PATERNALISMO DEFORMANTE
Cuando uno observa la ostentación y el despilfarro de unos pocos en
medio de la pobreza extrema en la que vive la mayoría, es natural que sea
seductora la idea de quitarles a los ricos para darles a los pobres
La consigna socialista ha sido atractiva siempre a pesar de su evidente
fracaso histórico. Es imposible no sentirse atraído frente a la propuesta de
una sociedad igualitaria, donde todos los seres humanos tengan sus necesidades
básicas satisfechas.
Cuando uno observa la ostentación y el despilfarro de unos pocos en
medio de la pobreza extrema en la que vive la mayoría, es natural que sea
seductora la idea de quitarles a los ricos para darles a los pobres.
El problema es que el socialismo es una utopía. No hay manera de
construir una sociedad igualitaria. Lo que sí se puede construir es una
sociedad justa.
Las economías donde impera el capitalismo salvaje, como lo calificó el
papa Juan Pablo II, generan riqueza, pero acompañada de una enorme desigualdad;
y las sociedades donde impera lo que Stalin llamó el socialismo real generan
miseria para todos.
Pero hay muchos países que han alcanzado crecimiento económico
acompañado de una justa distribución de la riqueza. Es el caso de la mayoría de
los países de Europa y el caso de Chile en nuestro continente. En esos países
ha imperado el modelo de la economía social de mercado, en el que coexisten un
sector privado que invierte, genera empleo y produce bienes y servicios
abundantes y un Estado fuerte que desarrolla una política social inteligente
afincada en el desarrollo del capital humano.
Un Estado que invierte en educación y en capacitar a la gente para el
trabajo y una economía que genera buenos empleos, bien remunerados para todos.
El socialismo también busca crear una sociedad solidaria, lo que el
“Che” Guevara llamó el “Nuevo Hombre”, solidario, comprometido con el prójimo.
En búsqueda de ese objetivo, el socialismo genera exactamente lo contrario.
Si unos padres consentidores complacen siempre a su hijo, le regalan
todo lo que pide, a los 18 años le dan un carro, le pagan sus estudios y le
compran un apartamento, lo convierten en un ser egocéntrico, individualista,
que cree merecerlo todo. Lo hacen egoísta. Eso es lo que hace el Estado
paternalista: ciudadanos egoístas.
Si, por el contrario, le enseñan el valor del dinero, a apreciar lo que
tiene, a compartir, si lo enseñan a ganarse las cosas por sí mismo, ese niño
terminará siendo un adulto responsable, consciente y solidario.
Pedro Pablo Fernandez
pfernandez@ifedec.com
@PedroPabloFR
Miranda - Venezuela
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