Se
dice, y se dice bien, que los países no tienen amigos, tienen intereses. Que la diplomacia es el arte de hacer coincidir esos intereses, generar
alianzas, amainar los disgustos y las diferencias y evitar (o cuanto menos
aliviar) los conflictos.
Durante
algún tiempo, Venezuela tuvo fama y reputación de ser un país que sabía tejer
lazos. Era vista como una nación más bien apaciguadora y que no caía en
aspavientos irritantes. Nuestra Cancillería y nuestro cuerpo diplomático se
comportaban con prudencia y, cuando tocaba hablar acaso un poco más fuerte,
pues lo hacían con elegancia, delicadeza y sindéresis. A nuestros embajadores y
cónsules los conocían en el mundo como una orquesta que sonaba bien. Incluso en
momentos difíciles en los que no concordábamos
con países de la región o más allá, el lenguaje siempre era de altura.
Acaso por eso la sangre no llegaba al río.
Las
relaciones internacionales son cruciales para cualquier país. Y más ahora que
el mundo ya no es ni ancho ni ajeno. No hay que estar de acuerdo en todo, pero
sí intentar llevar las diferencias en sana paz. No se trata tan solo de evitar
guerras. Puede que no esté planteado llegar a eso, pero incluso las discordias
cuestan progreso y negocios contantes y
sonantes. A veces, esos desencuentros se traducen en posibilidades truncadas.
La política de puentes rotos termina dando al traste con oportunidades. Y
cuando un país pierde una oportunidad, pues otro sacará provecho y al país que
la perdió no le resultará nada fácil recuperarla.
Venezuela
hoy tiene relaciones defectuosas con casi todos los vecinos y con muchos países
importantes de la región y más allá de los océanos. No están totalmente rotos
los nexos pero con muchas naciones tenemos relaciones mal avenidas que tienen
pinta de divorcio. No tienen esas naciones interés alguno en un pleito con
Venezuela. Pero, como me explicó un embajador acreditado en Venezuela y cuyo
nombre me reservo, todo lo que tiene este país lo hay en otras partes y muchas
naciones no practican la política de insultos por micrófono y redes.
Estas
relaciones interrumpidas con ciertos países de nuestra cercanía nos han hecho,
por ejemplo, tener que recurrir a obtener vacunas de lugares tan distantes como
China y Rusia, obtener gasolina del lejanísimo Irán. Hacen que perdamos buenas
tajadas en exportaciones. Que la comunicación aérea, sea complicadísima. Y en
esta circunstancia de pandemia, ha
empeorado lo ya estaba bastante mal.
Los
jerarcas del régimen gustan de la pelea insensata. Del lenguaje hosco y
desagradable. Bajo el argumento de la soberanía, la autodeterminación y el más
lerdo concepto de orgullo, la realidad es una: se han peleado con medio mundo y
le han caído a mandarriazos a relaciones de muchos años. Es como el tío
malgenioso e insoportable, que se ha peleado con toda la familia y que toma
cualquier oportunidad para insultar a toda la parentela. Llega el momento en
que o no lo invitan más, o simplemente le darán fecha, hora y lugar equivocada
del ágape. Y que se pierda.
Alguien,
no sé quién, ni quiero saberlo, convenció a los jerarcas miraflorinos que es
bueno decir pestes de los países y las organizaciones y organismos
internacionales. Eso ya ocurría en tiempos de Chávez pero los de ahora parecen
haber conseguido una nueva edición del
diccionario de injurias. Cada declaración dinamita caminos. "Y así,
con ese lenguaje, pues no se puede", me apunta el embajador.
Hay
un proceso de negociación. El mundo está atento. Pero sobre todo tienen los
oídos bien abiertos los diplomáticos, que son los que tienen que
"traducir" a sus respectivos gobiernos.
El
insulto - y esto vale para todos - es el lenguaje del débil, de quien no tiene
argumentos.
Soledad Morillo
soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
Venezuela
Soledad Morillo
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@solmorillob
Venezuela
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