EXPLORACIONES GEOPOLÍTICAS (1)
Leí una vez en algún libro ya olvidado que los franceses percibieron con
claridad que se hallaban en medio de una revolución unos tres años después de
la toma de la Bastilla. La moraleja del asunto es que los grandes cambios
históricos toman tiempo antes de penetrar las conciencias de quienes les viven
en carne propia.
Las siguientes líneas responden a dos convicciones. La primera es que
estamos viviendo un importante cambio histórico, en presuroso camino hacia el
decisivo fin del sistema internacional creado a partir de la Segunda Guerra
Mundial. El signo fundamental de ese cambio es la redefinición de la
competencia geopolítica por parte de los principales actores mundiales, con
base en el interés nacional interpretado de modo más estrecho, focalizado y
limitado. Pero ese cambio histórico todavía está borroso para nuestras
conciencias contemporáneas.
La segunda convicción que me guía es que, como con frecuencia ocurre
durante estos intensos procesos de cambio, existe una tendencia a confundir
causas con efectos, orígenes con síntomas, raíces con manifestaciones. En tal
sentido, como intentaré explicar, Donald Trump es un efecto, no una causa, un
síntoma del cambio y no su origen, aunque es también un factor de aceleración
de los cambios.
Así como el sistema construido sobre los pilares de las derrotas de
Alemania, Italia y Japón en 1945 fue obra primordial de la creatividad de las
élites políticas y económicas occidentales, en particular estadounidenses, de
igual manera la agonía del sistema es producto de los múltiples desatinos de
dichas élites dirigentes estas pasadas dos décadas. Señalo tres aspectos: 1)
Mareadas y despistadas por un rumbo de globalización tan rápido como impactante
y perturbador, las élites occidentales, incluidas por supuesto las europeas,
empezaron a perder de vista una realidad clave: perdieron de vista a sus
electorados democráticos. Las colisiones generadas por la globalización han
tenido y tienen consecuencias demoledoras sobre sociedades enteras, entre ellas
vastas porciones de Estados Unidos, pero los políticos occidentales,
enceguecidos por el brillo de la utopía cosmopolita y multicultural dejaron
olvidadas a millones de personas, quienes sin embargo preservaron un arma para
contraatacar: el voto. 2) La inmigración masiva en Europa y Estados Unidos
generó una honda sacudida en sociedades que no son suficientemente permeables a
ello, ni capaces de asimilar tales fenómenos con la velocidad que las élites,
ubicadas en sus confortables torres de marfil, permitieron con enorme miopía.
3) La denominada “corrección política”, ideología del denominado progresismo en
Occidente, acabó por desbordar la paciencia de millones. Tal ideología, mezcla
de sentimentalismo, ingenuidad, e ignorancia de la historia, ha tenido
numerosas expresiones a lo largo de estos años, pero quizás una de las más
elocuentes fue el rechazo, por parte de Barack Obama, a pronunciar siquiera una
vez durante ocho años en la Casa Blanca la frase “terrorismo islamista
radical”, para identificar con precisión y veracidad la fuente de los
incesantes actos de terror ejecutados contra Occidente.
Un episodio lleno de simbolismo sobre este tema, es decir, sobre la
voluntad política de identificar las amenazas con la verdad, y de esa forma
cumplir uno de los deberes centrales de un líder que intente actuar con
franqueza ante sus ciudadanos, fue la referencia al radicalismo islámico en el
discurso pronunciado por Trump el pasado día 20 de enero. Tal episodio marca
una línea divisoria inequívoca entre dos momentos de la historia en nuestros
días, entre Obama y Trump, entre un pasado agonizante y un porvenir incierto.
Las alarmas de que el paciente se encontraba en estado terminal se
dispararon con el Brexit, y desde luego el panorama empezó a ser mejor
descifrado con la victoria de Trump. Pero los fundamentos del llamado “sistema
internacional liberal” ya estaban severamente resquebrajados antes del
tumultuoso 2016. En este orden de ideas, Trump ha venido actuando como el niño
del famoso relato de Andersen, en el que se narra la historia de un vanidoso
rey cuyos sastres, acosados por las exigencias del monarca, decidieron
engañarle, hasta que creyó estar vestido con las más finas y delicadas telas
cuando en realidad andaba desnudo ante sus súbditos. Sin embargo, llegó el
momento en que un niño, provisto de la inocencia propia de su edad, en plena
calle y contemplando al rey que se paseaba, exclamó a toda voz: “¡Pero es que
el rey está desnudo!”.
Lo que ha logrado Trump es poner de manifiesto, con su característico
estilo, que el sistema internacional sobre el que sus antecesores presidieron
está corroído en sus cimientos, y que la sociedad norteamericana está muy
agrietada. Trump proclama que el rey está desnudo. Este papel no es simpático,
especialmente para el rey, y el progresismo internacional, entre otros sectores
comprometidos con el pasado o beneficiarios del mismo, jamás le perdonará a
Trump haber revelado la vaciedad y desgaste de sus ilusiones. Por ello son
estériles las pretensiones de que Trump pueda unificar a los estadounidenses
con meras palabras, o complacer las quimeras de los europeos. Ese no es su
papel ni lo sería aunque quisiera. Trump seguirá adelante como factor que
intensifica mutaciones y alteraciones, enraizadas en lo que le antecedió. No
tiene alternativa y seguramente no le interesa tenerla.
El sistema que hoy expira, un punto que por cierto olvidamos a veces, se
levantó sobre los pilares de la Guerra Fría. El mismo encarnaba un principio de
orden sustentado en la confrontación de dos grandes potencias, portadoras a la
vez de ideologías seculares frontalmente enfrentadas, así como en la disuasión
nuclear y en una concepción suma-cero de los choques geopolíticos. El fin de la
URSS y de la Guerra Fría modificaron estos esquemas, los de un juego
estratégico que ya venía abriéndose con el acercamiento de Nixon y Kissinger a
China. Más tarde se sumaron los ataques del 11-S contra Estados Unidos, el
desafortunado fracaso del intento de democratizar las sociedades islámicas del
Medio Oriente y sus secuelas, el avance económico y militar chino, la paulatina
recuperación geoestratégica de Rusia, así como la crisis financiera de 2008 y
su impacto social y político.
En posteriores artículos procuraré analizar con mayor detalle este nuevo
panorama geopolítico, y en especial los casos de Estados Unidos, China, Rusia y
Europa. Por los momentos solo voy a destacar esto: 1) La correlación de fuerzas
internacional de nuestros días es percibida como negativa, en términos
relativos y coyunturalmente, para Estados Unidos; pero hay que tener sumo
cuidado de no subestimar a ese país y en paralelo sobrestimar a China y Rusia.
Estados Unidos tiene dificultades y también gran potencial y opciones. Un nuevo
liderazgo, con la energía y realismo exigidos por los actuales y previsibles
desafíos, puede concretar un reacomodo de importancia. 2) Por décadas Europa se
fortaleció protegida por el poderío militar estadounidense. Esto no fue un acto
de altruismo. Washington tenía y tiene intereses en la estabilidad y
prosperidad de Europa. Pero las fiebres utópicas que se desataron en la Unión
Europea, con los sueños de un superestado federal, han acabado por fragmentarla
severamente. Dentro del novedoso cuadro geopolítico, la infantilización
estratégica de una Europa que se acostumbró a depender para su defensa de
Estados Unidos, la deja ahora sin brújula ante una situación distinta, pues
Washington redefine sus intereses nacionales en tanto que Europa atraviesa una
crisis de identidad. 3) El pueblo estadounidense, al menos una parte sustancial
del mismo, desea que sus dirigentes concentren su atención en los graves
problemas económicos, sociales, de la infraestructura, la salud y la educación
que aquejan a millones y que en buena medida explican el triunfo de Trump.
Visto todo ello en conjunto y extrayendo las necesarias conclusiones, es
patente que los ejercicios de nostalgia con relación al pasado se han
convertido en un teatro inútil. Trump halló un mundo muy distinto al que
existía hasta hace poco, así como a un pueblo estadounidense fracturado, resentido,
confuso y abrumado por la incertidumbre. Las prioridades de Trump son internas
y tienen que ver con la recuperación económica y social de su país. De modo que
su política exterior va a estar íntimamente vinculada al logro de los
mencionados objetivos domésticos.
Llegaron a su fin tanto el intervencionismo indiscriminado como la
globalización sin controles, se acabó el papel de policía del mundo y empieza
una etapa de definiciones restringidas, concretas y focalizadas del interés
nacional, concebido de manera más pragmática, con el propósito de buscar en lo
posible arreglos beneficiosos para el bienestar de la población de Estados
Unidos. La sobreextensión del poder por años hegemónico se verá reducida a
marcos más manejables y en función de relaciones costo-beneficio. Las nociones
de soberanía, patriotismo y fronteras, entre otras, recobrarán la vigencia que
habían perdido. De allí que las decenas de miles de personas que salieron a
manifestar contra Trump hace unos días tendrán que aprender, por mucho que les
duela, que no es el mundo el que elige al presidente norteamericano sino los
electores estadounidenses, según lo establecido en su ya dos veces centenaria
Constitución. Y esos electores son la prioridad de Trump.
Maquiavelo escribió que para un político es preferible ser temido que
ser amado. Pienso en tal sentido que Donald Trump cometería un error si
pretendiese ser amado en lugar de ser temido. No creo que lo haga. No es su
tendencia ni está en su temperamento. Pero en todo caso, el repudio casi
delirante que el progresismo bienpensante y los medios de comunicación
tradicionales profesan hacia Trump es insuperable, no tiene arreglo posible y
va más allá de lo estrictamente político. Semejante repudio tiene que ver, como
ya sugerí, con el hecho de que Trump simboliza el fin de muchas ilusiones y a
nadie le gusta constatar la muerte de sus ilusiones, menos aún que sea otro
quien lo anuncie. No fue Trump el autor del fallecimiento de tantas quimeras,
pero me temo que actuará como su sepulturero.
Anibal Romero
aromeroarticulos@yahoo.com
Filosofo Liberal
www.anibalromero.net
El Nacional
Caracas - Venezuela
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Ora y labora.
Anzoategui - Venezuela
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