El asesinato de Abel por
parte de Caín representa la posibilidad que tiene todo ser humano de rechazar
su propia vocación originaria, aquello que le permitiría un desarrollo más
pleno: la fraternidad. Negar esta realidad constitutiva al sujeto humano,
conlleva al rechazo de toda relación positiva y humanizadora que podamos
construir con los demás, como es la responsabilidad ética de cuidar y proteger
a la vida del otro, o asumir la causa de las víctimas más allá de toda
ideología o visión partidista, e incluso una visión de país donde no exista la
exclusión y la discriminación en ningún ámbito.
Por ello, la apuesta por
la fraternidad no es una mera cuestión religiosa. Ella comporta claras
consecuencias para el desarrollo social y el bienestar personal. La revolución
francesa la asumió como un principio clave para la nueva sociedad, pero luego
fue borrada del léxico sociopolítico hasta 1948, cuando fue reconocida en el
primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como
están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los
otros».
El Génesis aporta una
clave fundamental. Considera a la fraternidad como la pregunta radical de la
existencia humana: «¿dónde está tu hermano?». La respuesta de Caín es penosa y
provocadora: «no lo sé, ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).
Representa el sinsabor de quien se desentiende del otro, de quien vive su
cotidianidad con indolencia incluso hasta romper con todo vínculo humano con
tal de justificar su propio fin. Tal actitud desencadena un proceso de
deshumanización que, luego, no tendrá vuelta atrás. Marca un punto de no
retorno.
La fraternidad se puede
reconstruir desde tres prácticas: el trato solidario, el compromiso por la
justicia social y la asunción de la caridad universal. El fin es siempre el
establecimiento de una paz duradera y para todos. Se puede entender como la
puesta en práctica de la reciprocidad humana, lo cual pasa por la superación de
políticas públicas discriminatorias, el rechazo de toda práctica social
excluyente y el cambio de actitudes personales indolentes. Solo así la
fraternidad será un principio generador de paz social, de humanidad, al crear
un equilibrio entre la libertad y la justicia, entre la responsabilidad
personal y la solidaridad social, entre el bien de los individuos y el bien
común.
Hoy en día, tal vez más
que nunca, la fraternidad es una cuestión sociopolítica, de sobrevivencia de
las naciones y de recuperación de la sanidad mental de sus habitantes. Como
recuerda el escritor Zamagni, «una sociedad en la que se ha extinguido el
sentido de la fraternidad es una sociedad insostenible», porque mientras la
solidaridad es el principio de acción social que permite superar la inequidad,
la fraternidad favorece la diversidad y el reconocimiento del otro en el ejercicio
de su libertad. Una sociedad puede ser muy solidaria, pero sin fraternidad
nunca será libre, y la calidad de su condición humana tenderá a ser penosa e
infeliz.
Rafael Luciani
@rafluciani
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