Mi esposa me comenta con cierta preocupación, la angustia que le causa saber las condiciones en que se encuentra el país. -¿Cómo sigue funcionando este país con tantas restricciones? ¿Cómo no termina de colapsar?, me pregunta.
Le indico que,
según las últimas informaciones de especialistas, poco más del 75% del
transporte está detenido por falta de combustible. Eso implica el transporte de
alimentos, medicinas y materias primas.
-Fijate que en
la carretera que va de Maturín a Carúpano y viceversa, esperan que se haga una
fila de cien camiones, gandolas y demás vehículos de transporte de víveres,
colocan una tanqueta militar a la cabeza, otra en el medio y otra en la
retaguardia y así trasladan hasta la otra ciudad a los transportistas. –Es que
las bandas de delincuentes y hasta comunidades enteras se han dado a la tarea
de asaltar los vehículos de alimentos, sobre todo, porque esa gente no tiene
qué comer.
-Pasa también
en la vía que va de El Tigre a Puerto Ordaz, al sur del territorio. También por
la zona de la costa, entre Barlovento y El Guapo, en el estado Miranda. –Y, sin
embargo, continúa comentando mi esposa. –Esto no termina de colapsar.
Sigo pensando
en los comentarios de mi esposa. La incertidumbre ante la inestabilidad económica
y la posibilidad real de seguir mal viviendo y acostumbrarnos a una permanente
vida en el desasosiego: Cortes de electricidad sin previo aviso, cortes de agua
los fines de semana, hacer interminables colas de días para surtir gasolina,
buscar en el mercado negro una bombona de gas doméstico. Nuestras rutinarias
salidas turísticas para adquirir alimentos, medicinas o ir excepcionalmente a
casa de algún vecino para intercambiar alguna comida, una medicina o una
donación. Esa es la recreación, esa es la normalidad, la cotidianidad de un
venezolano en Venezuela.
No. Venezuela,
hoy, es otra cosa. Es un territorio devastado por los cuatro costados. Con una
población enferma, mal nutrida y desnutrida, física y emocionalmente. Propensa
a la depresión y al suicidio. Es la pura y cruel realidad. Todo, absolutamente
todo, tanto material como inmaterial, ha sido arrasado. La Venezuela de siempre
quedó como referencia en la memoria de quienes nacimos y crecimos en el siglo
pasado. La historia oficial de estos tiempos es un registro construido desde la
mentalidad marginal para adiestrar a otros marginales.
Con ese tipo
de seres humanos es imposible pensar en cambio significativo, real y verdadero.
Leo y escucho a miembros de la oposición política hablar de unidad para el
cambio. De elecciones en condiciones aceptables. Pero es que esta población que
queda en este territorio difícilmente participaría en elecciones, porque simple
y llanamente sobrevive buscando (asaltando) qué comer. Hasta el agua potable lo
debe mendigar.
Difícilmente
una población sometida a la humillación, desnuda de todo, pueda sobreponerse
mágicamente a su condición de marginalidad mental, para acudir masivamente
contra quienes le están adiestrando para permanecer en la marginalidad mental:
pérdida de su tradición republicana, principios y valores democráticos, ética y
moral como ciudadanos de un país/nación que no existe, porque lo ve, lo siente,
lo palpa en su propia piel.
La Alemania
nacional socialista de Hitler fue vencida por la conformación de fuerzas
externas que se unieron para ayudar a su liberación y el resto de países
europeos. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus países satélites
se derrumbaron por efectos de una economía inviable. El mejor producto que ha
podido generar el socialismo es la mortandad acumulada, que ya sobrepasa los
150 millones de seres humanos desde que se tiene memoria. Ningún jerarca
reconocido ha emigrado y se ha quedado a vivir en esos ‘paraísos del horror’,
sea Cuba, Corea del Norte o China. Los nuestros se han refugiado en París,
Londres, Madrid, o en las ciudades más emblemáticas de Estados Unidos de
Norteamérica.
Desde esas
ciudades construidas por el capitalismo, unos viven sus vidas de padres y
abuelos, otros se dedican a abultar sus fortunas mal habidas, y otros a fungir
de financistas, tanto de sus adeptos oficialistas como a ciertos dirigentes de
la oposición. Total, ven la política gansteril venezolana, como un negocio y
apuestan, generalmente a las dos opciones.
Siempre lo he
afirmado. Salir/superar esta condición de marginalidad política y optar por
cambios reales, pasa por el ‘peaje’ del tutelaje militar quienes son, en
definitiva, los que posibilitarían la transición a unas elecciones verdaderas.
Lo otro son dos posibilidades: un acuerdo de países que intervengan
militarmente y desalojen a ‘todos’ los actores políticos y hagan ‘borrón y
nueva cuenta’, o esperar, como en los países satélites de la URSS, que todo
termine derrumbándose por obsolescencia y oxidación mental. Allí pasaríamos
parasitando varias generaciones. La solución no está en mí, pero sí sé que la
historia es implacable, como la memoria.
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