No hace falta ser comunista para reconocer la tristeza
de un centro comercial abarrotado.
Heredé de mi padre una paralizante aversión
a esa siniestra actividad que llaman ir de compras, y cuando la necesidad o la
navidad me empujan al interior de una tienda -donde el arte de la emboscada
alcanza su máximo refinamiento- no me relajo hasta que piso la calle, a menudo
de vacío.
Pero los que detestamos los excesos de la sociedad de consumo debemos
recordar que solo viviendo en una sociedad de consumo podemos detestar sus
excesos. En Caracas nadie escribe sesudos artículos contra la obscena
abundancia de los estantes de los comercios. Se escriben aquí, donde el remilgo
ideológico nace del empacho físico.
No todo el mundo puede matar la ansiedad
leyendo Parerga y Paralipómena de Schopenhauer y deducir con él la inutilidad
del deseo humano. Para el resto de la especie se inventó el libre comercio, que
como saben Smith y Escohotado encuentra a sus enemigos entre los devotos y a
sus apóstoles entre los egoístas.
Sí, la libertad también muere cuando al
consumista lo esclaviza su pasión, pero la lucha contra el consumismo ha de ser
individual. Parece prehistórico invocar virtudes personales a estas alturas de
secularización en Occidente -y de compensatoria divinización de las identidades
colectivas en pie de guerra cultural, que son nuestras guerras de religión-,
pero no se me ocurre otro modo de diferenciar al falso mesías del héroe moral:
el segundo predica con el ejemplo, mientras que al primero le delata su
voluntad de cambiar exclusivamente a los demás.
Todos los revolucionarios
violentos pertenecen a este grupo, el de los farsantes, porque no se hacen
revoluciones para asumir responsabilidades individuales sino precisamente para
escapar de ellas. Para ahogar la insidiosa voz de la conciencia en el tumulto
embriagador. Para renunciar a la propiedad privada... del vecino.
Fue el afán de
consumo lo que derribó el Muro de Berlín. Fue la propiedad la que liberó a las
mujeres de la dependencia de sus maridos. Es la potencia revolucionaria del
capitalismo burgués el que «ha realizado maravillas superiores a las pirámides
de Egipto y ha rescatado a una parte considerable de la población de la idiotez
de la vida rural», por citar no a un odioso globalista de Silicon Valley sino a
Marx y Engels en el Manifiesto.
La verdad que escandaliza a las almas bellas de
la izquierda burbuja es que el Black Friday supone un alivio impagable para el
proletariado. Porque los ricos pueden comprar cualquier día sin mirar el
precio. Porque la razón de la superioridad moral del capitalismo sobre el
comunismo es que uno puede elegir ser austero en una sociedad capitalista, pero
no puede elegir lo que consume en una sociedad comunista.
Jorge Bustos
@JorgeBustos1
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