domingo, 25 de noviembre de 2018

JOSE FELIX DIAZ BERMUDEZ, EL HOMBRE INDISPENSABLE


Si algún mal hemos padecido en la República desde su nacimiento y hasta nuestros días es la presencia de figuras históricas que por el imperio de sus ambiciones y sus actos, distorsionando sus deberes ciudadanos, han logrado erigirse sobre la nación, prevalidos de sus méritos, abusando de manera inaceptable de sus posiciones, de la autoridad que ejercieron pretendiendo perpetuar su dominio, su incuestionable influencia en el destino del país.

El poder no puede detentarse en forma indefinida y abusiva sin oponerse a la naturaleza de la democracia que se fundamenta en la alterabilidad política, en la temporalidad del mandato, en el predominio de la Ley, en el derecho soberano del pueblo de elegir, autorizar o revocar el poder otorgado mediante la expresión de su libre voluntad política, el conferimiento o no de la confianza pública de acuerdo al recto juicio que el mismo haga, de la opinión que se forme de sus gobernantes.

Nuestra dependencia histórica del caudillo ha sido una desgracia. Pobre es el pueblo que depende de un hombre. El concepto, el vocablo se asocia de manera constante a personas que actúan autoritaria y desmedida, impositiva y arbitrariamente. En nuestra sociedad, el caudillo se ha considerado único, irremplazable y aspira a ser obedecido y en torno a él se ha fomentado el culto personal irracional y servil.

En un momento de diáfana comprensión de la historia, la formación de la oposición política y advertencia de nuestras descensiones públicas, Antonio Leocadio Guzmán –primero aliado de Páez y luego enemigo suyo- intervino en el debate doctrinal que formó a Venezuela luego de 1830 señalando los efectos del hombre necesario, del hombre indispensable en los siguientes términos:

“El pueblo conoce vuestros servicios; pero los ve recompensados de una manera superabundante. Ninguno de los héroes de la patria la ha mandado como vos veintiún años. No tiene que castigar usurpación; pero ve que vuestras artes os mantienen perdurablemente en el mando supremo…”. Y además le dice: “Es hastío, señor, es saciedad lo que siente Venezuela por vuestro agradecimiento. Tiempo es, sin embargo, si queréis hacer el sacrificio de las pasiones; respetad la opinión pública; aprended a ver el pueblo como soberano…; dejad alguna vez de mandarnos y de disponer del mando”.

Nuestra tragedia nos llevó sin embargo a otros luego de los libertadores. Nuevas generaciones de déspotas vendrían en medio de las revoluciones y, en especial, después de la Guerra Federal en cuya sangre vino la proclamación del “Decreto de Garantías” (1863) pero también el ascenso de Guzmán Blanco y sus aclamaciones continuistas.

Liberarnos del caudillo y del hombre histórico de turno, del dirigente indispensable, se hace necesario en la conciencia nacional.

Sustituir al héroe por el colectivo, a la individualidad por el pueblo, al hombre por el todo organizado y creador, nos permitiría avanzar y superar antiguas concepciones enervantes que limitan al país y consagran formas de subordinación inadmisible en este tiempo moderno que no debe ser otro sino el de la ciudadanía democrática.

El hombre indispensable debe quedar atrás.

Jose Félix Díaz Bermúdez
@articulistasred

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