. Como
decía ayer el periódico español La Razón, Blinken “explotó la burbuja del sueño
totalitario de Maduro” quien contaba con que un nuevo inquilino en la casa
Blanca serviría para inocular “un poco de aire fresco para el régimen que lo
sostiene en el poder”. Ya desde ese momento no quedó duda alguna sobre el
reconocimiento expreso de Juan Guaidó por parte del presidente Biden.
No
contentos con lo anterior y para que no quedara duda en cuanto al alcance del
apego de los Estados Unidos al retorno de nuestra pisoteada democracia, antes
de la alocución de Joe Biden el vocero del departamento de Estado, Ned Price,
efectuó algunas puntualizaciones acerca de Venezuela: la primera de ellas es la
calificación del régimen actual como dictatorial y la segunda, la clara
intención del Pentágono de no emprender conversaciones bilaterales con Maduro y
sus adláteres. Price no tuvo pelos en la lengua para calificar a los personeros
del gobierno como “envueltos en corrupción y violación de derechos humanos”.
No hay
que hilar demasiado fino para interpretar lo que podrá ser el curso que tomará
la diplomacia norteamericana en esta nueva administración. Está ya escrita
hasta en su letra chiquita. Es evidente que Estados Unidos se distanciará de
las ejecutorias de Donald Trump en unos cuantos terrenos, mas no así en lo
atinente a Venezuela. Una concertación con sus aliados de similar talla en el
mundo los llevará a todos, y bajo el liderazgo norteamericano, a mantener una
estrategia de sanciones al régimen dictatorial, lo que les permitirá acercarse
a una solución negociada que conduzca al país a elecciones. Ello es notorio
igualmente cuando se analizan los pasos que están dando otros países
desarrollados- la Unión Europea incluida- por aproximarse al restablecimiento
de un régimen de libertades en el país venezolano. Irán de la mano con Joe
Biden.
La
batuta mundial la van a llevar los estadounidenses, así que mal hace la
oposición venezolana en invertir sus energías en tratar de conseguir
acercamientos en otras áreas del planeta o en críticas acidas a otros actores
como la Unión Europea. Los pocos aliados que le vienen quedando a la Venezuela
madurista no quebrarán lanzas por el régimen usurpador cuando se enfrenten a la
determinación norteamericana de exigir un transito democrático. Me refiero a
China y a Rusia cuya vinculación económica y política con la Revolución es ya
bien precaria a estas horas: son más las facturas que tienen por cobrar. Y
también me refiero a Irán que pudiera ser constreñido por Washington a terminar
con la alianza perversa con Caracas, si en Teherán tienen interés en un acuerdo
nuclear con los americanos.
En
definitiva, las líneas estadounidenses de relacionamiento con la dictadura
están trazadas. A ellas deben adecuarse todos en el suelo patrio: quienes
aspiran y batallan con ahínco por la salida pronta de Maduro y quienes se
esfuerzan, con magras esperanzas, a mantenerlo en el poder.
beatriz@demajo.net.ve
@beatrizdemajo1
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