Si algún mal hemos
padecido en la República desde su nacimiento y hasta nuestros días es la
presencia de figuras históricas que por el imperio de sus ambiciones y sus
actos, distorsionando sus deberes ciudadanos, han logrado erigirse sobre la
nación, prevalidos de sus méritos, abusando de manera inaceptable de sus
posiciones, de la autoridad que ejercieron pretendiendo perpetuar su dominio,
su incuestionable influencia en el destino del país.
El poder no puede
detentarse en forma indefinida y abusiva sin oponerse a la naturaleza de la
democracia que se fundamenta en la alterabilidad política, en la temporalidad
del mandato, en el predominio de la Ley, en el derecho soberano del pueblo de
elegir, autorizar o revocar el poder otorgado mediante la expresión de su libre
voluntad política, el conferimiento o no de la confianza pública de acuerdo al
recto juicio que el mismo haga, de la opinión que se forme de sus gobernantes.
Nuestra dependencia
histórica del caudillo ha sido una desgracia. Pobre es el pueblo que depende de
un hombre. El concepto, el vocablo se asocia de manera constante a personas que
actúan autoritaria y desmedida, impositiva y arbitrariamente. En nuestra
sociedad, el caudillo se ha considerado único, irremplazable y aspira a ser
obedecido y en torno a él se ha fomentado el culto personal irracional y
servil.
En un momento de diáfana
comprensión de la historia, la formación de la oposición política y advertencia
de nuestras descensiones públicas, Antonio Leocadio Guzmán –primero aliado de
Páez y luego enemigo suyo- intervino en el debate doctrinal que formó a Venezuela
luego de 1830 señalando los efectos del hombre necesario, del hombre
indispensable en los siguientes términos:
“El pueblo conoce
vuestros servicios; pero los ve recompensados de una manera superabundante.
Ninguno de los héroes de la patria la ha mandado como vos veintiún años. No
tiene que castigar usurpación; pero ve que vuestras artes os mantienen
perdurablemente en el mando supremo…”. Y además le dice: “Es hastío, señor, es
saciedad lo que siente Venezuela por vuestro agradecimiento. Tiempo es, sin
embargo, si queréis hacer el sacrificio de las pasiones; respetad la opinión
pública; aprended a ver el pueblo como soberano…; dejad alguna vez de mandarnos
y de disponer del mando”.
Nuestra tragedia nos
llevó sin embargo a otros luego de los libertadores. Nuevas generaciones de
déspotas vendrían en medio de las revoluciones y, en especial, después de la
Guerra Federal en cuya sangre vino la proclamación del “Decreto de Garantías”
(1863) pero también el ascenso de Guzmán Blanco y sus aclamaciones continuistas.
Liberarnos del caudillo
y del hombre histórico de turno, del dirigente indispensable, se hace necesario
en la conciencia nacional.
Sustituir al héroe por
el colectivo, a la individualidad por el pueblo, al hombre por el todo
organizado y creador, nos permitiría avanzar y superar antiguas concepciones
enervantes que limitan al país y consagran formas de subordinación inadmisible
en este tiempo moderno que no debe ser otro sino el de la ciudadanía
democrática.
El hombre indispensable
debe quedar atrás.
Jose Félix Díaz Bermúdez
@articulistasred
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