Al oír las entrevistas de radio con Rodrigo Cabezas, a
propósito de la carta a la izquierda democrática que este divulgó hace unos
días, puede caerse en la ilusión de que el ex ministro de Finanzas de Chávez ha
experimentado lo que Aristóteles llamaba una anagnórisis, ese momento de la
tragedia en que un personaje tiene una revelación del alcance de sus actos.
Cabe imaginar que si un alto funcionario de los gobiernos chavistas se detiene
a ver el daño que estos han causado, las vidas que han destrozado, las familias
que han separado, los niños a los que han condenado a no alcanzar jamás el
desarrollo físico ni mental porque la demolición del agro y del aparato
productivo los amarró a la desnutrición, en fin, si alguien que ha ocupado
cargos de importancia en el nefasto chavismo vislumbra su cuota en la
devastación del país, debe ser terrible.
Pero al leer el documento aludido en esas entrevistas,
en las que Cabezas se muestra crítico y sensibilizado frente a las violaciones
de derechos humanos en los que ha incurrido el régimen de Nicolás Maduro, se
encuentra conque su reconocimiento de los graves delitos del chavismo llega
hasta 2014… Antes de eso, según la misiva, no se habían registrado
profanaciones a la Constitución, decisiones nefastas en materia económica,
crímenes de Estado ni depauperación de la democracia.
“Encaremos la verdad. Por qué nos vamos a hacer
cómplices de una mentira para no asustar al país”
Desde luego que el pronunciamiento de Rodrigo Cabezas
es importante. Muy importante. Y el país puede sentirse agradecido de que haya
hecho el esfuerzo de escribir un pliego de nueve cuartillas y lo haya
distribuido entre 82 partidos políticos del mundo para advertir las dimensiones
del horror al que han arrastrado a Venezuela. Y desde luego que es un gesto
valiente, puesto que por mucho menos (por ejemplo, por los 140 caracteres de un
tuit escrito por un desconocido) la dictadura manda a la cárcel a cualquiera.
Pero para que una iniciativa de arrojo y dignidad tenga efecto debe tener
credibilidad. Y el folio de Cabezas tiene demasiadas contorsiones, para
exculpar a Chávez y para eludir su propia responsabilidad, como para resultar
del todo creíble.
Es absurdo postular que esta tragedia comenzó en 2014.
Sí, estalló en 2014, pero venía cocinándose desde 2005, al menos, cuando se
puso en marcha un plan de expropiaciones, controles, creación y desviación de
recursos hacia el Fonden, así como el brote de proyectos mil millonarios que
nunca se empezaron o no se terminaron, el endeudamiento externo masivo, la
militarización del Estado y de la sociedad, la persecución política y el
desconocimiento de la voluntad popular, entre otros muchos delitos y
atropellos. Rodrigo Cabezas presidió, como diputado por el PSUV, la Comisión
Permanente de Finanzas de la Asamblea Nacional, y fue ministro de Finanzas de
2007 a 2008. Para que sus detracciones tengan solidez, lo menos que debería
hacer es reconocer que aquellos polvos trajeron estos lodos, que un desastre de
la magnitud del obrado por el chavismo no se logró en siete años y que Maduro,
por cierto, impuesto por Chávez, no hizo sino continuar la senda trazada por
aquel a quien todos llamaban padre, comandante y otras zarandajas.
Es comprensible la posición de quienes llaman a tragar
grueso porque del chavismo no saldremos sin la fundamental colaboración del
llamado chavismo disidente, pero salir del chavismo pasa por admitir su
monstruosidad genética, que no es que era chévere, pero lo instrumentaron mal.
No. Chávez, quien era un gran ignorante, un caporal sin preparación, un
delirante fabulador sin sentido del ridículo, llegó al poder para entregarle el
país a Cuba, para abrirles las puertas a cuanta organización mafiosa hubiera en
el mundo, para acabar con la democracia de Venezuela y con la intención nunca
disimulada de instalarse en el poder mientras viviera.
“Rodrigo Cabezas presidió, como diputado por el PSUV,
la Comisión Permanente de Finanzas de la Asamblea Nacional, y fue ministro de
Finanzas de 2007 a 2008”
Cómo no vamos a apoyar el hecho de que Rodrigo
Cabezas, conspicuo chavista, dirija una carta a casi un centenar de partidos
(la mayoría de los cuales deben haber aplaudido a Chávez mientras este cometía
crímenes de los que se jactaba en televisión y muy probablemente también hayan
recibido chequecitos con ingentes recursos arrebatados al pueblo venezolano).
Muy meritorio que lo haya hecho, mucho más cuando su manuscrito lleva el título
de “Venezuela: El sonido del silencio de las víctimas o la coartada
antiimperialista de los victimarios”.
Lo malo es que al adulterar los hechos, como esa carta
hace en cada párrafo, encubre la verdadera naturaleza del chavismo y con ello
lo justifica. Como si el país no hubiera sido destruido por el chavismo sino
por Maduro y su banda.
Escribe Cabezas: «Siete años han transcurrido sin un
especialista del área en la conducción del gabinete económico ministerial y del
Banco Central. La industria petrolera, las empresas básicas de Guayana, la
petroquímica y el sistema eléctrico nacional han tenido a militares totalmente
inexpertos al frente de ellas». Y antes, con Chávez, ¿no hubo ineptos, civiles
y militares?, ¿a quién se puede señalar, no solo como precursor sino empeñado
impulsor de las destrucción de los sectores mencionados por Cabezas?, quien
finge desconocer que fue Chávez quien impuso el control de cambio (desde
febrero de 2003); quien hizo reformar la Ley del Banco Central de Venezuela
para permitirle al Gobierno retirar reservas internacionales “excedentarias”;
quien creó el Fonden para ser controlado directamente por él, como también se
jactó en TV; quien, a partir de 2007, al lanzarse al festín de
nacionalizaciones y expropiaciones de empresas y tierras, les pagó a los
extranjeros, pero a los venezolanos no (esto es, los robó); quien, en octubre
de 2011, hizo promulgar la Ley orgánica de precios y ganancias justas; quien
despidió 20.000 empleados de PDVSA, considerada hasta 2002 la empresa petrolera
estatal mejor manejada del mundo, y quien ordenó, en 2009, las 140
expropiaciones de los proveedores de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo,
que prestaban servicios a PDVSA.
“La verdad es que es mucho lo que avalaron y mucho el
silencio que guardaron y que siguen guardando mientras persistan en el embeleco
de excusar a Chávez”
«El discurso oficial al comienzo de la recesión, hace
siete años, justificó tal desastre en la ‘guerra económica’», dice Cabezas en
su carta refiriéndose a una expresión acuñada por Chávez, por supuesto, mucho
antes de 2014. Y también dice: «Nadie que haya asumido el ideal socialista democrático,
puede avalar, ser indiferente, guardar silencio o atreverse a justificar el
sufrimiento humano que origina una política de terror de Estado». Pero la
verdad es que es mucho lo que avalaron y mucho el silencio que guardaron y que
siguen guardando mientras persistan en el embeleco de excusar a Chávez -y,
claro, a ellos mismos-, de hacer como que esos 15 años de régimen autocrático,
malbaratador de los mayores recursos que hayan ingresado al país en su
historia, mentiroso y embaucador, no hubieran existido.
«La otrora revolución bolivariana», dice Cabezas en la
carta, «la convirtieron en un gobierno que hace rehén a su propio pueblo a
partir de la coerción militar-policial-clientelar». Falso. No la convirtieron.
Siempre fue así. Desde el primer día.
Estamos de acuerdo en que, para desalojar la plaga
madurista del poder, debemos tragarnos un sapo. Pero traguemos todos. Encaremos
la verdad. Por qué nos vamos a hacer cómplices de una mentira para no asustar
al país infantil.
Todo el mundo puede recapacitar. Claro que sí. Y qué
bueno que así sea. Pero no es que vamos a recapitular para concluir que la
hecatombe de Venezuela fue un daño colateral, una mera anomalía de la
implementación de una ideología buenísima.
Que Rodrigo Cabezas se le haya plantado a Maduro para
enrostrarle sus crímenes es admirable. El problema es que su acción pierde
fuerza al no acompañar su alegato con la determinación de hablar con la verdad.
No pedimos que, al comprender lo que ha hecho, Edipo se saque los ojos. Solo
que exponga la tragedia desde el principio
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