Hace menos de un mes Xi Jinping se inauguró en la
escena internacional en el Foro de Davos con una lapidaria frase que aseguraba
que “mundo no volverá a ser como antes” haciéndole honor al lema que quisieron
imponer los organizadores del encuentro que lo titulaban de “El Gran Reinicio”.
El mandatario chino a inicios de este año ubicaba a su país como uno de los
grandes artífices del cambio, sin que le faltara razón, ya que lo cierto es que
China ha sido única entre todas las grandes naciones, en exhibir crecimiento
positivo en el gran año del colapso mundial.
Ya lo decía un comentarista de las redes al afirmar
que “el Partido Comunista Chino, al día de hoy es la organización más poderosa
del planeta, ha logrado fusionar lo mejor de ambos mundos, crecimiento y
generación de riqueza capitalista y control férreo de la economía y la sociedad
por parte del gobierno, lo que ha convertido a China en una máquina imparable
de crear riqueza, empleo y desarrollo tecnológico” Ya para fines de febrero las
diferencias en el comportamiento de las dos potencias, Estados Unidos y China,
se desarrolla dentro de un ambiente global de enfrentamiento tanto en el
espectro económico al igual que en el político.
Xi, con sus 8 años al frente de la potencia de Asia,
se vanagloria de haber anudado una relación proactiva y de influencia con 15
países de Asia con los que ha firmado el mayor acuerdo comercial del mundo. Con
Europa ha acordado un pacto de inversión sin precedentes, mantiene una
penetración incisiva en el Continente africano y se ha vuelto clave para los
países latinoamericanos en los que sus inversiones en infraestructura fortalecen
a los gobiernos locales. Ni hablar de la dominación tecnológica y del
ciberespacio en la que sus empresas son, sin duda, sólidos bastiones
universales.
Joe Biden, de su lado se ha inaugurado con el peso de
un enfrentamiento con China como herencia de su predecesor, un juego en el que
China pareciera estar llevando la delantera. Según devela un artículo del Wall
Street Journal, China superó a los Estados Unidos el año pasado como principal
destino mundial de inversión extranjera directa. Y la UNCTAD acaba de publicar
cifras que muestran cómo las inversiones directas de los extranjeros en los
Estados Unidos se descalabraron 49% en el año de la pandemia, mientras que las
de China se expandieron un 4%.
China es, sin duda, una amenaza. Si los Estados Unidos
no pueden superar a los asiáticos, la vía idónea para detener sus ansias
supremacistas debe ser la de hacer causa común con sus aliados naturales o con
los que estén dispuestos. Una confrontación, aunque serviría para aglutinar a
los estadounidenses, estaría muy llena de escollos y de dificultades.
Algunos políticos norteamericanos rayan en la
desesperación frente a la agresividad china, pero lo que se impone es un frio
juego de estrategias realistas y sin arrogancias dentro de las cuales es
preciso estar claro cuánto está Washington dispuesto a dejar en el camino.
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