Los habitantes de la Tierra del siglo XXI han sido
testigos trágicos de la aparición y desarrollo de una pandemia de carácter
mundial, que ha afectado a prácticamente todos los continentes poblados, en un
lapso muy breve desde su descubrimiento a finales de 2019. En muy poco más de
un año, todo el planeta se vio envuelto por la pandemia y la inmensa mayoría de
los gobiernos debieron tomar medidas estrictas de confinamiento de la población
y otras restricciones, para evitar una catástrofe sanitario asistencial humanitaria
al generarse el colapso de los distintos sistemas de salud existentes. El
objetivo, sin embargo, no parece haberse obtenido sino en uno o dos sitios a lo
sumo.
Al mismo tiempo, se ha impulsado un trabajo de
investigación científica mundial con el propósito de encontrar unas vacunas
capaces de controlar la pandemia y lograr inmunizar a aquella proporción de la
población, que al hacerse inmune interrumpiría el contagio del peligroso virus
infectante: el SARS-Cov-2, con lo cual se acabaría con la pandemia desatada de
la enfermedad “Covid-19”. Adicionalmente, otras alternativas han sido puestas
en práctica, destacando las opciones terapéuticas dirigidas directamente contra
el virus, que lo harían incapaz de infectar las células al impedirse su acoplamiento
con el receptor necesario para su ingreso o que evitan su replicación en el
interior de éstas. No existe sin embargo en este momento ningún medicamento que sea considerado
de consenso como el tratamiento específico de esta virosis.
A la ya grave situación existente, se une la aparición
de variantes virales más contagiosas y en algunos casos más severas. Se habla
de tres variantes, que han sido identificadas según la localidad geográfica
donde fueron inicialmente descubiertas: Inglaterra, Sudáfrica y Brasil. La
aparición de estas u otras variantes alerta sobre el peligro de emergencia de
nuevas cepas virales, que pudieran ser más virulentas e incluso resistentes a
las vacunas hasta ahora elaboradas. Esta última posibilidad es la que hace
indispensable proceder cuanto antes a la vacunación del 70 por ciento de la
población susceptible, de manera de cortar el contagio y la aparición de nuevas
variantes o cepas más peligrosas y difíciles de erradicar.
El otro problema visto con la CoVid-19 es la aparición
de secuelas luego de terminada la infección y haberse producido la recuperación
de los pacientes. El “síndrome postcovid” aparentemente es muy florido, en el
sentido de afectar a una gran cantidad de órganos y aparatos y además es en
muchas ocasiones muy grave. Se han descrito entidades como miocarditis,
pericarditis, arritmias cardíacas, derrame pericárdico, trombosis venosas,
sensación de miedo, ataques de pánico, compromiso de la función respiratoria
incluso por meses, fatiga extrema, mareos, y estos signos y síntomas se ven
incluso en pacientes que sufrieron una virosis muy suave y de muy corta
duración. Otros efectos son la ansiedad, el insomnio, la irritabilidad, el
cansancio extremo y síntomas gastrointestinales. De manera, que los cuidados
hay que extenderlos por varias semanas luego de finalizada la virosis. No hay
que confiarse en absoluto. Hoy, más que nunca, se puede decir que el CoVid-19
no es una “gripecita” ni un “catarrito”.
El gobierno, por su parte, debe prestarle la máxima
atención posible a esta virosis, no sólo en el tratamiento de los afectados,
sino en la necesidad urgente de proceder a vacunar masivamente a la población
venezolana. Cualquiera otra cosa puede esperar y debe esperar. La salud y la vida
de los venezolanos está en grave peligro y no estoy siendo alarmista ni
utilizando la crítica situación existente con motivaciones distintas de una
legítima preocupación por mis compatriotas. Deben ser creadas de inmediato las
unidades médicas especializadas en la atención de las consecuencias patológicas
del CoVid-19, pues una gran cantidad de personas ya las están experimentando y
muchas otras las experimentarán.
Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro
Venezuela
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