sábado, 25 de diciembre de 2021

THE WASHINGTON POST: UNA VISIÓN DE CHILE

Chile tiene el problema más serio del mundo. Ningún país podría encontrarse en su camino con una dificultad mayor. Las demás naciones pueden tener inconvenientes de distinta índole, pero ninguna de ellas padece el nivel de dilema que tienen los chilenos: El país se angustia por lo que prefiere.

No hay drama mayor para una nación. Vivir en permanente frustración por lo que no son otra cosa que las consecuencias de sus preferencias, constituyen una encerrona de la cual es muy difícil salir.

Chile no tiene un problema económico o social o político. Tiene un problema médico; un problema de orden psicológico profundo que le impide resolver lo que no son otra cosa que los efectos de esa causa madre.

Que un país viva en conflicto por lo que son las consecuencias de sus preferencias libres, constituye una dificultad de tal magnitud que, sinceramente, no sé si la cuestión tiene solución.

Pues bien, ¿y cuál es esa maldita preferencia?, ¿qué es lo que los chilenos secretamente prefieren y contra lo que luego se enojan cuando efectivamente esa preferencia se materializa?

Esa preferencia no es otra que la pobreza: los chilenos prefieren la pobreza. Por supuesto no van a admitirlo a viva voz. De hecho, viven enojados contra la pobreza.

O al menos eso dicen.

Porque lo que en realidad les ocurre en materia de “enojos” es algo bien distinto. Si uno analiza las corrientes que imperan consciente o inconscientemente en el espíritu chileno verá que lo que mayoritariamente sobresale, lo que culturalmente predomina, es una oposición a la riqueza.

En efecto, el chileno está en guerra contra la riqueza. La corriente mayoritaria que emerge desde las entrañas más profundas de la cultura nacional consiste en una resistencia impenetrable contra la riqueza, contra la idea de ser rico.

El Papa Francisco es quien mejor ha expresado la esencia de esa corriente con su frase “la riqueza es el estiércol del diablo”. Quizás no haya un resumen más perfecto de la morfología social que distingue a los chilenos que esas palabras de Bergoglio. La riqueza es un pecado.

Sin embargo, en un retorcimiento que complica aún más el problema, es un determinado tipo de riqueza y un determinado tipo de rico el que el chileno desdeña y por el que siente un profundo asco. La riqueza que los chilenos repugnan es la que se produce como fruto del éxito lícito. Paralelamente entonces al tipo de “rico” que el chileno odia es al que obtuvo su riqueza por la vía del triunfo en la vida laboral legal.

Contrariamente, no se observan condenas firmes contra los que, incluso obscenamente, pavonean la riqueza que hicieron como consecuencia de actividades ilícitas, provengan ellas de la corrupción pública (funcionarios ladrones, sindicalistas mafiosos) o de actividades delictivas “privadas” como los narcotraficantes o los delincuentes comunes.
El prototipo del chileno que es resistido socialmente (“resistido” viene de “resentimiento”) es aquel que tuvo éxito material en la vida por la vía del trabajo lícito.

Es ése el que defeca el “estiércol” del diablo”. Por lo tanto, a ese personaje hay que bajarlo de donde está y, por supuesto, no es un modelo a imitar o a emular sino un arquetipo al que envidiar, maldecir y destruir.

Obviamente la persecución y eventual destrucción de los que generan riqueza hace que no se genere riqueza (es una perogrullada, pero en la Chile parecería necesario aclararlo) y al no generarse riqueza, se obtiene pobreza.

Parecería que, siguiendo un silogismo normal, los chilenos deberían estar felices porque finalmente consiguieron lo que buscaban: derrotar la riqueza, destruir al rico y materializar la pobreza (que siguiendo, a su vez, el razonamiento del Papa debería ser el estado de gracia más cristalino del ser humano por ser el opuesto al “estiércol del diablo”).

Pero no. Cuando llegan a lo que debería ser su éxtasis, estallan en queja y buscan a más ricos a quienes ir a robarles lo que les queda por la vía de entronizar gobiernos que expolian con impuestos confiscatorios la riqueza lícita generada por otros.

Parecería que lo que los chilenos buscan, finalmente, es una pobreza tolerable igualmente distribuida. Es decir una pobreza “hasta ahí”, igual para todos. (Excepto para aquellos “ricos” a los cuales los chilenos no resisten –es decir, no tienen “resentimiento” contra ellos- como los funcionarios corruptos -que dicen que vienen a sacarle a unos lo que ganaron “injustamente” a costa de otros- los sindicalistas mafiosos, los que “encontraron un curro o un yeite” -el típico “vivo”chileno que “le encontró la vuelta”- u otros personajes del submundo ilegal respecto de los cuales el chileno no muestra un nivel de ofensa ostensible).

Como se ve, la profundidad de la enfermedad sociológica del país es de tal dimensión que las dudas sobre su verdadera solución son muy grandes. El nivel de deterioro mental masivo que sufre el país implica un retorcimiento tal de los valores constructivos de la vida pacífica y progresista que uno duda seriamente de que tal extravío tenga vuelta atrás.

El enamoramiento del pobrismo ha llevado a la chilena a ser una sociedad completamente conflictuada, encerrada en una encrucijada de la que le será muy difícil salir. Vivir en queja por las consecuencias que trae lo que se venera representa un problema de una complejidad tal que las soluciones no vendrán de la aplicación de tal o cual programa económico sino de un proceso de introspección que lleve a cada chileno a darse cuenta del nivel de contradicción en el que vive.

Mientras ese complejo severo no sea removido del alma chilena, el país no tendrá solución.

Nadie vivirá mejor, venerando vivir peor. Y si se considera que vivir monacalmente es mejor que vivir en la abundancia, los chilenos deberían renunciar a la abundancia y acostumbrarse a los límites materiales de la vida monacal.

Ahora, recurrir al delito, a la corrupción, al robo o al narcotráfico para producir ilegalmente lo que se niegan a generar bajo el imperio de la ley no hará que el país sea rico. Lo que probablemente surja (o mejor dicho, se consolide) es una nueva nobleza compuesta por mafiosos, funcionarios corruptos, narcos amparados por el poder y revolucionarios de pacotilla que vivirán como reyes.

Pero los chilenos honrados se hundirán en la pobreza. En esa misma pobreza que su pontífice tanto les enseñó a reverenciar.


https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/

1 comentario:

  1. Totalmente cierto con Boric al poder han obtenido esa pobreza que tanto aman

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