La
llegada el pasado lunes 4 de marzo del presidente interino de Venezuela Juan
Guaidó al Aeropuerto Internacional de Maiquetía estuvo cargada de emoción.
Después
de días llenos de incertidumbre en los que muchos debatían de qué modo el líder
de la oposición lograría regresar a su país, sencillamente lo hizo tal y como
algunos habían apuntado: pasando por la aduana como el resto de los pasajeros
que arribaron del extranjero en un vuelo comercial. El propio agente que lo
recibió, según relató Guaidó, le dio la bienvenida con una sonrisa.
Para
la historia quedan las imágenes de esa llegada triunfal tras el frustrante
episodio del intento de ingresar en territorio venezolano la ayuda humanitaria
que el gobernante Nicolás Maduro prefiere quemar o deshacerse de ella antes que
entregársela a una población que vive sumida en la miseria y sufriendo apagones
masivos.
Rodeado
de una multitud entregada, Guaidó pronunció un discurso claro y sin las
estridencias propias del chavismo, lamentable estilo que impuso Hugo Chávez y
que imita Maduro.
Juan
Guaidó pertenece a una nueva generación que se aparta del modelo histriónico de
la tradicional clase política del país. Su mensaje es transparente y no oculta
en ningún momento que la lucha por salir del sistema fallido que instauró
Chávez es difícil y cuesta arriba.
Es
cierto que cuenta con un amplio respaldo internacional y que, como indica una
reciente encuesta de Datanálisis, si hoy se celebraran unas elecciones limpias,
le ganaría con amplia ventaja a Maduro. Un dato que no debe sorprender, pues la
mayoría de los venezolanos está hastiada de una grave crisis social y económica
que los ha llevado al abismo.
Sin
duda Guaidó representa el cambio y detrás de la fuerza que lo acompaña como una
suerte de Luke Skywalker combatiendo el Imperio del Mal, se encuentra el
andamiaje de un bloque opositor que, dejando atrás las divisiones, arropan a
este dirigente de Voluntad Popular, cuyo líder, Leopoldo López, continúa
silenciado bajo arresto domiciliario.
Tanto
López como María Corina Machado, Henrique Capriles y otras tantas figuras que
llevan dos décadas buscando la manera de desarmar un régimen autoritario hoy se
unen en aupar a este joven político del que apenas sabíamos nada hace unos meses,
antes de que fuera elegido presidente de la Asamblea Nacional y tomara la
antorcha de la resistencia.
Guaidó
no está solo y cada uno de sus movimientos (los acertados y también los
traspiés) están guiados en conjunto por una oposición que en esta ocasión hila
muy fino la estrategia del acoso y derribo del chavismo.
En
la delicada labor de desmontar para facilitar la transición está todo el
entramado del apoyo internacional que se cocina principalmente en Washington y
produce las alianzas que se vieron en Maiquetía, con la presencia de los
embajadores, entre otros, de España, Francia, y Alemania, dispuestos a validar
al presidente interino frente al “usurpador”. No en balde el dirigente chavista
Jorge Arreaza no tardó en nombrar persona non grata al diplomático alemán.
Es
evidente que Maduro y su entorno están más débiles que nunca, cercados por las
crecientes sanciones, el repudio internacional, las movilizaciones callejeras y
el contraste tan dramático entre la imagen de Guaidó —un demócrata con talla de
estadista— y Maduro, un caudillo tropical que baila salsa en la tribuna
mientras la gente hurga en los basureros en busca de comida. Sin embargo, como
suele suceder con los autócratas, el actual gobernante se aferra al poder y
apura la maquinaria que sostiene el enriquecimiento del generalato que hasta
ahora lo secunda.
Por
otro lado, tal y como ha señalado el economista Luis Vicente León, al frente de
Datanálisis, el regreso de Guaidó sin mayores contratiempos a pesar de las
amenazas que pesaban sobre él, indica que podría haber contacto entre el
gobierno, la oposición y hasta intermediarios internacionales para encontrar
salida a la crisis. Nada de lo que ocurrió el pasado lunes fue producto del
azar o de un acto misericordioso con la oposición.
El
presidente interino insiste en que el camino a seguir es pedregoso y la
distancia por recorrer no es una carrera de pocos metros.
Al
cabo de 20 años muchos en Venezuela y también en la diáspora no ocultan su
impaciencia, pero sería festinado colocar sobre los hombros de un solo hombre
el monumental peso que conlleva generar el cambio.
Hoy
por hoy Juan Guaidó es el rostro de la esperanza. Se lo está ganando a pulso.
Gina
Montaner
@ginamontaner.
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