“Hablemos claro. El chavismo tiene un proyecto muy equivocado y destructivo, pero políticamente coherente. De lo contRario no se explica su continuidad en el poder. Mientras tanto, una parte importante de la oposición sigue pensando que, si regresan Ricardo Hausmann, Moisés Naím y Miguel Rodríguez a los ministerios de la economía, la cosa se arreglará, cuando sabemos que su “Gran Viraje” nos trajo a las equivocadas políticas de Caldera II y luego a Chávez. O que Gustavo Tarre retorne al parlamento venezolano, cuando desde la comisión de finanzas del extinto congreso avaló todos los presupuestos deficitarios de los años 80 del siglo pasado, que desembocaron con la crisis de la deuda pública, la devaluación de nuestra moneda y la inflación. O tal vez, que José Guerra regrese al BCV, quien, desde dentro del instituto emisor no pudo hacer nada para detener la destrucción del bolívar desde el viernes negro de 1983. O que Calderón Berti vuelva a tener que ver con la política petrolera venezolana, precisamente quien inició la politización de PDVSA.
¿Qué le pasó a Venezuela? Sin duda nuestro país recibió una sobre dosis de socialismo y de estatismo económico desde la década de los 70 del siglo pasado, con un interregno muy pequeño de reformas pro mercado a principios de los 90, que fueron limitadas y tibias, las cuales desembocaron en el regreso de políticas públicas aun más socializantes. El ascenso de Hugo Chávez al poder es el corolario hasta cierto punto predecible de las tendencias anteriores. La revolución socialista bolivariana no es más que la prolongación y acentuación de los males que la precedieron.
Según Ludwig Von Mises, de acuerdo a lo escrito en su obra “Socialismo” de 1922, la doctrina socialista, tanto en su sentido estricto marxista, como en un sentido amplio -a la luz de las corrientes socialdemócratas- es la destrucción sistemática y sostenida de la economía privada o también una forma de parasitarla.
Mises formula en su libro ideas como las siguientes: “La política destruccionista es la disipación del capital. La dilapidación del capital puede comprobarse, ciertamente, por medio del cálculo económico y entenderse con la ayuda de la inteligencia, pero no se revela en forma palpable a todos. Para descubrir el vicio que significa una política que aumenta el consumo de las masas con detrimento del capital existente y que, por tanto, sacrifica el porvenir a favor del presente, se requiere una inteligencia más penetrante que la que es común en los hombres de Estado, en los políticos y en las masas que los han elevado al poder.”
Es verdaderamente notable que alguien en 1922, cuando todavía no había muerto Vladimir Lenin, el fundador del primer Estado socialista de la historia, pudiera haber descrito tan acertada y correctamente la naturaleza del socialismo como doctrina política. Tales aportes al entendimiento del fenómeno económico tuvieron sin duda influencia en algunos venezolanos de la época, entre ellos Arturo Uslar Pietri, quien el 14 de julio de 1936, en su escrito “Sembrar el petróleo” dijera lo siguiente: “ Cuando se considera con algún detenimiento el panorama económico de Venezuela se hace angustiosa la noción de la gran parte de economía destructiva que hay en la producción de nuestra riqueza, es decir, de aquella que consume sin preocuparse de mantener ni reconstituir las cantidades existentes de materia y energía. En otras palabras, la economía destructiva es aquella que sacrifica el futuro al presente.”
Resulta evidente que, en la naturaleza de la economía petrolera venezolana, sustentada en lo que se ha dado en llamar el Petro-Estado, se asentó el propósito por construir un sistema de corte socialista en nuestro país. Ya lo anotaba el profesor Asdrúbal Baptista cuando acuñó el término “abundancia sin crecimiento”. Se refería a la circunstancia según la cual, en economías petroleras como la nuestra, la oferta de recursos de capital no genera su propia demanda. Dicho de otro modo, la inversión de los dineros provenientes de la renta de los hidrocarburos no produce un impacto real positivo en la economía, ya que no se traduce en mayor generación de riqueza a mediano y largo plazo.
Sin embargo, a pesar de lo dicho por los preclaros venezolanos citados, no es el petróleo como recurso el problema, sino los arreglos institucionales que se conforman a su alrededor y pueden provocar un resultado en una u otra dirección desde el punto de vista del desempeño económico de un país.
El mismo Baptista advierte sobre el fenómeno cuando nos apunta que desde 1920 hasta 1960 la economía venezolana tiene un explosivo proceso de crecimiento que permite que el producto interno bruto por habitante aumente en un 300%. La tendencia pierde impulso, pero se mantiene, hasta finales de los 70 de la pasada centuria, lo cual coincide con la estatización de la industria petrolera venezolana.
Lamentablemente, nuestra intelectualidad no hizo más que renegar de las positivas tendencias que venían desarrollándose en nuestra nación, desde los tiempos del General Juan Vicente Gómez, hasta la administración de Marcos Pérez Jiménez. Se creó una leyenda negra en torno a este período de 40 años durante el cual, una depauperada familia campesina pasó de vivir en un conuco a un bloque del Banco Obrero y de allí a un apartamento de propiedad horizontal en apenas 4 décadas. No hubo nadie, o en justicia, hubo pocos, que llamaron la atención sobre este asunto.
Hablemos claro. El chavismo tiene un proyecto muy equivocado y destructivo, pero políticamente coherente. De lo contario no se explica su continuidad en el poder. Mientras tanto, una parte importante de la oposición sigue pensando que, si regresan Ricardo Hausmann, Moisés Naím y Miguel Rodríguez a los ministerios de la economía, la cosa se arreglará, cuando sabemos que su “Gran Viraje” nos trajo a las equivocadas políticas de Caldera II y luego a Chávez. O que Gustavo Tarre retorne al parlamento venezolano, cuando desde la comisión de finanzas del extinto congreso avaló todos los presupuestos deficitarios de los años 80 del siglo pasado, que desembocaron con la crisis de la deuda pública, la devaluación de nuestra moneda y la inflación. O tal vez, que José Guerra regrese al BCV, quien desde dentro del instituto emisor no pudo hacer nada para detener la destrucción del bolívar desde el viernes negro de 1983. O que Calderón Berti vuelva a tener que ver con la política petrolera venezolana, precisamente quien inició la politización de PDVSA.
Hay mentes muy extraviadas en la política venezolana y sobre todo en el seno de las fuerzas que aspiran constituirse en alternativa democrática. Lo terrible es que, al mismo tiempo, el socialismo del siglo XXI retoma su avance cultural y electoral en Latinoamérica. Chile, Brasil, Perú, México y posiblemente Colombia, son evidencias de lo anterior. El socialismo del siglo XXI es una poderosa corriente ideológica que trasciende a Venezuela y a Chávez. Existe en todo pensamiento colectivista, liberticida y anti individualismo. Son ideas de la que está preñada la izquierda en toda la región latinoamericana.
Pedro Elias Hernandez
pedroeliashb@gmail.com
@pedroeliashb
Venezuela
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