La gran sorpresa de Petro -y de todos los que apostaron a la muerte del uribismo en la primera vuelta electoral- es que Iván Duque había perdido identidad con el caudillo antioqueño y mucho más el candidato de la centroderecha, Federico “Fico” Gutiérrez (si es que alguna vez la tuvo), en cambio que, sin proponérselo, el uribista de la campaña resultó ser el candidato que le disputará al exguerrillero la presidencia de Colombia el próximo domingo, el outsider, populista, ingeniero y exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández.
“Un accidente” como escribió el exvicepresidente de los dos períodos de Uribe, Francisco Santos -en el mejor análisis que he leído sobre el terremoto postelectoral- que aun genera preguntas sobre cuáles fueron los factores, causas y motivos que lo llevaron a lanzar una candidatura que hasta última hora se pensó “no iba en serio” y ahora, en una semana, puede alzarse con la presidencia de la República neogranadina.
Por ahora -y más allá de que pueda o no salir favorecido- la certeza más contundente a diagnosticar es que existe una Colombia desde muchos años marginada del país urbano, por el que gobierna desde Bogotá, Medellín, Cartagena y Cali y puede con toda razón juzgarse como la “Santa Sede” del establecimiento político, el mismo desde el cual gobernó Santos, Duque y los comandantes guerrilleros que bajaron de las selvas y sierras a ocupar curules en el Congreso, a integrar la plantilla de la Procuraduría y la Fiscalía, y en general, a intercambiar con tycoon empresariales y los prelados de la Iglesia.
Una nueva burocracia que comanda Gustavo Petro, financiado por Juan Manuel Santos y tolerada por el presidente Duque y se preparaba a gobernar, seguro que esperando el cumplimiento del segundo tramo del “Acuerdo de Paz” y que ya, por lo menos, un 40 por ciento de colombianos daba como un hecho.
Todos menos Uribe, quién desde su finca “El Ubérrimo”, situada en Montería, se enfocó en convencer a los dirigentes, cuadros y militantes del “Centro Democrático” de que no se rindieran, que lucharan para que un líder de sus filas heredara a Duque y no dieran por perdidas unas elecciones que si las ganaba Petro no era sino para trasladar el odio guerrillero a las ciudades, la política y la sociedad civil.
Pálpito que sonaba tan fuerte en la socarronería de Petro que para él, desde hacía 20 años, no había otro enemigo a vencer que a Uribe y a ello le dedicó recursos, tiempo y trabajo y una alianza con Juan Manuel Santos desde que tomó la presidencia con la bendición de Uribe y se buscó al extercer hombre del 19-M para desaparecer al caudillo antioqueño de la faz de la política colombiana.
Y hasta el domingo 29 de junio pasado lo había logrado, poniendo en juego recursos que llegaron de los centros del Globalismo internacional y se usaron para comprar partidos, medios, instituciones, comunicadores e intelectuales para que constituyeran los ocho años del uribismo en una década perdida y a Uribe en una bestia negra que se debía condenar, exorcizar e incinerar.
Sin embargo, quien pudo salir “condenado, exorcizado e incinerado” fue Petro, pues, para empezar, su votación a penas sumó 400.000 votos a los 8.000.000 de electores petristas en las elecciones del 2018, las que ganó Duque, y lo hicieron aparecer como el seguro ganador en la primera vuelta en las próximas a celebrarse en el 2022.
Por su parte, sus contendores del segundo y tercer puesto reúnen, Rodolfo Hernández: seis millones y Federico “Fico” Gutuierrez : cinco millones, dándole paso a una nueva y poderosa fuerza política en Colombia que empieza a conocerse como el “antipetrismo”
Pero de todas maneras, este no fue el primer dato amargo y más inquietante del llamado, “Pacto Histórico” sino que el candidato a enfrentar en la segunda vuelta no es un “uribista”, ni se le puede acusar de tal, ni ponerle las etiquetas de “asesino”, “corrupto”, “ladrón”, sino un ficha de la antipolítica, un señor de trabajo, ingeniero, que ha amasado una fortuna respetable pero sin que en el catálago de “descalifibles” petristas se le pueda encontrar brecha alguna.
Además, un hacendado de los de antes, habla y gestualidad santanderiana, sin complejos para soltar dichos y palabrotas que a la Colombia de las grandes ciudades le parecen imposibles en un ciudadano de a pie y más si pretende ceñirse la banda de la presidencia de la República,
Pero estos no son los únicos déficits del candidato de la antipolíítica y se le nota también sin un “Plan de Gobierno” que lleve confianza a los electores y mucho menos con una maquinaria de partidos cuyo trabajo es indispensable en las horas cruciales en que los ciudadanos deciden por qué candidato votar.
En otras palabras que, todas las herramientas con que cuenta Petro que lleva 40 años de vida política, primero, combatiendo en las filas del “M-19”, y segundo, en elecciones para alcaldías, curules parlamentarias y la presidencia de la República que es una experiencia, training y universidad que no se adquieren con dichos campesinos y anécdotas rurales más o menos.
Todas las desventajas que -se recordarán- tuvo que enfrentar un candidato como Donald Trump y, sin embargo, se alzó con la presidencia de la democracia más poderosa del mundo.
No quiere decir que Rodolfo Hernández no pueda resultar “el Trump colombiano” pero le va a costar mucho más.
Manuel Malaver
manuelmalaver@gmail.com
@MMalaverM
Caracas - Venezuela
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