Venezuela es nación en
desintegración. Pasado un umbral (¿lo pasamos ya?), lo que quedarán serán
jirones cuyo remiendo no será pronto, ni fácil… No es una realidad amable;
pero, así se perfila.
Es asunto esencial para los venezolanos
y, ahora también, para los que están demasiado cerca de la candela, sea por
razones geográficas (Colombia, Brasil, Guyana, por ejemplo); sea por razones
institucionales (EEUU, España, Reino Unido, por ejemplo).
Dimensiones de la desintegración de
la nación:
El Estado entró en fase de
disolución. El Estado, como sistema articulado de instituciones, está en
bancarrota. La demolición de Pdvsa, la implosión del Banco Central y la
evaporación de la Fuerza Armada, son evidencias. En el caso de la FAN hay una
cabeza que aparece como Alto Mando pero que ni es alto, por la degradación; ni
es mando, porque el cuerpo del cual es azotea se deshizo. Hay militares; pero
no hay institución militar. El TSJ ilegítimo es un bufete nauseabundo; el
Gabinete Ejecutivo es una ficción de administración; la Asamblea Constituyente
es un adefesio, que ni siquiera consulta a sus miembros; el CNE dejó de existir
hace años.
No hay control sobre el territorio.
Lo que dicen los libros de geografía es ficción. Los grupos irregulares Farc,
ELN, Fuerzas Bolivarianas de Liberación, bandas criminales que controlan la
minería, narcotráfico, “pranes” que dirigen redes de bandoleros desde las
cárceles, colectivos paramilitares, actividades ilegales de los cuerpos de
“inteligencia” política y militar, han pasado a apropiarse de franjas
crecientes del territorio. Venezuela a veces limita con Colombia, Brasil y
Guyana, y las más de las veces con el bandidaje expandido por la superficie de
lo que una vez fue Venezuela.
Población en estampida. Entre los
que han migrado a otros países y los que desean hacerlo, el país se encoge en
su valor más importante: su gente. Los venezolanos vivimos en trance de
despedida: los que se van, los que se fueron, los que se quieren ir. Es un país
con el pañuelo en banderola, en el puerto, en la despedida o en la espera, con
los ojos aguados, con familias que cuajan en el espacio virtual, por WhatsApp o
por Skype.
Tejido social, económico, social,
político y cultural desintegrado. Las redes de distribución de bienes y
servicios, interrumpidas. Los lazos sociales lastimados. El mundo de la
política de allá y de acá, intoxicado. La cultura en manos de perseguidos,
héroes y sobrevivientes de la hecatombe.
Venezuela no aguanta. Puede que el
Mal triunfe para siempre, pero la Nación ya no existirá.
Carlos Blanco G.
@carlosblancog
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