domingo, 21 de noviembre de 2021

ALFREDO M. CEPERO: LA IGLESIA SE PREPARA PARA SER PARTE DE LA NUEVA NACIÓN CUBANA. DESDE ESTADOS UNIDOS

En los casi 63 años de la larga noche de la tiranía castrista los tiranos fueron visitados por tres papas y acatados con el silencio cómplice de una curia cubana que puso los intereses materiales por encima de sus obligaciones pastorales y sus principios morales. Para esos pastores fue más importante conservar la propiedad de los templos que defender a sus ovejas más vulnerables. A la cabeza de todos ellos estuvo el pérfido cardenal Jaime Ortega Alamino, el más indigno de los purpurados que ha tenido nuestra patria desde que Fray Bartolomé de las Casas pisó tierra cubana.

Ortega optó por poner a la iglesia al servicio de la tiranía y descender hasta la ignominia de maldecir y desprestigiar a los opositores al régimen. Por ejemplo, el 11 de agosto de 2006, con motivo de la enfermedad de Fidel Castro, Ortega encabezó una carta de los obispos cubanos donde se dice: “Los Obispos de Cuba pedimos a todas nuestras comunidades que ofrezcan oraciones para que Dios acompañe en su enfermedad al Presidente Fidel Castro e ilumine a quienes han recibido provisoriamente las responsabilidades de gobierno”.

Yo digo que, como todo ser humano, este cardenal pudo adolecer de alguna que otra limitación pero una de ellas no fue la falta de capacidad intelectual. Era un hombre inteligente pero corrupto que estaba totalmente consciente de que pedía a Dios que “acompañara en su enfermedad” a un ateo confeso y a un asesino congénito. Ortega llegó incluso a utilizar un lenguaje sarcástico cuando--en un discurso pronunciado en el 2012 en la Universidad de Harvard--se refirió a 13 opositores cubanos que se habían refugiados en la Iglesia de la Caridad en La Habana como: "todos antiguos delincuentes y gente sin nivel cultural, algunos con trastornos sicológicos".

Por desgracia Ortega no estuvo sólo en su complicidad con la tiranía. En el mes de diciembre de 1980 los hermanos Cipriano, Ventura y Eugenio García Marín, buscaron refugio en la Nunciatura del Vaticano en La Habana. Los tres fueron extraídos de la Nunciatura con engaño y fusilados no solo ante la indiferencia sino con la complicidad de un Vaticano y una curia cubana en total contubernio con los tiranos. Y aún antes del castro comunismo, durante la dictadura de Fulgencio Batista, el entonces cardenal Manuel Arteaga Betancourt participó en el homenaje dado al sátrapa por haber salvado la vida durante el ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957.

Ahora, todo parece indicar que la alta jerarquía católica cubana ha dado permiso a muchos de sus miembros de menor rango para que tomen posiciones favorables a la oposición a la tiranía castro-comunista. No creo en la espontaneidad de muchas de estas declaraciones contestatarias porque la iglesia católica es un ejército que no permite la discrepancia. Los prelados de alta jerarquía negarán muy pronto que jamás hayan apoyado al tirano.

Dirán, por ejemplo, que apoyaban al gobierno para preservar la integridad de la iglesia. Me recuerdan a un compatriota mío con quién compartí labores en la Voz de los Estados Unidos de América. El señor era un furibundo defensor de Fulgencio Batista. El primero de enero sufrió una epifanía y se convirtió en un furibundo partidario de Fidel Castro. Cuando un amigo lo acusó de ser un “cambia casacas”, el personaje en cuestión negó haber cambiado y le contestó: “Yo no cambié, el que cambió fue el gobierno”. Así son las cosas de la hipocresía y del oportunismo en la vida política.

Afortunadamente, aún en tiempos revueltos surgen voces que nos recuerdan el ejemplo de integridad y coraje de Juan el Bautista. Desde el Padre Félix Varela hasta el Arzobispo Dionisio García Ibañez­—pasando por Antonio María Claret, Enrique Perez Serantes, Eduardo Boza Masvidal y Pedro Claro Meurice Estiú—la iglesia católica cubana ha tenido numerosos paladines de la fe.

Durante la visita de Juan Pablo Segundo a Santiago de Cuba el Arzobispo Meurice hizo honor a su nombre hablándole muy claro al pontífice: “Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas, y la cultura con una ideología. Los cubanos tenemos que aprender a desmitificar los mitos. ” La tiranía lo castigó prohibiendo futuras procesiones en honor a la Virgen de la Caridad en Santiago de Cuba.

Y siguiendo con Santiago de Cuba, hay algo en esa tierra que despierta en sus hijos una intensa pasión por la verdad y la justicia. El último de ellos el Arzobispo Dionisio García Ibañez. Una anécdota para ilustrar lo que acabo de escribir. Durante la visita a Cuba del Papa Benedicto XVI en marzo de 2012 Dionisio García se negó a estrechar la mano ensangrentada de Raúl Castro el enano mental y moral que insiste en la perversidad de prolongar la pesadilla del pueblo de Cuba. La bestia, acostumbrada a la adulación y la sumisión de su caterva de criminales, recogió con rapidez la mano que Monseñor García le había dejado extendida.

Avanzando a los tiempos en que vivimos, hace menos de una semana los obispos católicos de Cuba abogaron el pasado jueves por un diálogo "armónico y civilizado", la implementación de "cambios necesarios" y un "gesto de indulgencia" para los detenidos tras participar en las protestas antigubernamentales del pasado 11 de julio (11J) en la isla.

Asimismo, un grupo de sacerdotes cubanos hizo referencia al 15 de noviembre evocando el 11 de julio con estas palabras: "El 11 de julio miles de cubanos salieron a las calles con un clamor que durante muchos años fue un grito ahogado: ¡Libertad! Libertad para expresarnos sin ser reprimidos, para que exista una pluralidad política, para ser protagonistas de la marcha y el destino de nuestra tierra. Muchos de ellos fueron golpeados, detenidos, denigrados. Muchos están siendo juzgados y condenados duramente sin haber hecho el mal." La carta fue firmada por los padres Alberto Reyes Pías, Rolando Montes de Oca Valero, Lester Zayas Díaz, Kenny Fernández Delgado y otros religiosos.

Y hasta hubo monjas que—montadas en el caballo de Maceo—se han enfrentado a los tiranos. Sor Nadieska Almeida Miguel, Superiora de las Hijas de La Caridad en Cuba, les dijo a los tiranos: "Basta ya de querer hacernos creer que en nuestro país todo está bien; de dar una imagen de la realidad que no es verdadera; de ignorar los gritos de las madres que tienen a sus hijos presos con largas condenas por decir con valentía: esto no es lo que yo quiero; de gritos ahogados, de enfermos sin medicamentos, de silencios generados por desconfianza entre vecinos y de tanto despliegue policial en todos los lugares. No nos sentimos cuidados, nos sentimos vigilados".

Dentro de este contexto, los últimos cinco meses después del 11 de julio han sido tiempos de grandes interrogantes para el pueblo de Cuba donde han predominado el miedo y la incertidumbre tanto en la oposición como en el gobierno. El pueblo está cansado del yugo y la tiranía se aferra a su poder y a sus riquezas mal habidas. No quepan dudas de que habrá que derrocarla a plomo, palo y metralla. Pero no nos preocupemos porque esas vienen más pronto que tarde. El pasado 18 de octubre, en un artículo titulado “La pasta se salió del tubo” escribí: “Pero todo indica que esa oposición ya no es amedrentada por la represión y le ha perdido el miedo al miedo”.

Este 15 de noviembre, fecha en que escribo estas líneas, se ha producido el hecho de un país que ha regresado al siglo XIX. El gobierno ha privado al pueblo de todo tipo de comunicación masiva y mantenido en total encarcelamiento a los líderes de las manifestaciones planificadas con anterioridad. Los carniceros temían las consecuencias internacionales de un charco de sangre en la represión de la oposición. Y la represión parecía ser la única arma que detendría el empuje de unos opositores que ven cercana la libertad.

Hablando de un futuro que cada día parece más presente, la construcción de una nueva nación cubana demandara el esfuerzo de todos sus hijos de todas las razas, todos los sexos y todas las religiones. Es imposible concebir una Cuba futura sin la presencia y la contribución de la Iglesia Católica y de muchas iglesias cristianas. Para ello, esas iglesias tienen que pasar de la retórica a la acción sin pérdida de tiempo. Tiene que incorporarse a la lucha y preparar el camino demandando del gobierno, aún a sabiendas de que se los negará, los siguientes derechos:

1.- Libertad para todos los presos políticos.
2.- Libre entrada y salida de los cubanos del territorio nacional
3.- El derecho de los cubanos a desfilar en forma pacífica, asociarse en organizaciones cívicas y tener acceso a los medios de información.
4.- El fin de la discriminación por razones raciales, religiosas, ideológicas o sexuales.

Todos estos derechos forman parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la cual Cuba fue ponente y signataria.

Todos estos derechos tienen que servir de cimientos a la nueva nación cubana. Una nación que, para perdurar, tendrá que ser “tarea de todos, pedestal de nadie”, según estipula el lema de nuestra revista “La Nueva Nación”

Alfredo M. Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
Cuba - Estados Unidos

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