--¿Ni a mi mujer se lo puedo contar? --Ni a tu mujer.
El Festival de Cine de Miami es una de las grandes
cosas que ocurren en esta ciudad anualmente. La otra es la Feria del libro.
Este año exhiben Plantados, una película largamente esperada por los cinéfilos.
Afortunadamente, la dirigió Lilo Vilaplana, un realizador serio y
experimentado, al que hay que agradecer que se enfrentó a una historia muy
dramática con total sobriedad. El guión fue obra de Ángel Santiesteban, de Juan
Manuel Cao y del propio Vilaplana. Los dos primeros sufrieron injustamente
cárcel política en La Habana, aunque muchos años después de los sucesos que
narra este largo metraje. La música es de Arturo Sandoval. Boncó Quiñongo
abandona su rol cómico y fiestero y borda un papel dramático de preso político.
Se les llamó “plantados” al puñado de presos políticos
cubanos que se declararon en rebeldía pese a la brutal represión que el régimen
de los Castro ejercía contra ellos. Los golpeaban o asesinaban a su antojo.
Algunos de ellos habían tenido un comportamiento heroico y significativo contra
la anterior dictadura, la de Batista. Pienso en Huber Matos y en Eloy Gutiérrez
Menoyo. Otros no tuvieron suficiente edad para destacarse, como Ernesto Díaz
Rodríguez o Ángel de Fana, y les tocó desplegar todo su valor personal contra
el castrismo, algo que hicieron (y siguen haciendo) notablemente.
Realmente, los plantados fueron pocos entre los miles
de retenidos en las cárceles comunistas durante un buen número de años. Cuando
el régimen advirtió que no conseguía domarlos y debía matar a todos los presos
políticos –lo que no podía hacer dada su imagen y el hecho de su extrema
visibilidad-, o buscar alguna forma de liberarlos, encontró la solución de su
dilema en los “planes de rehabilitación” y en el hecho posterior de que Jimmy
Carter los aceptaba de buena gana en territorio norteamericano. Como siempre ha
ocurrido, le pasaba su problema a Estados Unidos.
Los soviéticos, que eran grandes expertos en la
materia, le explicaron a los comunistas cubanos que ofrecer alguna recompensa a
quienes se prestaran a participar en el “plan”, como la libertad anticipada,
sólo podía traer ventajas para los que la otorgaban. En primer término le
dividía a la población carcelaria entre un grupo de “irreductibles”, decididos
a medir la calidad de los seres humanos por la capacidad de aceptar el
sufrimiento, y otro, mucho mayor, de “razonables”, dispuestos a admitir que
habían perdido la guerra y se refugiaban en batallas personales o familiares.
Existía, además, un mecanismo psicológico que llevaba
a la mayor parte de los seres humanos a “creer en lo que decían” y no al revés,
especialmente si se trataba de personas mentalmente bien estructuradas. Todo
estaba, pues, en generar las condiciones para que los presos repitieran como un
mantra ciertas idioteces ideológicas. Dando por descontado que muchos tratarían
de engañar a los “rehabilitadores” para alcanzar la libertad o para escapar,
pero todos saldrían cohibidos de volver a las conspiraciones, salvo los
“plantados”.
Uno de esos plantados era José Pujals Medero. Una
persona integérrima que había estado en la cárcel 28 años. Cuando salió de la
prisión y de Cuba (valga la redundancia), habló mucho con Leopoldo Fernández
Pujals, su sobrino, un magnate cubano radicado en España, y le contó todo lo
que había padecido en manos de los carceleros. Parece que éste le dijo,
conmovido: “esto merece ser llevado al cine”. A José Pujals no le alcanzó la
vida para ver esta película enteramente financiada por su sobrino.
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