Todo comienza con el verbo (el logos, el espíritu),
dice el Génesis, vértice de la primera religión monoteísta que cambia la
civilización en la Edad de Bronce, doce siglos a.C. Para algunas religiones las
Escrituras son revelación, palabra de Dios, pero el cristianismo acepta cierta
distancia con la textualidad, aunque la Arqueología con frecuencia confirma
aspectos de lo escrito, igual que la Ilíada y la Odisea. Es el mito sobre el
origen del Reino Unido de Israel-Judea que once siglos después los romanos
llamaron Philistina, tierra de los ya desaparecidos filisteos. A la muerte de
Salomón los israelitas se reparten en los dos reinos judíos.
Reciben su nombre de Jacob, hijo de Isaac, quien luchó
toda la noche con un ente sobrenatural que no lo venció, y Yavhé le ordena
llamarse Israel, “el que lucha con Dios”, territorio de varios pueblos, entre
ellos cananeos, filisteos, judíos, samaritanos, y otros, e invadido por los
imperios babilonio, asirio, egipcio, romano, otomano y británico. Los romanos
querían exterminarlos porque temían a su dios único, innombrable, todopoderoso,
feroz, hostil, frente a dioses grecolatinos, borrachos, enamorados, sensuales,
humanos, que yacían con los mortales y entre sí.
En las dos guerras Roma aniquiló proporcionalmente
tantos judíos como Hitler y le cambió el nombre a Israel por Siria–Palestina y
borrar el espíritu nacional de esos santones amenazantes y peligrosos. Pasó a
ser una dependencia marginal del Imperio, y llamaron a Jerusalén Aelia
Capitolina. Las invasiones promovieron diásporas de los judíos por Europa, Asia
y África. Son víctimas de la Inquisición, los deportan, acorralados en ghettos
(lo que pasó en Varsovia). Pogromos (linchamientos, incendios) en Rusia, Polonia,
Ucrania. Les prohíben producir bienes y se dedican a la banca, igual se
enriquecen y viene más odio. El mercader de Venecia muestra que hasta un
espíritu tan universal como Shakespeare se contagió de antisemitismo, el
racismo con mayor número de crímenes en la historia.
Sobre Francia pesa el martirio de diez años al Capitán Dreyfus en Isla del Diablo, de la que lo libera el coraje de Emilio Zolá, quien se jugó hasta la vida por liberarlo. Tanto horror convenció al escritor húngaro Teodoro Herzl, luego de examinar opciones como Argentina, Siberia y Uganda, de que debían volver a la Tierra Prometida a crear un Estado laico para protegerse: eso es el sionismo. La Primera Guerra Mundial finiquita el califato Otomano, y Palestina, aquel anodino municipio romano, ya no era ni eso, sino un erial de algunos misérrimos judíos y musulmanes criadores de amantísimas cabras. Marc Twain se aventuró en esa geografía olvidada de Dios y relata que recorría horas sin ver un ser humano. En síntesis, pedir el “cese de la usurpación” judía del territorio del Canaan, es un sorprendente y común desconocimiento.
Truman y Stalin acuerdan en 1947 crear dos estados,
Israel y Palestina, después del horror nazi y seis millones de muertes. La
moción va a la ONU, que solo podía aprobarla con mayoría de 2/3. La votación
estaba perdida por 3 ó 4 votos, pero cambia la balanza el apasionado y
legendario líder socialista francés León Blum, jefe del gobierno del Frente
Popular en 1936. Ben Gurión crea Israel en 1948, que no reconocen los países
árabes. La noche de la celebración, como cuenta Shimon Peres, “quienes llegaban
en la madrugada a sus casas, conseguían en las calles los primeros cadáveres
del ataque musulmán”. Es la primera guerra de cuatro a la fecha, en las que
Israel vapulea a los árabes y arranca territorio.
En 1967 el pavorreal tercermundista Gamal Abdel Nasser, bloquea la salida de Israel al Canal de Suez. En el Cairo agitan las masas con la amenaza de quemar, exterminar a los judíos, y en los semáforos ahorcaban muñecos de parodia. Mientras Nasser chillaba en las plazas y la radio, Moshe Dayan, ministro de defensa israelí, envía a los balnearios cientos de soldados y sus familias para engañar al alto mando enemigo. Mientras, sus cazas vuelan a quince metros del suelo hacia Egipto, desbaratan la aviación en tierra, y a Siria y Jordania. La misma alianza intenta ahora tomar por sorpresa a Israel en 1973, en la guerra de Yon Kippur, y se lleva otra paliza y pérdida territorial, pero les cuesta entender que lo único que no deben es atacar militarmente a Israel.
En 73 años dos países que nacen con igual derecho
sobre sus territorios y debían convivir como los demás, prefieren
matarse-vengarse-matarse-vengarse, la espiral del encono. En Gaza gobierna el
terrorismo de Hamas, con el programa cada vez más tonto de destruir a Israel
quien, de desarrollo similar a los árabes, escaló a potencia económico
tecnológica global. Que Israel mantenga un ghetto en Jerusalén y colonice
territorios ocupados, igual cierra las esperanzas. Las potencias democráticas
han hecho esfuerzos inútiles por reconciliarlos, como los dos acuerdos de Camp
Davies, el primero entre Carter, Beguín y Anwar Al Sadat en 1977 y el segundo
en 2000 entre Clinton, Edhud Barack y Yasser Arafat de la OLP. Pero faltan la
inteligencia política y las despreciadas vocaciones de libertad y democracia.
Carlos Raul Hernández
carlosraulhernandez@gmail.com
@CarlosRaulHer
@ElUniversal
Venezuela
Sobre Francia pesa el martirio de diez años al Capitán Dreyfus en Isla del Diablo, de la que lo libera el coraje de Emilio Zolá, quien se jugó hasta la vida por liberarlo. Tanto horror convenció al escritor húngaro Teodoro Herzl, luego de examinar opciones como Argentina, Siberia y Uganda, de que debían volver a la Tierra Prometida a crear un Estado laico para protegerse: eso es el sionismo. La Primera Guerra Mundial finiquita el califato Otomano, y Palestina, aquel anodino municipio romano, ya no era ni eso, sino un erial de algunos misérrimos judíos y musulmanes criadores de amantísimas cabras. Marc Twain se aventuró en esa geografía olvidada de Dios y relata que recorría horas sin ver un ser humano. En síntesis, pedir el “cese de la usurpación” judía del territorio del Canaan, es un sorprendente y común desconocimiento.
En 1967 el pavorreal tercermundista Gamal Abdel Nasser, bloquea la salida de Israel al Canal de Suez. En el Cairo agitan las masas con la amenaza de quemar, exterminar a los judíos, y en los semáforos ahorcaban muñecos de parodia. Mientras Nasser chillaba en las plazas y la radio, Moshe Dayan, ministro de defensa israelí, envía a los balnearios cientos de soldados y sus familias para engañar al alto mando enemigo. Mientras, sus cazas vuelan a quince metros del suelo hacia Egipto, desbaratan la aviación en tierra, y a Siria y Jordania. La misma alianza intenta ahora tomar por sorpresa a Israel en 1973, en la guerra de Yon Kippur, y se lleva otra paliza y pérdida territorial, pero les cuesta entender que lo único que no deben es atacar militarmente a Israel.
carlosraulhernandez@gmail.com
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