Es cierto
que lo que alimenta la tesis del origen deliberado y malicioso del SARS-CoV-2
por parte de Pekín es la falta de transparencia que ese país ha abrazado como
modelo de actuación en sus relaciones con el resto del planeta. Ello ha dado
pie a su rival ancestral, los Estados Unidos, para perifonear un inequívoco
mensaje al mundo: la agresividad y el cinismo chinos son suficientes para
probar que la manipulación del SARS en el laboratorio de Wuhan si tenía un fin
destructivo y que la pandemia no es producto de una casualidad.
La semana
pasada ha vuelto a presentarse otro hecho que es tierra fértil para alimentar
la animosidad y atacar al gobierno chino. La prensa de Occidente se ha
regodeado en afirmar que acaba de ocurrir una admisión oficial china de la
debilidad de sus propias vacunas. Los titulares de los más destacados
periódicos del mundo se han hecho eco de la noticia proveniente de un foro en
la ciudad de Chengdu interpretándola ante el público de manera malintencionada.
La máxima autoridad de la Agencia china de Control de Enfermedades, Gou Fu, ha
hecho saber que se prepara un plan nacional para mezclar sus tecnologías con
otras que están rindiendo buenos resultados. Para los interesados, la
oficialidad china estaría reconociendo la ineficiencia de sus vacunas.
Los laboratorios de la nación asiática nunca han ocultado que la tasa de efectividad de sus vacunas no es alta y aun así han sido aprobadas por las autoridades sanitarias de más de sesenta países.
Este
episodio es de nuevo útil para sazonar tesis complotistas. En el espectro de lo
científico, no ocurre nada distinto en suelo chino de lo que ocurre en el medio
de la ciencia occidental. Los planes oficiales chinos intentan combinar la
seguridad de las vacuna de ARN mensajero como las de Pfiser que se practica en
otros sitios de mundo, con la de las vacunas propias chinas basadas en técnicas
tradicionales de inoculación de virus inactivados. Hay en China 65 millones de
personas que han recibido ya una dosis de sus vacunas y se intentaría efectuar
una inmunización secuencial con una segunda dosis proveniente de otros
laboratorios, de manera de impulsar la tasa de efectividad. No es cuestión de
que las suyas son deficientes-como aseguran periodistas del Washington Post y
del New York Times- sino que podría incrementarse su eficiencia a través de una
interacción con otras tecnologías. Lo mismo ocurre en Gran Bretaña donde los
investigadores intentarán en breve combinar las vacunas de Pfizer y las de
AstraZeneca. Hay países incluso en los que se planea administrar una inyección
de refuerzo de una tecnología diferente después de un período de tiempo para
conseguir una inmunización acentuada de los individuos.
La moraleja
es que no pueden verse brujas en todos los rincones, menos aún en una
disciplina que está en una fase temprana de experimentación. Hacer causa en
común en lo científico luce más progresista que alimentar tesis interesadas en
desfavor de uno de sus actores, en este caso, China.
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