Como todo, los socialismos totalitarios también
evolucionan, adaptan a los nuevos tiempos las tácticas para quebrar la voluntad
y el espíritu del enemigo -quien aspire ser libre-, los surgidos en el Siglo
XXI adoptan una apariencia de democracia, no necesitan crear guetos amurallados
custodiados por guardias, basta dejar a la oposición algunas alcaldías y
gobernaciones que, vaciadas de presupuesto y competencias, son incapaces de
mantener la calidad de vida y brindar seguridad a sus habitantes quienes son
controlados mediante el Estado policial conformado por los servicios de
inteligencia y los cuerpos armados oficiales y paramilitares del régimen, que
incluyen la delincuencia común; apoyados por los fiscales, los defensores
públicos y los tribunales. Tampoco necesitan bombardear las ciudades para
destruirlas junto con su población, basta con crear una hecatombe económica
mediante el control total de la economía, -divisa, importación, exportación,
producción, precios, otros-; expropiar-expoliar bienes de la población;
desmantelar el servicio de salud pública y ahogar el de salud privada; arruinar
las vías de comunicación y la infraestructura de servicios básicos por falta de
mantenimiento o mantenimiento con materiales de la peor calidad, otros; para
sumir a la población en la incertidumbre, el abatimiento y la desesperanza, por
la carencia de seguridad, recursos económicos, alimentos, medicinas, agua,
electricidad, transporte público y privado, empleos no relacionados con el
régimen, otros.
La guerra convencional es sustituida por una que, no
por ser no convencional, es menos cruenta que aquélla, los relatos de las
innumerables personas encarceladas, torturadas, perseguidas, discriminadas,
arruinadas o sus familiares asesinados por el régimen o fallecido por
inanición, o por ausencia de medicinas o falta de atención médica adecuada no
son menos aterradoras que los ocurridos durante la II Guerra Mundial, solo que,
no se conocen en su dimensión real por haber sido la libertad de expresión
aplastada por el miedo, la desaparición de medios de comunicación
independientes y la propaganda del régimen que crea una realidad virtual, donde
el odio y la mentira dan paso al pensamiento único. En la medida en que se
incrementa el espionaje-delación-represión y se profundiza la miseria moral y
material se intensifica el éxodo.
La legitimidad del régimen se sustenta en las
sistemáticas elecciones no democráticas, la arbitrariedad y el poder represivo
del Estado-partido que lo ejerce con extrema crueldad para anular cualquier
disidencia o intento de restituir la democracia. En caso de que algún Órgano
del Poder Público estuviere en manos de la oposición, sería un Poder sin poder,
sin capacidad de que sus actos sean acatados y ejecutados por las instituciones
del Estado-partido, construido con el adoctrinamiento y la corrupción que
aseguran la lealtad de sus integrantes, que sólo atienden a la nomenclatura totalitaria
que sin límites ni moral exhibe su poder de fuego, en especial cuando se siente
amenazado. A lo anterior se adiciona el narcotráfico y las relaciones con
grupos terroristas.
En un contexto como el descrito pretender el
restablecimiento de la democracia por medios democráticos, exhortaciones al
régimen a respetar el Estado de Derecho, o la aplicación de sanciones que
contribuyan a depauperar más la población que no se libera, no porque no quiere
sino porque no puede, es una utopía. Es hora de que los criterios y mecanismos
para garantizar el respeto de la dignidad de la persona humana también
evolucionen y que la comunidad internacional democrática, para detener la
expansión totalitaria del Siglo XXI que amenaza la democracia en el mundo
entero, en vez de pretender que la población sojuzgada se inmole inútilmente,
enfrenten el poder totalitario con un poder capaz de derrotarlo.
Elinor Montes
@Elinormontes
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