Lo que en
el conocimiento común es definido como Estado, con sus elementos y características,
sirve para medir la magnitud y alcance de la desaparición del Estado
venezolano, convertido hoy en una banda mafiosa de delincuentes, algunos,
autores comprobados de crímenes de lesa humanidad, que han usurpado las
estructuras estatales y dominan las instituciones mediante el terrorismo de
Estado, la coacción arbitraria y discrecional, el miedo y la miseria de las
mayorías.
Venezuela
pasó de ser un Estado forajido, subsidiario de Cuba desde que Chávez llegó al
poder en 1999, vinculado con el crimen organizado transnacional y sustentado
geopolíticamente por regímenes como Rusia, China, Irán y Turquía —todos
contrarios a la democracia y con poderosos intereses económicos en el país—, a
estar a la deriva, sin Estado ni gobierno efectivos.
La
camarilla militar civil que Maduro preside no tiene interés en el bien común ni
en el bienestar de los ciudadanos, ni en una economía productiva ni en
servicios públicos extendidos a todo el país, eficaces y con mantenimiento
preventivo, ni en la transparencia de la gestión pública ni en el respeto a la
integridad, los bienes y la propiedad de los ciudadanos. Y cuenta con el
silencio cómplice de oportunistas que pretenden acuerdos «parciales» con
«quienes tienen el poder».
Para
mantenerse aferrados a Miraflores, todo vale: la pérdida de la soberanía
nacional, la entrega sin pudor de zonas estratégicas del territorio, que se han
tomado fuerzas extranjeras de ocupación, como los cubanos, rusos, chinos e
iraníes, o bandas criminales como Hezbollah o Hamas, o fuerzas irregulares
provenientes de Colombia como el ELN y las FARC, hoy divididas entre los
fundadores de la nueva Marquetalia, alias Iván Márquez y alias Jesús Santrich,
férreos aliados de Maduro, y la otra disidencia de las FARC, dirigida por
Gentil Duarte.
Es clave
distinguir el Estado del gobierno, que es uno de sus elementos fundamentales,
pero no el único, junto con la población, el territorio y la soberanía. El
Estado permanece, antecede y subyace a los gobiernos y es independiente de
estos.
Los
gobiernos son transitorios; conformados por individuos que ocupan cargos en el
Estado, lo administran, ejecutan sus políticas y obligaciones, toman decisiones
políticas y administrativas y cumplen las funciones públicas.
El Estado
articula las estructuras del orden jurídico para la cooperación social;
sustenta las leyes y obliga a su cumplimento; organiza las instituciones; posee
el monopolio legítimo de la fuerza y responde y protege a la comunidad o nación
que él representa. En un Estado democrático existe la división de poderes, cada
uno de ellos independiente y autónomo, a fin de limitar el poder; de impedir
los abusos, el predominio de una rama sobre las demás o la subordinación de una
de ellas sobre las otras.
La
población es el conjunto de personas que habita en un determinado espacio
físico, asentado en un territorio específico y que adquiere carácter de
comunidad cuando comparte rasgos de carácter histórico, religioso, económico y
cultural. El territorio es el elemento geográfico del Estado. Abarca el espacio
aéreo, marítimo y terrestre sobre los que el ente estatal ejerce su dominio y
soberanía. Es el perímetro espacial donde es válido el orden jurídico del
Estado. La soberanía es un elemento esencial, que asegura que el Estado sea
legal y real. Significa la capacidad de mantener los territorios que posee bajo
control total y sin influjo externo.
Sin
soberanía, un Estado no sería más que una colonia de una o varias fuerzas
extranjeras que la ocupan. ¿Qué tanto de Estado hay hoy en Venezuela?
El gobierno
legítimo presidido por el presidente interino, Juan Guaidó, no tiene poder real
ni control territorial, ni fuerzas armadas. Toda iniciativa de la presidencia
interina a favor de resolver la crisis humanitaria compleja que agobia al país
—no olvidemos el 23 de febrero de 2019— es contradicha o bloqueada por los
voceros del régimen, como acaba de ocurrir con el lote de vacunas asignadas
para el país por la OPS mediante el mecanismo Covax. No importa el interés
nacional sino imponer su voluntad de dominio o someterse a la férula de sus
mentores, en este caso Putin, para vender sin competidores la Sputnik V y Cuba,
con sus vacunas de dudosa credibilidad.
Estamos
frente a una ausencia crasa y culpable del Estado venezolano, sin control del
territorio, ni de la población ni de la soberanía. Sin gobernar, le queda solo
la represión como mecanismo de control social. Anomia, anarquía, transgresión
permanente de las normas, violación flagrante de derechos básicos. Permisividad
con grupos criminales, cuyos combates en Arauquita han desplazado hoy a miles
de venezolanos hacia Colombia.
Otros
ejemplos: la invasión del Cementerio General del Sur de Caracas, con sus
monumentos funerarios y mausoleos, convertidos estos en albergues de familias
muy pobres ante la indiferencia de las autoridades. La banda del Coqui en la
Cota 905 asalta un comando de la Guardia Nacional para sustraer armamento de
alto calibre, sin éxito. Se toman la autopista, convierten Caracas en
territorio hamponil y a los ciudadanos en víctimas del fuego cruzado.
La sede de
migración y aduana de La Victoria, en Apure, volada con explosivos por
disidentes de las FARC que la destruyeron totalmente. Represalia de los
irregulares que fueron atacados y bombardeados en Arauquita por tropas del
Ejército venezolano, no para impedir el ingreso de grupos criminales de
Colombia, como dijo Maduro, sino como ajuste de cuentas para favorecer a los
dos cabecillas de las FARC que Maduro protege en Venezuela, Márquez y Santrich
y «despejar» las rutas para el narcotráfico.
Más que
reconstrucción del país, su reinvención viable y democrática.
Marta De La Vega
@martadelavegav
@DiarioTalCual
No hay comentarios:
Publicar un comentario