El asesinato de Eloy Alfaro, probablemente a manos del general Leónidas Plaza, fue un parteaguas. Ambos eran liberales, aquél radical, éste moderado.
“Alfaro vive”, es un lema que surge, desaparece y resurge a compás de la alternancia tensión-violencia, siempre acechantes en Ecuador. La amistad se rompió, Alfaro se alzó en armas contra su antiguo amigo y selló su destino. Por eso se cree que su asesino fue Plaza.
Alfaro era hombre de guerra y de pensamiento. Enemigo de los conservadores dondequiera que gobernaran, fue uno de los artífices de una alianza liberal de fuerte vocación internacional, de la que fueron activos dirigentes el venezolano Cipriano Castro, el ecuatoriano Eloy Alfaro, el colombiano Rafael Uribe, el cubano Antonio Maceo (llamado el titán de bronce) y el nicaragüense José Santos Zelaya. Corrían los primeros años del siglo XX y ya era fácilmente perceptible la fragua de violencia armada animada por Venezuela, Colombia y Ecuador, casualmente los tres Departamentos del gran sueño bolivariano de unidad hispanoamericana. La llamada gran Colombia, nostálgico recuerdo del Libertador, el tenaz y brillante visionario caraqueño.
Demás está decir que de todos aquellos liberales internacionalistas el general Cipriano Castro, dueño del poder en su país desde 1898, predominaba en parte porque sus compañeros lo consideraban conveniente y en parte por su cómico temperamento siempre lanzado a lo grandioso y grandilocuente.
Se fue deslizando la idea que ardía en el corazón de don Cipriano: si el gran proyecto de Bolívar se hacía realidad, el presidente del despertar gran colombiano sería él, el siempre vencedor jamás vencido, hasta que lo fue con poca gloria y mucha pena.
Ecuador, Colombia y Venezuela basculaban entre una paz tensa y una violencia disruptiva. Ecuador no ha salido del todo de doce días de ira inexplicable para quienes no descubran en su pasado las recónditas tensiones que acaban de poner en serio peligro al gobierno democrático de Lenin Moreno. Estos lodos vienen de aquellos polvos.
La cruenta crisis llegó al tope aunque su desenlace no colmado las esperanzas de sus enemigos, quienes empeñados en enrumbar aquel vasto sacudimiento social hacia el derrocamiento de Moreno, hicieron lo que estuvo a su alcance para lograr el premio mayor. El vigoroso activismo de las etnias pareció justificar las más intrépidas aspiraciones. Era de conocimiento público que el movimiento de las etnias ecuatorianas estaba entre los más desarrollados del continente.
En Ecuador como en Venezuela, el precio de la gasolina es irracionalmente reducido. Para justificar la renuencia a cotizaciones más altas se alega que por ser propiedad nacional sería moralmente injusto que el combustible fluyera en condiciones similares a las de los países no petroleros.
Populismo en estado puro, cierto es, pero también es una realidad viva que al final impuso el viraje. Con respaldo del FMI, Moreno derogó el decreto y organizó una mesa técnica muy participativa para elaborar un nuevo decreto de subsidios a combustibles.
La rápida intervención del presidente, según el diario El Comercio de Quito “parecía haber superado la era de las protestas capaces de acabar con la democracia.
Quizá siga la polarización. Dos figuras políticas la encarnan hoy: Rafael Correa y Lenin Moreno. Compartieron el poder hasta que la volcánica ambición de Correa lo llevó a las playas del socialismo siglo XXI. Aprovechó los días turbulentos para bailar en el proscenio mientras Moreno pisaba tierra firme con su inteligente viraje de pulso y sangre fría.
Conclusión: la razón parece haberse impuesto a la pasión desmadrada, la Política a la anti política y Moreno a Correa.
Américo Martín
@AmericoMartin
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