La
reacción de la UE contra Maduro, luego de esas votaciones, se ha ido dando por
etapas. En la primera fase, desconoció los resultados. No admitió la validez
del holgado triunfo del oficialismo y, aunque no siguió reconociendo a Juan
Guaidó como presidente interino,
continuó aceptando como legítima la Asamblea Nacional del 2015. Ahora,
sancionó a los funcionarios del Estado. La UE no aceptó con los brazos cruzados
su fracaso cuando intentó que el gobierno cambiara la fecha de los comicios de
diciembre y mejorara las condiciones en la cuales la cita se efectuaría. Josep
Borrell, canciller de la UE, y el Grupo de Contacto Internacional, pedían que
se levantara la inhabilitación de los partidos políticos censurados y se
modificara el día de la convocatoria
para un momento en el cual se dieran las condiciones mínimas que
garantizaran una campaña electoral
‘normal’, que les permitiera a los candidatos dar a conocer sus programas
legislativos, y a los electores, conocerlos.
La pandemia provocada por la Covid-19 impedía el desenvolvimiento normal
de la campaña.
Las
nuevas sanciones se alinean con la que ha sido hasta ahora la política del
gobierno de Joe Biden con relación a Venezuela.
Sin la estridencia que tuvo Donald Trump, la nueva administración ha
mantenido la misma firmeza. No se ha producido ningún giro que permita suponer
que habrá un cambio significativo en el tipo de nexos entre Washington y Caracas. Juan Sebastián González, el funcionario encargado de llevar
las relaciones con América Latina, ha insistidito en que el patrón no cambiará
mientras el régimen venezolano no dé señales inequívocas de respetar las reglas
del juego democrático. El gobierno norteamericano no ha reconocido los
resultados de las elecciones de mayo de 2018, ni a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.
Su reciente intervención en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha sido
cuestionada por distintos funcionarios del Departamento de Estado.
Todo
este cuadro no hace sino complicar aún más las posibilidades que en Venezuela
se cree el ambiente adecuado para una negociación eficaz entre el gobierno, la
oposición y los factores internacionales interesados en resolver la fenomenal
crisis existente. Estas son noticias muy desalentadoras
para los venezolanos y también para los
gobiernos vecinos, que esperan detener el éxodo venezolano. Su impacto
económico y social en la regional, ya golpeada por la pandemia, está siendo muy
fuerte.
No existen
ningunas posibilidades de que los problemas domésticos se resuelvan, mientras
no se superen las aristas más filosas de la crisis política nacional. La
permanencia de Maduro en Miraflores es vista por los venezolanos como la
principal barrera para enderezar las cargas. Y así es. Su desprestigio interno,
la desconfianza que genera y el aislamiento internacional, le impiden colocarse
a la vanguardia de los cambios económicos y políticos que deben acometerse.
Las
tensiones con la UE enrarecen aún más el ambiente. Conspiran contra la
posibilidad de que los sectores democráticos utilicen el apoyo internacional
para intentar alcanzar acuerdos que mejoren la situación. Lo más probable es
que estimulen un giro más autoritario
del régimen y una entrega todavía más incondicional a las Fuerzas Armadas y al
amplio e inescrupuloso aparato represivo legal e ilegal sobre el que se
sostiene la autocracia.
La
salida de Isabel Brilhante Pedrosa en
vez de fortalecer las posiciones de las fuerzas democráticas, las debilita más
de lo que ya están. En medio de la precariedad en las que estas se encuentran,
su gran fortaleza reside en la corriente de simpatía y en el respaldo
internacional que despierta la posibilidad de restablecer la democracia. Pero,
para que la alianza funcione, resulta crucial que converjan las iniciativas
internacionales con las posibilidades reales de la oposición de afincarse en
ese apoyo con la finalidad de lograr cambios concretos en el panorama nacional.
Las sanciones, aunque parezca paradójico, disminuyen esas probabilidades, pues
inducen reacciones como la expulsión de la embajadora y cohesionan al régimen,
proporcionándole más argumentos para aferrarse a posiciones intransigentes y autoritarias.
Deploro la expulsión de la embajadora Brilhante. Creo que la UE no ha diseñado la estrategia correcta para ayudar a salir de Maduro.
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