Los resultados de las recientes elecciones españolas y la posibilidad de una nueva presidencia en Argentina de la ensoberbecida señora Cristina Fernández Kirchner, más el desenfreno demagógico de Andrés Manuel López Obrador en México, proclaman que el desafío del populismo a la democracia constituye una amenaza inconmensurable.
El populismo son la astucia, la pantallería y la demagogia convertidas en valores fundamentales de la política. El populista quiere ciudadanos obedientes, encandilados por los figurantes, mendigos del Estado, saturados de trivialidad, aturdidos por exceso de información, para poder manipularlos a voluntad.
La política sacrificada en el altar del entretenimiento, crispada, intolerante, pletórica de escándalos y espectáculos, vehiculada en el show mediático y la anarquía digital, es el territorio confortable del populismo.
Siempre estaremos en desventaja frente a la demagogia y la corrupción de los populistas, si no entendemos que la política es una actividad de comunicación directa organizada, que es presencial, de conversación con la gente, de estímulo a su conciencia crítica y de afectividad, en la cual los medios de comunicación social y las redes sociales tienen una inevitable complementariedad, pero no deben ser lo decisivo.
Y es que al lado de la exigencia comunicacional de la política democrática, está la ética, la de servicio público y amor al prójimo, la que obliga a contribuir con la educación ciudadana y por ende, evitar la manipulación y engaño colectivos, los lances de pícaros, el estímulo de la irresponsabilidad popular mediante el soborno social.
El rescate de la democracia venezolana que ya se avizora, la lucidez de los líderes democráticos españoles y de otros países de nuestras querencias, nos obligan a diseñar un nuevo modo de hacer política, centrado en el debate de ideas, consistente, programático y tolerante y a alejarnos de los vicios de ambigüedad del mensaje, narcisismo mediático e irresponsabilidad digital.
Alexis Ortiz
@alexisortizb.
jalexisortiz@gmail.com
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