Así como hay vivencias que no admiten mayores
impugnaciones en virtud de su transparencia, existen otras que, por dónde se
miren, son completamente rebatibles. Quizás, el ejemplo más sencillo para
comprender esto, es cuando se enfrentan rivales que pugnan por el mismo
resultado. Sobre todo, cuando uno busca ganar a costa del esfuerzo del otro.
Esta situación lleva a la pregunta: “¿quién tiene a
quién?” Y al intentar responderse, puede caerse en un círculo vicioso cuya
rutina desquicie a cualquiera. Aunque también, es factible despegar siguiendo
un trazado cuya continuidad haga emerger
expectativas tan optimistas como disuasivas de cuantas dudas surjan en
su trayecto.
Esta es una forma discursiva que podría explicar lo
que, detrás del escenario que ocupa el teatro de la vida, acontece. O lo que,
entretelones, encubre el ejercicio de la política. Habida cuenta que la
política convencional se ha preparado para asumir manejos que encubren
engañosas decisiones. Sus consecuencias, ponen en riesgo la movilidad del ser
humano. En lo político, social y económico.
Así se tiene que la política, aprovechándose de la
ventaja que le prodiga su condición de manipuladora de la realidad, se vale de
todo cuanto tiene a su alcance para llevar a cabo los arreglos que sus
intereses y necesidades determinan. Lo hace, sin importar los efectos que sus
acciones puedan causar. Adelanta o atrasa sus planes con toda la rapacidad o
malicia posible. Muchas veces, la desconsideración del tiempo que su ejecución
requiere. Aunque otras veces, apegada al inmediatismo. Y de esa manera,
atropella todo a su paso hasta alcanzar sus propósitos.
Así, la política se ha convertido en campeona del
arrebato de lo que dictan sus intereses. Y que en su afán de poder, golpe a
golpe, obtiene. Es una razón para que la historia se vea asociada con la
política. Tanto, que muchas veces se comporta maleable ante el dominio que la
política ejerce. Podría decirse que, por disimulada imposición, la historia se
hace cómplice del ejercicio de la política.
Por otro lado, la injerencia que el ejercicio de la
política desarrolla, y el esforzado influjo de sus proyectos
político-ideológicos, inducen en el individuo comportamientos que desdicen del
concepto de política. Según Aristóteles, configura la condición sin la cual el
hombre político (el zoon politikón) no podría compartir situaciones en
conjunto. O de aquel otro concepto de política que exalta el pluralismo
político en el contexto de la diversidad de pensamiento y de la comunidad en la
que suscribe su dinámica.
Aunque esta disertación pareciera estar arraigada en
un fondo filosófico, o sociológico, es innegable que alude a la vida del
hombre. Además como la vida en sí misma es un bastión de la política, deberá
inferirse que el problema a que refiere estas líneas puede dirimirse en el
terreno de la política. Particularmente, dada la gravedad que él mismo reviste.
¿Cómo la política trama cambios perversos?
En el plano universal, la política se ha valido de
estrategias bastante discretas o disimuladas para inmiscuirse en la sociedad.
Por supuesto, apoyada en distracciones articuladas mediante la puesta en marcha
del viejo truco de “pan y circo”. A este respecto, es penoso manifestar que no
ha habido excepciones honrosas y valerosas que hayan evitado dicha situación.
De esa forma, la política ha alcanzado los objetivos
trazados. Siempre a instancia de oscuras intenciones que difícilmente son
traducidas y reconocidas. Aunque otro problema que se suscita, es cuando estas
maquinaciones son interpretadas y dadas a conocer. Ahí, la política dirige sus
cañones contra aquel medio o individualidad que se atreva hacerla del
conocimiento público.
La eficacia de la susodicha práctica es de tal
alcance, que si bien los cambios han sido advertidos a primera, segunda o
tercera vista, no así ha sucedido respecto de la conciencia humana. La
discrecionalidad ha sido tan bien lograda, que los cambios han sido casi imperceptibles.
Y si a dicho estado de dificultades se integra la indiferencia que el ejercicio
de la política ha procurado en paralelo, pues de todo ello resulta una ecuación
perfectamente calibrada y formulada. Casi que de improbable solución. Al menos,
en la fase inicial de su aplicación.
El nuevo esquema político impuesto por el silencioso y
desmoralizador ejercicio de tan intrigada política, invadió por entero la vida
del hombre. Especialmente, de comunidades y naciones afectadas por el miedo, el
hambre, la violencia y la precariedad de salud, trabajo y educación. Y así ha
sucedido, en medio de realidades insumidas por el autoritarismo y el
totalitarismo. Por el despotismo propio de cualquier dictadura o tiranía. O por
cualquier régimen terrorista, delincuente o forajido.
Es el perfil del nuevo mundo. Del futuro. Es como lo
concibe la fase terminal del Covid-19. Y
que, desde hace algún tiempo, viene imponiéndose como si nada estuviese
ocurriendo. Peor aún, sin que haya habido mayores reacciones ante dicho
problema. Más, al mostrarse casi imperceptible de advertir los cambios operados
en medio de tan apáticas realidades.
Pareciera que la gente sigue apegada a fantasear un
mundo regido por consuetudinarias formas de vida. Y de las cuales será difícil
desprenderse. Los cambios forjados a fuerza de tramas y zancadillas, se
instalaron tan discrecionalmente que se institucionalizaron por vía legislativa
o de facto. Se atornillaron tanto como se imbuyeron procesos, acciones,
procedimientos y hasta de un lenguaje que se ajustó exactamente a ello.
Tan soterradamente se establecieron esos cambios, que
se mutaron con la realidad existente. Con la perfección de un evento de
naturaleza quirúrgica. No fue necesaria la irrupción del Covid-19, con su manto
de muerte, para sembrar más incertidumbre de la que emergió de las amenazas que
acompañan las nuevas realidades que ya están viéndose.
Hoy las realidades comenzaron a mostrarse más
indolentes. Adheridas a un individualismo de sólida consistencia. De conductas
muy poco tolerantes. Realidades colmadas de una excesiva virtualidad que obliga
a vivir en comunión con el hardware de un inmenso sistema digitalizado de comunicación e
información. Realidades copadas por actitudes procedentes de una contracultura
de valores y principios, sentimientos y afectos, responsabilidades y
compromisos. El escepticismo adquirió forma humana para así hacer que todo un
país viva, sin advertirlo o comprenderlo, atrapado en el conformismo.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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