Seguramente ya todas y todos estamos de acuerdo en que necesitamos una economía productiva: el petróleo todavía nos puede ayudar mucho pero no podemos aspirar a volver a vivir de la renta petrolera, esa época quedó atrás. Para alcanzar una economía productiva lo más importante no son “cambios de actitud” de la población -empezando por la población infantil- como algunos educadores parecen pensar, sino medidas gubernamentales que sepan estimular de manera acertada la generación de bienes y servicios. Pretendidos intentos desde la escuela de “educar para ser productivos” se quedarán en nada si las políticas fiscales, monetarias, comerciales, agrícolas, industriales, científicas… son malas. Si no se ubican en el tiempo y el espacio. Si resultan fantasiosas o corruptas. O bien si, siendo correctas, se implementan mal o se prolongan más allá de su momento. Errores de estos tipos han ocurrido y ocurren.
Por otra parte, sería nefasto aumentar la producción a cuenta de destruir nuestros bosques, ríos y mares: la sustentabilidad es un requisito que no puede ignorarse en una economía del siglo XXI. Y tampoco debemos crecer económicamente a base de la superexplotación de las trabajadoras y los trabajadores: bajos salarios, pocos beneficios, malas condiciones de labor, ausencia de poder decisorio en la empresa, mientras una minoría se hace multimillonaria a partir de su esfuerzo.
No es que se decrete que los precios de los productos sean bajos, no se pueda despedir a nadie y el dinero fluya a borbotones: hay que construir colectivamente y con inteligencia la vida en plenitud de todas y todos (el sumak kawsay de los quechuas). Echamos de menos discusiones serias sobre las posibilidades económicas de Venezuela en el contexto de América Latina en esta centuria: mirar al futuro, entender lo que otros están haciendo, organizarse junto a países de la región para poder lograr objetivos y resistir intentos de dominación, emprender líneas de acción de largo alcance, ubicar nichos, requisitos… Hoy, las medidas concretas son dispersas y están planteadas al corto plazo, bajo la presión de las “sanciones”, mientras el discurso oficial peca de grandilocuente. Por su parte, muchos opositores parecen considerar “trasnochado” hablar de justicia e igualdad. Mientras tanto, el tiempo pasa.
Aurora Lacueva
lacuevat@hotmail.com
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Venezuela
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