Esta es la segunda
entrega de mi artículo Mujabarat, la cual fue anunciada en la primera entrega.
El término Mujabarat que tanto temor infunde en el Medio Oriente, a veces se
usa negativamente, connotando represión, pero es un vocablo sensible y
romántico que nació en la India en el siglo XVIII antes de Cristo. Los
legisladores y hombres de Estado han tomado de ella múltiples reglas para su
acción política y social, y una amplia mayoría del pueblo indio tiene asimilado
esta historia en la vida cotidiana. Los pensadores han desarrollado de ella sus
discursos morales y filosóficos. Sin embargo, algún ciudadano, dictador,
sintiéndose dueño de toda una sociedad, como si de una hacienda de ganado se
tratara, la tomó prestada y le dio una
connotación totalmente contraria.
Hablando de dictadores,
los jóvenes asiáticos han descubierto una nueva manera para derribar esta
perversa plaga; la más parecida a la ideada por Albert Cossery, escritor egipcio, en su novela La violencia y
la burla, que consiste en ridiculizar al tirano. Ellos lo hacen sin violencia a
través de un ordenador. La obra, escrita en 1964, trata de cómo combatir al
tirano, ridiculizándolo. En vez de optar por la revolución armada, un grupo de
jóvenes decide que la mejor forma de derrotar al déspota es utilizar un arma
que no puede combatir: su amor propio. Así pues, los jóvenes comienzan a
publicar panfletos tan aduladores que rozan lo estrambótico.
El problema para las
autoridades es que no pueden hacer nada al respecto. Es un preludio a lo que
hoy se conoce como la Ley de Poe, que a menudo resulta imposible el diferenciar
posturas extremistas pero sinceras de la parodia. En este sentido, los
gobernantes tienen que optar entre permitir la expresión de lo que todo el
mundo sabe que es una sátira del dirigente, o retirar los panfletos y carteles,
reconociendo que es imposible que alguien tenga tan buena opinión de un
Gobierno represor.
En una de las páginas de
la novela se lee: “en una ciudad de Oriente Próximo, un pequeño grupo de
indolentes decide combatir la tiranía de un gobernador grotesco mediante la
burla, volviéndolo más grotesco por exceso de halago. Heykal, nombre ficticio y
amante de la paz y la libertad, el héroe de esta novela, replica al joven
revolucionario identificado como Taher, que responder con la violencia, a la
violencia del tirano es reconocerlo y mostrarle que lo tomas seriamente,
contribuyendo así a su prestigio. Mejor poner al descubierto, mediante la
burla, el aspecto grotesco de su poder y mantenerlo, así, siempre debilitado”.
Para Cossery, el mundo
es un escenario de violencia y falsificación. “La lucha es el leitmotiv de toda
existencia y la forma en la que todas ellas interactúan entre sí. Por su parte,
la mentira es el lubricante necesario y la máscara, el decorado que todos nos
afanamos por levantar para esconder lo que sabemos, para volver presentables y
respetables tanto las acciones que obligamos a los otros a padecer como las que
dirigimos contra nosotros mismos”. Lo que este escritor propone como sistema
inmunológico, como forma de defensa tanto de lo externo como de lo interno, no
es otra cosa que la burla. La risa como iluminación, como el premio de aquellos
que, a través de la lucidez, han comprendido y aceptado las reglas de un juego
cuyo apellido no es otro que tragedia.
Aunque la historia de la
represión no es nada alegre, siempre quedará el hecho de que, aun en el sistema
más despótico, siguen existiendo formas de rebelión. La resistencia pasiva, o
política subalterna, en las palabras del politólogo James Scott, es la mejor
forma de expresión o insurrección cuando no hay espacio para hacerlo a través
de las instituciones tradicionales. La histeria represora que lleva a
conclusiones tan trágicas como algunos casos de regímenes comunistas, también
puede conducir a rebeliones a través de mecanismos como el humor.
Desde la tala de árboles
de las tierras de la corona, como hacían campesinos ingleses en la Baja Edad
Media, a desertar en tiempos de guerra, a cosas tan sencillas como retrasar la
producción, arrastrar los pies o contar chistes, las formas de rebelión informal
son innumerables. Todo ello son formas de protesta que cobran un papel vital
cuando el resto de canales de resistencia deja de existir, y el miedo y la
represión abundan.
No en vano se dice que
la guerra fría fue una de las edades de oro de los chistes en el este de
Europa. Uno de ellos cuenta que, para celebrar el aniversario del régimen
comunista en Polonia, el Politburó le pidió a un artista que pintara un retrato
de la visita de Lenin a Varsovia. Al develarse el cuadro frente a Brezhnev y el
resto de jerarcas, los asistentes se miraron entre sí confundidos, porque el
cuadro solo mostraba a la mujer de Lenin y a Trotsky en la cama. Brezhnev,
airado, increpó al artista: “Oiga, ¿dónde está Lenin?”; la respuesta del pintor
fue: “Lenin está en Varsovia”.
Noel Álvarez
@alvareznv
Noelalvarez10@gmail.com
*Coordinador Nacional
del Movimiento político GENTE
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