En medio de tantas y tan intensas emociones, del dolor, la indignación,
la tristeza, la genuina y quizás en ciertos casos fingida solidaridad, la
convulsión y la incertidumbre generadas por los atentados en París, no pocos
parecieran haber olvidado que sólo unas semanas antes de los ataques la señora
Merkel, también conocida en su país como “Mutti” o “madrecita”, había
estimulado y abierto las puertas a los centenares de miles, quizás millones de
musulmanes sunitas que aspiran ingresar a Europa.
Entre los que ya habían llegado como parte de la reciente oleada
migratoria se encontraban, según parece, uno, dos, o tal vez más miembros del
núcleo terrorista directamente involucrados en los desmanes. No obstante y
hasta el momento de escribir estas líneas, la señora Merkel, alias “madrecita”,
no ha abierto la boca en torno al tema, y los medios de comunicación
occidentales, atemorizados e ideológicamente dominados por la corrección
política y el buenismo imperantes, apenas si se atreven a sugerir lo que para
el público se hace cada día más obvio y evidente, es decir, que varias de las
actuales estructuras legales e instituciones de la Unión Europea, la utopía de
una Europa sin fronteras, su demencial política migratoria y su quimera
multicultural han quedado hechas añicos, ahogadas en medio de la sangre que
corrió el pasado día viernes en París.
Eso no es todo. Horas antes de producirse los horribles asesinatos en
masa en diversas localidades parisinas, el actual ocupante de la Casa Blanca y
presunto líder del mundo libre, el inefable Barack Obama, se hallaba como
invitado en el programa de TV estadounidense Good Morning America, y en el
transcurso de la entrevista afirmó que el Estado Islámico (ISIS) había sido
“contenido” y “no se está fortaleciendo”. Este es el mismo individuo, no lo
olvidemos, que recibió de gratis un Premio Nóbel de la Paz a raíz de un
discurso que dirigió al mundo islámico, un discurso 2 tan lleno de naderías,
pamplinas e insustancialidad que debería hoy concursar para otro Premio Nóbel,
pero al Nóbel de la literatura fantástica.
Por su parte, el Presidente Hollande, armado de renovado vigor bélico,
indicó en su mensaje la noche de los sucesos que la respuesta de Francia frente
las atrocidades sería implacable y declaró la guerra contra el ISIS. Lo hizo
tarde, meses después de los asesinatos a los periodistas de la revista satírica
Charlie Hebdo, pero lo hizo.
Cuarenta y ocho horas después aviones de combate franceses atacaron la
ciudad capital del ISIS en Siria, arrojando durante su incursión veinte bombas
de gran poder destructivo (según leí) desde una altura de miles de metros, y de
paso proporcionando merecido descanso a los pilotos y caza-bombarderos de
Putin, los cuales, como todos sabemos, habían estado haciendo la parte más
ardua del trabajo hasta ahora.
En fin, veamos: atrocidades como las de París, en nuestro planeta
interconectado y abrumado de noticias y de sus respectivas imágenes, nos
empujan a perder de vista el bosque por andar viendo los árboles. Para luchar
contra tal riesgo deseo proponer esta tesis: El actual liderazgo político de
Occidente está en ruinas. Se trata de una ruina ética. Es un liderazgo
caracterizado por su estupidez. Y aclaro de inmediato: utilizo el término
estúpidos (stultus) para calificarles en el sentido que al mismo le dan el gran
filósofo político de origen austríaco Eric Voegelin y el también destacado
escritor austríaco Robert Musil. Las obras de estos autores a que hago
referencia, el libro de Voegelin Hitler y los alemanes y el ensayo de Musil
Sobre la estupidez, son accesibles mediante internet para aquéllos lectores que
deseen consultarles. El concepto de estupidez que Voegelin y Musil emplean no
pretende insultar, como ocurre corrientemente, sino esclarecer, definir y
precisar.
No dudo que Merkel, Hollande, Cameron, Rajoy, Renzi, Obama y el resto
son seguramente personas muy inteligentes. Pero también son estúpidos (stultus)
en el sentido de su pérdida de perspectiva con relación a los imperativos de su
responsabilidad ética como políticos en el poder.
El deber ético primordial de un mandatario, derivado del fundamental
pacto Hobbesiano entre protección y obediencia que sostiene la existencia
política, es el cuidado y la defensa de la vida física de los ciudadanos, de su
modo de vida y de sus valores en el plano espiritual y cívico. El hecho de
haber promovido, aceptado y alentado
durante años la inmigración de millones de musulmanes a Europa y de seguir
haciéndolo, transformando inexorablemente en el camino los pilares de la
existencia de comunidades históricas, y todo ello en medio de la guerra civil
entre sunitas y chiítas que divide al mundo islámico y se traduce en una guerra
contra Occidente, este hecho –repito— condena de manera inequívoca a un
liderazgo europeo enceguecido por su soberbia, su ignorancia, su terquedad y su
estupidez.
Este mismo liderazgo en ruinas, cabe anotarlo, fue el que hace pocas
semanas volvió a imponer sanciones y restricciones adicionales a una serie de
productos de exportación de Israel, en un acto que con sobrados motivos el
primer ministro Netanyahu denunció como otra vil e intolerable muestra de
hipocresía por parte de una Europa que pareciera signada por un instinto de
muerte, el de su propia muerte.
El progresismo intelectual europeo e internacional, culpable principalísimo del clima de rendición anticipada, de ilusiones sin base y confusión ideológica que reina en el viejo continente y el resto de Occidente, tiene una exigente tarea de autocrítica por delante. Pero eso es en teoría. Estoy seguro de que harán muy poco para examinar sus torpezas, y de igual forma actuarán los políticos democráticos hoy en el poder.
Focalizarán como siempre su atención sobre la llamada extrema derecha,
sobre Marine Le Pen, Wilders, Farage y otros, que son precisamente los que han
venido alertando acerca de las amenazas que por desgracia se concretaron en
París. Lo que más enciende la ira de la izquierda europea es que la tal extrema
derecha ha tenido razón.
Los adalides progresistas de la virtud y la bondad
temen mucho más a los que designan --para deslegitimarles-- como neofascistas
que a los radicales islamistas. Y esta situación, pienso, no va a cambiar, no
todavía, pero eventualmente cambiará pues los electorados europeos están
abriendo los ojos. Ya era hora.
Anibal Romero
aromeroarticulos@yahoo.com
Caracas - Venezuela
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