LOS ACUERDOS DEBEN PREVALECER
La violación de los derechos humanos sigue siendo una constante en
algunos países, especialmente, de menor desarrollo democrático e institucional,
como Venezuela en donde tales prácticas se sistematizan y generalizan de manera
tal que constituyen políticas de Estado
y se convierten, más allá de simple violaciones, siempre odiosas y condenables,
en crímenes internacionales, en actos atroces que la comunidad internacional condena hoy más que nunca y
en relación con lo cual
se han creado instituciones que,
complementarias de las jurisdicciones nacionales, tienen competencias que
permiten castigar a los responsables de estos actos.
Ante esa lamentable realidad la comunidad internacional ha dado pasos
importantes en la dirección correcta para reprimir estos horrendos crímenes, lo
que todavía algunos que disfrutan del poder no logran entender; por el
contrario, insisten en sus criminales actos, desde todas las posiciones,
ignorando que mañana tendrán que rendir cuenta a la justicia, como ha sucedido
con hombres una vez poderosos e invencibles, hoy disminuidos tras las rejas en
una u otra parte del mundo. No entienden quizás que los tribunales internos
habrán de funcionar en algún momento o que las instancias jurisdiccionales
penales internacionales lo harían de manera complementaria si fuere el caso
para investigar hechos y establecer responsabilidades.
Después de los tribunales de Núremberg y de Tokio y de la creación de
los tribunales ad hoc por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para
castigar a los responsables de los crímenes internacionales cometidos en
Ruanda, la antigua Yugoslavia, Sierra Leona y Timor Oriental, la comunidad
internacional dio un paso trascendental para erradicar la impunidad por la
realización de crímenes atroces que “conmueven profundamente la consciencia de
la humanidad” y que “constituyen una amenaza para la paz, la seguridad y el
bienestar de la humanidad”, al adoptar en 1998 el Estatuto de Roma mediante el
cual se crea la Corte Penal Internacional, un texto que entrara en vigor en
julio de 2002.
Los primeros quince años no han sido fáciles para la nueva Corte a pesar
de que se han procesado y condenado a más de 30 personas por crímenes de
genocidio, de lesa humanidad y de guerra, incluido entre ellos un Presidente en
ejercicio, Al Bashir, de Sudan; el ex vicepresidente de la República
Democrática del Congo, Jean-Pierre Bemba, condenado en su condición de
Comandante militar por los crímenes cometidos por sus tropas en la República
Centroafricana entre 2002 y 2003. Se dirá que es poco ante la realidad, pero
hay que tomar en cuenta las dificultades para que ella pueda ejercer su
jurisdicción y para llevar a cabo las investigaciones necesarias.
La Corte es una institución independiente e imparcial. Su estructura y
composición son las más adecuadas. Su eficiencia es incuestionable. Su
eficacia, sin embargo, plantea serias dudas. La no participación de algunas de
las grandes potencias y la falta de cooperación decidida y oportuna de países que lamentablemente consideran
que la soberanía sigue siendo un principio absoluto que impide que órganos
internacionales, como la CPI, puedan
velar por el cumplimiento de las normas internacionales de protección de los
individuos. Las grandes potencias y algunos regímenes forajidos
prefieren proteger sus intereses y eventuales escrutinios antes de apoyar a la
Corte en su actividad judicial, lo que impacta su efectividad.
No hay dudas, la Corte es importante. Su creación es un paso
trascendental en la historia de la humanidad. Es una institución creada en
épocas en que la consciencia humana reconoce la gravedad de las atrocidades y
la necesidad de erradicar la impunidad y en consecuencia la obligación de
procesar y castigar debidamente a los responsables de tales crímenes sea cualquiera
su posición y su grado de participación en su realización.
La dinámica política diaria, la crisis que nos agobia, el desprecio por las instituciones de quienes hoy ilegítimamente
gobiernan, nos hace olvidar la importancia de la justicia penal internacional,
del papel de instituciones que, como la CPI, han sido creadas para combatir
ciertos crímenes calificados de atroces y para erradicar la impunidad; mas
entre aquellos que en posición de poder participan de cualquier manera en la
realización de crímenes internacionales y en la violación sistemática, grave y
generalizada de derechos humanos.
Algunos dudan de la efectividad de la Corte y de la justicia penal
internacional en general y actúan como si nunca tendrán que rendir cuenta ante
la justicia sea adentro, por tribunales competentes, los que deben
primordialmente conocer estos actos; o afuera, en instancias como la Corte
Penal Internacional que ejerce una competencia complementaria de las
jurisdicciones nacionales.
Hay que recordarlo, hay que insistir en ello, más en países que, como
Venezuela en donde la práctica de la tortura, de la persecución, de la
discriminación en perjuicio de grupos de personas por razones ideológicas y
políticas, constituye una clara y evidente política de Estado lo que se traduce
en crímenes de lesa humanidad, objeto de la competencia material de la Corte.
Se equivocan quienes no creen en la justicia internacional, en las
instituciones creadas para combatir estas atrocidades. La justicia llega y a
tiempo, salvo que la justicia divina se adelante. Nada quedará oculto en el
mundo en esta época de crímenes y de barbarie, tampoco en Venezuela en donde
muchos seguimos de cerca las violaciones graves y sistemáticas de los derechos
humanos, el sufrimiento de muchos, para contribuir con la mejor aplicación de
la justicia.
Estamos en un momento de cambio, incluso, me atrevo a decir a pesar de
las contradicciones, de transición hacia la democracia. Un momento en que los
acuerdos deberán prevalecer para construir el futuro en paz y de manera
estable. Pero ello no significa de ninguna manera que la justicia quedará de
lado. No es un mensaje de venganza ni de retaliación, como siempre lo he dicho.
Es simplemente la aplicación sana de la justicia, esa que reclaman las víctimas
y sus familiares, la sociedad entera que se presenta en su conjunto como
víctima directa de la barbarie.
Victor Rodriguez Cedeño
vitoco98@hotmail.com
@vitoco98
internacionalista
Caracas - Venezuela
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