martes, 27 de octubre de 2015

LUIS MARIN, ¿FASCISMO O COMUNISMO?

 “En nuestro caso, tanto como ocurre en Ecuador, se ha instaurado el régimen de la mentira, pariente del fascismo de mediados del siglo XX”, se lee en el pormenorizado Informe presentado por Asdrubal Aguiar ante la LXXI Asamblea de la SIP. “La música debe ser un instrumento de promoción de dignidad y libertad, no una herramienta del fascismo”, puede leerse a su vez en la reciente carta de Coronel a Dudamel.

“¿Cómo se forma parte de la dictadura? Quiero decir, más allá del voto ritual en las elecciones amañadas, ¿cómo se manifiesta la adhesión al totalitarismo? Muy sencillo: suscribiendo el relato y repitiendo el discurso oficial”, dice Carlos Alberto Montaner en el foro organizado por la Asociación de Periodistas Venezolanos en el Extranjero, tan lejos como en septiembre de 2013.

En consecuencia, es importante detenerse en las palabras, qué significan, qué se quiere decir con ellas, porque las palabras configuran el mundo, dan una visión de la realidad y pueden determinar, en cierta medida, las acciones y reacciones humanas y, por qué no decirlo, la comunicación política.

El uso del término “fascismo” y sus derivados se ha revelado como el más importante leitmotiv del lenguaje político venezolano, no solo porque es un notable denominador común de gobierno y oposición sino por su tenaz persistencia, que lo vuelve como un engranaje indispensable del discurso del que ninguno puede  prescindir. Este solo hecho ya lo hace digno de reflexión y estudio.

Por ejemplo, ¿por qué el régimen de la mentira instaurado en estos países es pariente del fascismo de mediados del siglo XX pero no del comunismo que reinaba por la misma época? Si se supone que el fascismo fue aplastado en la guerra, con tanta más razón se impone hacer referencia al comunismo que salió victorioso, que trascendió aquella y otras guerras sucesivas y que todavía hoy en día nos acogota.

Podría pensarse que AG no quiere producir una fisura en la unidad perfecta de la “alternativa democrática” venezolana haciendo una alusión condenatoria al comunismo, tanto menos si los líderes y autores intelectuales de “La Unidad” son comunistas de nacimiento e incluso en el resto de Latinoamérica la unión con comunistas y socialistas parece esencial a toda concertación o frente amplio, lo que vuelve pecado de lesa diplomacia denunciar las faltas de potenciales interlocutores.

El caso de Coronel vs Dudamel tiene que ser enteramente distinto, porque se trata de un crítico de la MUD frente a un funcionario de la nomenklatura. Puede discutirse si ciertamente la música debe ser instrumento de algo, así sea la libertad o la dignidad y concluir que no, que la música sólo tiene que ser buena música o mejor simplemente “música”, cumplir su función de conmover, alcanzar el puro goce estético.

Son los músicos, ejecutantes, directores, compositores, quienes como personas tienen compromisos morales y políticos,  preferencias individuales y responsabilidades, como las tendría un matemático, dejando a salvo las matemáticas, pero este no es el punto.

El punto es porqué se vuelve problemático decir que la música no debe ser una herramienta del comunismo, como sería lo correcto, si Maduro se formó en las escuelas de cuadros del Partido Comunista Cubano y no como Perón, en la Italia de Mussolini.

Esta cuestión va más allá del compromiso con la verdad o la corrección política. El tema de la censura y la persecución de la prensa libre es apenas un elemento colateral al proceso de instauración de un Estado totalitario, que implica sobre todo la socialización de la economía y la eliminación de toda oposición política organizada.

El epicentro de este proceso está en La Habana y su correa de transmisión es el Foro de Sao Paulo. El partido hegemónico es el Partido Comunista Cubano, corriente dominante en el Foro de Sao Paulo, incluyendo a la ferviente creyente en la doctrina de la “lucha armada” Dilma Rousseff.

Para mejor ilustración consideremos qué pasaría si por razones de conveniencia política comenzáramos a hablar del dictador comunista Francisco Franco, con lo que toda nuestra visión y comprensión de la guerra civil española se vería trastocada hasta lo irreconocible, como ocurre al denunciar al dictador fascista Fidel Castro (cosa que, por cierto, ya hacen algunos bienaventurados socialdemócratas norteamericanos).

El régimen instaurado en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, El Salvador, etcétera, es vicario del régimen comunista de La Habana y no se le hace ningún favor a la verdad histórica, ni a la interpretación de nuestra realidad y al diseño de una estrategia política acertada llamarlo de un modo que no le corresponde y que es incluso incongruente con el contexto en que se inscribe.

Es añadir otra “disonancia cognitiva” al ya incomprensible discurso oficialista.

EL COMUNISMO DE HOLLYWOOD

Más que una ideología es una emotiva exaltación del romanticismo, desprendimiento y espíritu de sacrificio, completamente pre-leninista, que yerra al concentrar toda el cinismo, mezquindad y egoísmo en el otro bando, como si no fueran éstas condiciones humanas, tan universales como aquellas.

Hollywood ve al comunista como individuo, con su dignidad personal, con respeto, no al comunismo como una ideología inhumana que pretende precisamente destruir al individuo, su dignidad y respeto; de hecho, el mismo Hollywood sería inconcebible bajo un régimen comunista.

Ser anticomunista para “la izquierda” de Hollywood es lo mismo que ser “de derecha”, esto es, Macartista, haber ejecutado a Sacco y Vanzetti, estar contra Charles Chaplin, a favor de la guerra de Vietnam y así por el estilo: resulta tan impresentable como lo sería repudiar a cualquier minoría estigmatizada, como negros o gays.

Este extraño mecanismo psicológico permite olvidar el estalinismo, el gulag, las marchas de Pol Pot, la limpieza étnica en Serbia y el hecho, indiscutible, de que Viet Nam del Norte sí era comunista, como lo es Corea del Norte, etcétera.

Asimismo la izquierda hollywoodense considera la mentira como un monopolio de la administración norteamericana, lo que, paradójicamente, la lleva a concederle una veracidad contra toda prueba a dictadores nefandos como Saddam Husseim, Fidel Castro o Chávez, como en el pasado lo hicieron con Mao y Ho Chi Minh, simplemente porque son enemigos de su gobierno, por lo que salen harto beneficiados de este acto reflejo, sólo explicable en algún tratado de psicopatología.

Así, el comunismo y el anticomunismo se esfumaron del lenguaje de la administración de los Estados Unidos como parte del discurso políticamente incorrecto, junto al racismo, sexismo y quizás como consecuencia también desaparecieron del discurso político venezolano.

Es bueno recordar que Chávez y su coro se ofendían al unísono cuando se les llamaba comunistas, mientras adelantaba la simbiosis con Castro e introducía al país en la internacional, montaba los adefesios eufemísticamente llamados “comunales”, incluso el Estado Comunal y uniformaba de rojo no solo a los funcionarios sino a todo el  país. El rojo fue, es y será el color que identifica históricamente a los comunistas, desde la Comuna de París.

En Venezuela está prohibido mencionar al comunismo y a Cuba, al punto de que se puede leer todo un libro dedicado a desnudar la neolengua totalitaria, como los exhortos de los 31 expresidentes iberoamericanos, sin que estas palabras aparezcan ni una sola vez en los textos y la causa va más allá de la censura oficial.

No se trata solamente de que la unidad opositora esté conformada por partidos y personalidades explícitamente identificadas como comunistas, sino que su aspiración manifiesta es tenderle puentes a los partidos y personalidades del “polo patriótico” en el gobierno, que son todos comunistas por definición. Resulta completamente obvio que un mensaje anticomunista atentaría contra este propósito de “unidad total”.

De manera que el más somero análisis pone de manifiesto la razón por la cual no puede esperarse nada de la oposición oficial, porque en realidad comparte con el régimen ideología y propósitos, son el sueño dorado de la crítica eurocomunista a la democracia de partidos occidental: presentar el mismo refresco con diferentes chapas.

La única verdadera alternativa tiene que ser liberal, capitalista, pluralista y centrada en valores individuales.

Es decir, lo más equidistante tanto del comunismo como del fascismo.

MECANICISMO JURÍDICO

Sería materialmente imposible para un analista e insoportable para cualquier lector pasar revista a los extensos y enjundiosos estudios jurídicos realizados a las recientes “sentencias” con que el régimen ha producido la estupefacción universal, de letrados y legos, que al fin y al cabo estos últimos son el indicador del sentido de justicia de cualquier sociedad.

Baste para resumir que lo que se aprecia en primer lugar es una suerte de automatismo jurídico, una creencia consolidada en cómo deben discurrir los casos en un tribunal y cómo operaría la mente de un juez para arribar a algo que pueda denominarse “fallo”.

Siendo la verdad que nada de esto ocurre ni puede ocurrir en la Venezuela actual; nuestros bienintencionados analistas jurídicos olvidan los testimonios del magistrado Eladio Aponte Aponte entre otros, según los cuales las “sentencias” son elaboradas por un comité político en las oficinas de la Vicepresidencia de la República y luego enviadas a jueces provisorios o accidentales para que les estampen una firma sin siquiera leerlas.

De manera que todas esas expresiones como “la juez de la causa encontró, valoró, concluyó”, son pura fantasía; los expertos “en cuya opinión se basó la juez para dictar su fallo”; “basándose la juez para llegar a esa insólita conclusión”; “que su mente imaginó” y tantísimas otras, parecen sugerir que se trata de un proceso penal ordinario, con verdaderas pruebas, hechos establecidos, leyes aplicables y conclusiones plausibles y aquí es donde comienzan las preguntas inquietantes.

¿Algún jurista serio, con los pies en la tierra y la mano en el corazón puede afirmar que cree realmente en estas supercherías? La otra cuestión es más grave, porque apunta a la responsabilidad: Si no es así, ¿por qué escriben estas cosas? ¿Para quién lo hacen? ¿Para hacerle creer qué a quién?

Como siempre se debe partir de la buena fe, supongamos que un abogado razona que no puede hacer otra cosa sino utilizar los recursos procesales disponibles, de acuerdo con la ley y finalmente, confiar en la justicia. Sin embargo, dejando a un lado lo ingenuo que parezca, esto no exime de decir la verdad, primero al cliente y luego al público.

Lo contrario es prestarse a otra charada, como los que convocan a elecciones, cumplen con las supuestas leyes electorales y luego confían en los resultados, esto es, legitiman una infamia aparentando que no se dan cuenta de que es una infamia; o peor, saben que es una infamia, lo dicen, pero concluyen en que no hay otra salida.

El mecanicismo jurídico induce a la idea de que en Venezuela existe un Estado de Derecho lo que, si alguna vez se intentó establecer seriamente, desapareció hace rato, desde que entró en esta vorágine “revolucionaria” que arrasó la escasa institucionalidad que se había labrado con tan laboriosos esfuerzos, con tanta buena voluntad y paciencia de tantos venezolanos abnegados, que también los hubo y los hay todavia.

Ahora lo único que puede admitirse es decir la verdad, dejar testimonio, confiar en que los mecanismos de la conciencia individual hagan levantar la esperanza, la alternativa, en cualquier parte o en muchas partes.

Lo más aterrador del  nacionalsocialismo alemán es que aquel régimen de horror era administrado por los pensadores y juristas más ilustrados de su tiempo; algo semejante a lo que ocurre en Venezuela donde académicos y magistrados se confabulan y confunden con la canalla militarista para depredar un país sin remisión, en el más absoluto abuso no solo del poder sino del conocimiento.

Alemania no fue redimida por los alemanes sino desde afuera, como un poderoso castigo; ojalá Venezuela reúna la voluntad y la inteligencia que sea necesaria para hacer un  país nuevo desde las cenizas del anterior, como diría Juan Carlos Sosa Azpúrua.

La alternativa es el caos y la disolución, que están a la vista de quien quiera verlos.

Luis Marin
lumarinre@gmail.com

@lumarinre

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