La
civilización es emergente, de orden espontáneo, resultado de la acción pero no
de la voluntad de los hombres. Y está bajo amenaza.
El
socialismo que se declara el heraldo del futuro nos regresó a la noche de los
tiempos.
Al
socialismo, se le detiene le tiempo o conduce al colapso de la civilización. La
civilización es frágil. Es emergente, de orden espontáneo, resultado de la
acción pero no de la voluntad de los hombres. Nos adaptamos al orden impersonal
civilizado y a sus ventajas materiales y morales sin entenderlo, cooperando con
personas a las que ni siquiera llegaremos a conocer. Pero toda civilización
está bajo la amenaza del salvaje que subsiste en cada hombre civilizado, de sus
atávicos anhelos de primitivismo tribal, su ignorante confianza en que los
frutos de la civilización existirían sin respetar las reglas morales del orden
emergente del que surgieron. El salvaje es envidia y resentimiento.
La
civilización puede colapsar y ha colapsado en diversos tiempos y lugares. Una
gran civilización de la edad del bronce colapsó en el mar Egeo cuando un volcán
con la fuerza de varias bombas atómicas hizo erupción en la isla hoy llamada
Santorini. Gran parte de la civilización maya colapsó en dos desastres que
todavía se discute cuanto tuvieron de climáticos, sobreexplotación de recursos
o colapso político y económico. Modestas civilizaciones colapsaron por cambios
naturales a los que no pudieron adaptarse. Avanzadas civilizaciones han
colapsado principalmente por su rechazo al orden espontáneo del que dependían,
como el imperio romano occidental (destruido por el intervencionismo y
destrucción de su moneda). El imperio romano oriental con una economía algo más
sana, resistió varios siglos más.
Reciente
fue el colapso de la totalitaria civilización soviética: una superpotencia
global con los pies de barro de una inviable economía socialista. Inolvidable
fue el acelerado colapso civilizatorio en la Camboya de Pol Pot. Pero todo
socialismo está avocado a negarse a sí mismo –de una u otra forma– o colapsar.
De
ello hablaba con mis vecinos, en medio del colapso del sistema eléctrico
nacional en el socialismo venezolano. Teníamos ya más tres días sin electricidad,
sin teléfonos fijos o móviles, sin agua corriente y sin combustible en las
estaciones de servicio. Apenas recibíamos la limitada información que en radios
de pilas daban escasas estaciones de radio independientes que transmitían lo
poco que sabían. Operaban con plantas de autogeneración y limitado combustible.
Sacábamos agua del tanque de nuestro edificio con un balde atado una larga
cuerda; tendríamos agua a la luz de las velas. Nos sentíamos a medio camino
entre una vieja película post-apocalíptica y otra de la remota antigüedad. Muy
atrás, nuestro improvisado pozo que se secaría muy pronto carecía de
rudimentario cabrestante. El socialismo que se declara el heraldo del futuro
nos regresó a la noche de los tiempos.
La
propaganda del socialismo en el poder habla de sabotaje (algo que pocos creen).
Casi todos recuerdan que alguna vez atribuyeron apagones a iguanas, que sus
ineptitudes las atribuyen a boicots fantasmas. Alguien comentó que los
verdaderos saboteadores fueron los millones que hace 20 años votaron por
Chávez. Razón no le falta. Otro respondía que no, que los saboteadores eran los
que los engañaron, con Chávez a la cabeza. No los engañados. Respondía una
joven que creer que el socialismo funciona no es inocencia sino de estupidez.
Alguien comentó que el socialismo no llegó con Maduro, ni Chávez. Que estaba
aquí, en las empresas del estado, los privilegios y corruptelas de una economía
cada vez menos productiva. El mal tiene al menos cinco décadas entre nosotros.
Tiempos de inflación, devaluaciones y controles de cambios. De esperar todo del
Estado. De mentiras de nuestros intelectuales. El mal se enseñaba en la escuela
y la universidad. El chavismo es el totalitarismo surgido del fracaso de
aquello entre gentes que no entendían las causas, pero sufrían las
consecuencias.
Quienes
así razonan no se han librado completamente del socialismo en sentido amplio.
Pero algo han aprendido de la desgracia. Un colapso nacional del sistema
eléctrico es un síntoma de lo que seguirá fallando en manos de ineptos
empeñados en un imposible. Los socialistas se limitan a racionar lo que son
incapaces de producir en las cantidades que la civilización exige. Alguien que
recordó que hace una década trabajé con un par de grupos interdisciplinarios en
estudios sobre la caída de la producción petrolera y el peligro de colapso del
sistema eléctrico –se producía petróleo con aparente normalidad y no se habían
hecho multimillonarios jóvenes “empresarios” y sus socios en el poder
importando con estratosféricos sobreprecios lo que no funcionó– y me pregunta
que puede haber pasado realmente.
No
soy experto en la materia. Pero escucho a los expertos. Sobre termoeléctricas
muy por debajo de su capacidad. Crecientes problemas de generación y
distribución. Falta inversión y mantenimiento. De sustitución de la ciencia y
la técnica por la consigna y el voluntarismo. Del eventual colapso, del que los
irresponsables a cargo tardarían mucho más tiempo del técnicamente necesario en
salir a medias.
Temían
que cualquier evento difícil de manejar afectara una línea crítica, tras lo que
lógicamente las plantas térmicas que medio funcionan se desconectarían
automáticamente. Pasó, y las plantas de generación distribuida no funcionaron.
O apenas algunas pequeñas que no apoyan al sistema sino exclusivamente a
instalaciones críticas. Después se supo que empezó con un incendio de
subestación una próxima a grandes hidroeléctricas. Tuvimos electricidad
inestable y con picos finalizando el cuarto día de apagón. La falta de
mantenimiento acumulado se evidenció al incendiarse una subestación local y
varios transformadores. En mi rincón de Caracas, me temo seguiremos en la
obscuridad –sea sin energía en absoluto, o con inestable racionamiento
eléctrico– cuando usted lea esto con retraso. Luego, regresaremos a una
normalidad que no es tal. Al racionamiento de cada vez menos.
El
mal es el socialismo, que está haciendo colapsar la civilización en mi país.
Una falla eléctrica catastrófica en una economía capitalista es posible. La
diferencia con una socialista es la capacidad de recuperar rápidamente el
sistema. Tiempo y capital. Viabilidad del propio sistema. Con gran retraso
regresaremos a una normalidad que no es tal. El socialismo es un colapso lento,
inevitable y cruel.
Guillermo
Rodríguez González
@grgdesdevzla
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