Es imposible dudar que la pandemia ocasionada por el
surgimiento y propagación del Covid-19, ha actuado como la razón de crudos y
enormes problemas que han atascado el desarrollo del planeta en casi toda su
extensión. Tanto ha sido, que la pandemia ha visibilizado, amplificado y
agudizado importantes dinámicas económicas, políticas y sociales. Aunque no por
los precedentes de tan particulares conmociones, las mismas pudieron evitarse o
descontarse entre las causas que devinieron en las crisis que siguieron luego
profundizándose. Tan cierto ha sido todo
esto, que con la llegada de la pandemia los conflictos preexistentes no
marcaron mayores diferencias con las controvertidas situaciones causadas por la
incidencia del virus.
Las convulsiones generadas desde la irrupción del
peligroso virus, en todas las instancias de la sociedad, indistintamente del
tamaño de los países afectados, alcanzaron abrumadoras proporciones. Aun cuando
uno de los espacios donde mayor daño indujo, tuvo que ver con lo que ostenta el
ejercicio de la ciudadanía.
Las medidas de aislamiento impuestas a la población a
manera de prevención sanitaria, provocaron el resurgimiento de uno de los
problemas que con más fuerza ha deshilachado las vestiduras de las libertades y
de los derechos humanos. Incluso, hasta desnudarla de los principios que
configuran sus consideraciones. Aquellas que escudriñan los resquicios donde se
ocultan las desigualdades sociales.
Precisamente, es el tejido en el que se articulan las
realidades que suscriben la ciudadanía. La ciudadanía entendida como ejercicio
de la política, fundamento de la convivencia, aliciente de la pluralidad y
ancla de valores morales. Y por razones que explica la teoría de la democracia,
es el contexto del cual, en contraste con la igualdad o valor sobre el que se
construye el Estado democrático y social de Justicia y de Derecho, brotan las
desigualdades sociales.
En el fragor de tan aberrantes contradicciones, el
campo político ha sido bastión de crisis, fluctuaciones y movilizaciones que
han puesto en entredicho conceptos que fundamentan la teoría de la democracia.
Las limitaciones suscitadas del forzado confinamiento que ha venido viviéndose,
a consecuencia de la susodicha pandemia, forman parte de la retahíla de
torpezas que, en el marco de la democracia, han constreñido libertades y
derechos.
Muchas realidades se han visto incitadas a rebatir
estas limitaciones que impiden el alcance de objetivos libertarios trazados a
manera individual o colectivo. De hecho, la economía se vio profundamente
arrollada por el ímpetu de tan excesivas imposiciones. Asimismo, las sociedades
han reducido sus necesidades casi que obligadamente. Sin embargo, esto no ha
sido óbice para que el ejercicio de la política se aproveche de las debilidades
expuestas para radicalizar ejecutorias que rayan con el abuso que finalmente ha
permitido todo tipo de revancha, improvisaciones y decisiones acusadas de
intemperancia.
Muchas de estas acciones de gobierno, pueden verse
como la continuidad de las crisis que, años atrás, pusieron de manifiesto la
indignación de sociedades que venían resistiéndose a problemas de todo orden y
tamaño. Más aún, este problema sigue notándose o adquiriendo consistencia de
toda clase.
¿Cómo se afectó la ciudadanía?
En el fragor de tan convulsivas y conmocionadas
situaciones, la ciudadanía vio acentuar su crisis de desarrollo. Las
condiciones que impuso la pandemia bajo el argumento del cuidado individual,
con sus manipuladas medidas “preventivas”, terminaron frustrando importantes
esfuerzos encaminados en la dirección de ampliar libertades y derechos del
ciudadano. Es decir, esfuerzos dirigidos a validar potencialidades como
personas autónomas frente al poder político. Más, cuando éste pretende mantener
al ciudadano recluido en ámbitos
cerrados.
Estos esfuerzos, han buscado consolidar el concepto y
sentido de ciudadanía. Tanto como se plantea su dignificación. Aunque la
normativa jurídica y algunos preceptos constitucionales, han intentado afianzar
políticas que construyan ciudadanía. Sólo que la oquedad del ideario político
bajo la cual los Estados intentan ordenar criterios y postulados constitucionales,
salvo escasas excepciones, no se corresponde con las necesidades que clama la
resolución de problemas que fluyen por la dirección de la ciudadanía. El
ejercicio de la política, en tales casos, contrario a lo que describen sus
discursos, insufla vacíos e imprecisiones jurídicas que desvirtúan la
construcción de ciudadanía.
En el fondo, estos ha sido el “caldo de cultivo” de
todo lo que evidencia una ciudadanía escasa de estructura, identidad y
pertinencia. Y es el terreno proclive en donde las carencias y ausencias han
adquirido la fuerza necesaria para que la concepción de ciudadanía haya
sucumbido ante convencionalismos y formalismos sectarios y arbitrarios.
Es ahí de donde emergen hechos que por, obstinados y
ampulosos de mediocridad, se convierten en causales de problemas que asfixian
la ciudadanía en su esencia. Sobre todo, al horadar lo que envuelve la
convivencia. Particularmente, promoviendo acciones de violencia, regresivas y
de la peor calaña en cuanto a sus estamentos de valores morales.
La pandemia, al concebir el confinamiento de las
poblaciones de modo reactivo, sobre todo, en países con tendencias autoritarias
y totalitarias, desafiantes de la institucionalidad democrática, implicó el
arraigo de las crisis humanitaria y de salud que ya venían haciendo estragos en
importantes grupos de población. De ahí derivaron conflictos ocasionados por la
polarización entre facciones políticas, la estigmatización de comportamientos
sociales, el surgimiento de mecanismos sociales de violencia, los
desplazamientos y migraciones de grupos humanos, entre otros.
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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