Finalmente,
hablaron los expertos. (Por lo menos, muchos de ellos). Decenas de scholars en
Derecho Constitucional de las mejores universidades norteamericanas les han
escrito una carta pública a Nancy Pelosi y a Kevin McCarthy, a Charles Schumer
y a Mith McConnell –los líderes demócratas y republicanos del Poder
Legislativo, donde está la autoridad de la Isla- urgiéndolos a aprobar la ley
que permitiría a Puerto Rico incorporarse a la Unión Americana como el Estado #
51.
Simultáneamente,
los animan a que rechacen la propuesta de ley llamada “Puerto Rico
Self-Determination Act”. La razón que esgrimen tiene que ver con la esencia de
la República: Estados Unidos es una república regida por leyes y no se
contempla una vinculación al país que no sea como un Estado más de la Unión
Americana. El “Estado Libre Asociado”, creado por Luis Muñoz Marín en 1952, no
es posible. Es una quimera. No existe. Según los firmantes de la carta, el
juego no es a tres bandas. Es sólo a dos: independencia total o total
vinculación a Estados Unidos.
Naturalmente,
como la independencia total tiene pocos partidarios –apenas un seis por
ciento-, eso deja a la “estadidad” como única opción real. Pero sucede que las
dos terceras partes de los puertorriqueños comparten valores y visión con los
demócratas actuales (todos: los de derecha y los de izquierda), así que los
republicanos prefieren prolongar indefinidamente la cuestión del status de
Puerto Rico, y que sea la próxima generación la que le busque una solución al
“problema”.
Los dos
senadores puertorriqueños, y la decena de congresistas federales, de acuerdo
con el panorama político actual, se vincularían a los demócratas y
“desequilibrarían” las relaciones de poder en Washington. ¿Se aumentarían las
435 bancadas del Congreso para acomodar a los boricuas o se mantendría esa
cifra y se redistribuirían las curules?
En todo
caso, si los puertorriqueños tienen una oportunidad de alcanzar la estadidad,
es ahora, durante la presidencia de Joe Biden, cuando se tiene una visión
plural de la sociedad norteamericana y existe en Washington una manera
inclusiva de entender las relaciones
políticas.
Hace 123
años, en 1898, comenzó el “problema” durante la Guerra Hispano-Americana.
Entonces desembarcaron los norteamericanos en Puerto Rico y Cuba en medio de
una salva de aplausos y apoyos a cargo de los boricuas y los cubanos. Poco
antes, la flota del almirante George Dewey de Estados Unidos pulverizaba a los
barcos españoles en Manila, Filipinas. Aquello, más que un combate naval fue un
“tiro al blanco”. Los cañones de EE.UU tenían mayor alcance que los españoles.
Era un mono amarrado peleando contra un feroz tigre suelto.
Las tres
naciones tuvieron un destino diferente. Una vez colocadas bajo la soberanía de
Estados Unidos, luego del triunfo americano y la firma del “Tratado de París”
entre los representantes de Washington y Madrid. Cuba se convirtió en una
República independiente en 1902, mientras Puerto Rico y Filipinas fueron
territorios legalmente controlados por el Congreso de Estados Unidos. Las tres
naciones se transformaron en “protectorados” de Estados Unidos mediante
procedimientos diferentes.
Cuba lo fue
hasta 1934. En ese año Estados Unidos derogó unilateralmente la “Enmienda
Platt” que le permitía controlar (hasta cierto punto) las relaciones exteriores
de la Isla. El archipiélago filipino se convirtió en independiente el 4 de
julio de 1946, tras la derrota de los japoneses. Sólo Puerto Rico continuó
siendo parte de Estados Unidos. ¿Por qué?
Porque en
1917, mediante la “Ley Jones”, firmada por el presidente Woodrow Wilson, les
otorgaron la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños y no querían
renunciar a ella, salvo un puñado de independentistas. Unos 18,000 se
integraron en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. No se sabe cuántos
boricuas pelearon o murieron en la Primera Guerra mundial, pero sí que los
puertorriqueños negros participaron en batallones segregados, como era la
costumbre estadounidense en esa trágica época de derechos civiles conculcados.
(Fue el presidente Harry Truman, tras la Segunda Guerra Mundial, quien liquidó
la segregación racial en las Fuerzas Armadas de EE.UU).
¿Aprovecharán
los partidarios de la “estadidad” los cuatro años de Biden para tratar de
lograr sus objetivos? No sé. Recuerdo a un muñocista que fue mi amigo, Wilfredo
Brashi, un notable escritor boricua, endiabladamente inteligente, que me dijo:
“el final de este drama será la estadidad”. ¿Será?
Carlos
Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Cuba- Estados Unidos-España
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