Lograr una economía productiva, con tasas
positivas, bajo desempleo y moderado déficit fiscal, era impedir que los
tiranos llevaran a sus pueblos a la guerra y la ocupación
El
veterano periodista Zachary D. Carter desentierra el legado perdido de una de
las mentes más fascinantes de la historia. En su obra, Precio de la paz,
reestablece un conjunto olvidado de ideas sobre democracia, dinero y buena
vida, con implicaciones transformadoras para los debates actuales sobre la
desigualdad y las políticas de poder que dan forma al orden global.
Walter
Lippmann en su libro The good Society caricaturizó el New Deal de Roosevelt de
influencia keynesiana como “un descollante colectivismo gradual de apetencias
socialistas”. Pero era la economía de guerra keynesiana diseñada para enfrentar
el militarismo nazi y fascista, donde lanzó un arsenal democrático, estatista e
industrioso contra aquel ultraje a la seguridad y la paz de los pueblos…
Keynes:
un manifiesto en favor de la razón y la alegría
Keynes
fue un filósofo de la guerra y la paz; el último de los intelectuales
ilustrados que concibió la teoría política, la economía y la ética como partes
de un diseño unificado. Su principal proyecto no residía en el manejo del gasto
público sino en la supervivencia de lo que él denominaba «la civilización». Por
eso me gusta Keynes. Revolucionario y terco en lo humanista. El ideal
civilizatorio es un ideal sensiblemente tuitivo, vigilante. El tema es que
Keynes también se ocupó de las artes, la cultura y la inteligencia de los
pueblos. Su problema no era la escasez sino la inestabilidad provocada por
regímenes autoritarios.
Lograr
una economía productiva, con tasas positivas, bajo desempleo y moderado déficit
fiscal, era impedir que los tiranos llevaran a sus pueblos a la guerra y la
ocupación, por crear valor y fuerza productiva en el nacionalismo fratricida.
Es la defensa de Keynes contra el oscurantismo. Carter reseña que “cuando un
periodista le preguntó si el mundo había vivido alguna vez algo parecido a la
Gran Depresión, Keynes respondió con absoluta sinceridad: Sí. Se llamó La Edad
Oscura [Alta Edad Media] y duró cuatrocientos años…”. Cuatro siglos de
abrumadora miseria; cuatro siglos de guerra, peste, hambruna y muerte... Y
Keynes presenció su propia oscuridad cuando estalló la guerra de 1914. En los
años anteriores a la II Guerra Mundial trató a sus oponentes de «militaristas,
imperialistas, poderes malhechores; enemigos de la raza humana». Su obra más
conocida, la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, no fue
sólo un intento de dar justificación teórica a los proyectos de obras públicas
sino un ataque frontal contra el militarismo. Un manifiesto en favor de la
razón y la alegría.
Las
cuatro libertades…
La
doctrina del laissez-faire —según Keynes— aunaba la defensa conservadora de los
derechos de propiedad individual desarrollada por Burke, John Locke y David
Hume, con el «igualitarismo democrático» de Jean- Jacques Rousseau y el
«socialismo utilitario» de Jeremy Bentham. Bien… satisfacía la lógica del
darwinismo social donde la competencia garantizaba el progreso de los mejores y
más fuertes, y las variantes de la teología cristiana en las que Dios guiaba
los asuntos humanos de acuerdo con un plan divino-liberación-donde los
triunfadores habían sido elegidos por Él…
Pero “a
largo plazo todo estaremos muertos” alertó [Keynes] lapidariamente, porque aun
con precios estables, austeridad fiscal, expansión, libre competencia o la mano
de Dios, sin estado de derecho, propiedad, DDHH, oportunidades, democracia ni
seguridad ciudadana, seremos presa fácil de la dialéctica de la revolución
social.
Los
fundamentos de una democracia sana y fuerte están en el terreno fértil de las
cuatro libertades: i.- Igualdad de oportunidades; II.-Empleos para quienes
pueden trabajar; III.-Seguridad para quienes la necesitan; IV.-Fin de los
privilegios para unos pocos y la preservación de las libertades civiles para
todos.
Zacarías
nos cuenta “que Keynes fue una auténtica maraña de paradojas. Un burócrata que
se casó con una bailarina; un hombre gay cuyo mayor amor fue una mujer; un leal
servidor del Imperio británico que clamó contra el imperialismo; un pacifista
que contribuyó a financiar dos guerras mundiales; un internacionalista que
ensambló la arquitectura intelectual del Estado-nación moderno, y un economista
que cuestionó los propios fundamentos de la economía… Pero incardinada en todas
esas aparentes contradicciones una visión coherente de la libertad humana y la
salvación política: “la buena vida” que es cuidar la cultura de sus pueblos,
sus artes, su gentilicio, su talento, su ethos, su dignidad,su educación.
El
verdadero valor universal es el hombre es libre, por alegre y feliz. Por
sentirse útil…Los acuerdos de Bretton Woods intentaron eso. Nivelar las
ventajas competitivas y excedentarias de unos países vs. otros en búsqueda de
un ideal: la estabilidad de los pueblos competentes como factor de soberanía,
autosuficiencia y solidez republicana, que resiste el ocupacionismo, el
oscurantismo malhechor y militarista.
Es el
oscurantismo que se extiende desde Venezuela por las venas rotas de América
Latina. No tiene su génesis en la inflación o el déficit fiscal. La miseria de
los pueblos es consecuencia de la tiranía, no al revés.
En un
discurso pronunciado en 1944 ante la Sociedad Marshall, Keynes expuso una
profunda reflexión sobre la economía del desarrollo: “En última instancia, la
prosperidad económica no depende del genio de unas pocas personas sino de la
escala en que se pueda producir gente competente en todos los estratos de la
sociedad”. En pocas palabras, la competencia masiva del capital humano es la
clave para el desarrollo. Ahí comienzan las cuatro libertades que son:la buena
vida, el arte, la ética y la democracia…
Orlando Viera-Blanco
ovierablanco@vierablanco.com
@ovierablanco
Venezuela - Canada
Embajador (designado) de Venezuela en Canadá
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