viernes, 5 de junio de 2020

ALFREDO M. CEPERO, CUANDO EL TERRORISMO ES LA ÚLTIMA CARTA

La muerte de George Floyd les ha dado la excusa de utilizar al terrorismo como la última carta marcada de la baraja desprestigiada con que la izquierda demócrata se propone ganar las elecciones de noviembre.

La  izquierda fanática que se ha apoderado de las riendas del Partido Demócrata tiene aún fresca en su mente la paliza que le propinó Donald Trump a Hillary Clinton en las últimas elecciones presidenciales. Por eso desconfían de las encuestas que favorecen a Joe Biden sobre Donald Trump en las elecciones del  próximo mes de noviembre. Saben que en cualquier debate público Trump pulverizaría a un Biden vulnerable por historias de corrupción, contradicciones en posiciones políticas, avances sexuales y, sobre todo, demencia progresiva que se manifiesta cada vez que abre la boca.

Por eso han utilizado la pandemia del coronavirus para mantenerlo en cuarentena permanente y ataviado con una ridícula mascarilla que lo hace aparecer como un perro decrépito que ya ni ladra ni  muerde. De ahí que el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis les haya venido "como anillo al dedo". La muerte de George Floyd les ha dado la excusa de utilizar al terrorismo como la última carta marcada de la baraja desprestigiada con que la izquierda demócrata se propone ganar las elecciones de noviembre.

En realidad, el asesinato de Floyd fue un espectáculo grotesco. Los 8 minutos y 46 segundos del video fueron suficientes para perturbar el juicio y conmover la conciencia de cualquier persona normal. Un espectáculo de esta intensidad trasciende los límites de raza, ideología y partido. En menos de 24 horas la muerte de Floyd se convirtió en un dolor compartido por blancos y  negros, republicanos y demócratas, conservadores y progresistas. Sobre todo cuando la víctima no ofreció resistencia alguna a sus atacantes.

Sin embargo, siguiendo su tradición de oportunismo y mentira, la izquierda no estuvo dispuesta a que la despojaran de un pretexto para atacar a su odiado Donald Trump. De hecho, se ha apoderado del incidente y, en el proceso, ha manchado la memoria de Floyd. En forma casi simultánea millares de personas se lanzaron a las calles de 50 ciudades americanas utilizando la muerte de Floyd como pretexto para saquear negocios y destruir propiedades de personas que nada habían tenido que ver con el asesinato. Lo más irónico, es que la mayoría de esos negocios no eran parte de grandes corporaciones sino eran propiedad de negros y de inmigrantes de clase media.  

Por otra parte, si usted piensa que estas manifestaciones simultaneas en más de 50 ciudades americanas se produjeron en forma espontanea, yo tengo una Estatua de la Libertad en  la bahía de Nueva York que puedo venderle a un precio razonable. Estas marchas se llevaron cabo con una precisión casi militar. Sus principales actores, miembros de organizaciones fascistas como  "Antifa" y "Black Life Matter", viajaron desde otras ciudades con financiamiento proporcionado por fuerzas ocultas. Gente que odia a los Estados Unidos y se proponen transformarlos en forma radical.

Haciendo un poco de historia, los demócratas son los racistas originales. Un racismo que ellos ocultan y que su prensa complaciente no ha estado interesada en condenar. Los demócratas se opusieron con vehemencia a las enmiendas 13, 14 & 15 de la Constitución de los Estados Unidos, las cuales pusieron fin a la esclavitud, dieron a los negros el derecho al proceso debido y el derecho al voto. Al mismo tiempo, los demócratas se opusieron a las leyes de derechos civiles de los años 1866, 1870, 1875 que dieron a los esclavos libertos el derecho a ser propietarios y a firmar contratos; así como protegieron su derecho al voto y a no ser discriminados en instalaciones públicas.

Andando el tiempo, todos esos progresos logrados bajo el auspicio del Partido Republicano condujeron a la elección de un presidente negro, militante nada menos que del Partido Demócrata. Y precisamente, siguiendo la tradición demócrata y haciendo uso de su habilidad personal para la simulación, Barack Hussein Obama ha sido probablemente el presidente más racista en la historia de los Estados Unidos. Su racismo contra los americanos blancos no tiene que ser demostrado porque ha sido manifestado por sus acciones.

En sus primeros cuatro años escondió su animosidad hacia los blancos y se presentó como un moderado sin color y sin raza. Después de su reelección en 2012 se quitó la careta de moderado y gobernó como presidente de los negros americanos. Ya no necesitaba el voto de los blancos para salir reelecto.
Pero su habilidad camaleónica se hace más obvia cuando analizamos sus declaraciones con respecto a disturbios ocasionados por manifestaciones callejeras. Con motivo de los motines de 2016 en la ciudad de Baltimore, siendo aún presidente, Obama exigió "una total transparencia y el castigo de los culpables en la investigación de la muerte del joven negro Freddie Gray".
Hace sólo unos días, con motivo de la muerte de Floyd, Obama habló como militante negro y no como ex presidente. En este caso no pidió transparencia ni exigió castigo para los amotinados. Se limitó a decir: "Debemos tener presente que, para millones de americanos, ser tratados en forma diferente por razón de su raza es trágicamente doloroso y normal." Hay tenemos en total despliegue las dos caras de Barack Obama.

Esos fueron los Estados Unidos heredados por Donald Trump. Una nación convulsionada por la mentira, la corrupción y el odio racial. En una obvia referencia a la política de Richard Nixon, en el curso de su campaña por la presidencia, el candidato Donald Trump prometió que haría respetar el imperio de la ley y mantendría el orden institucional. Ante las circunstancias actuales, no tiene otra alternativa que cumplir su promesa.

Por eso, superponiendo sus palabras al ruido de las turbas frente a la Casa Blanca, el presidente le habló a la prensa en el Jardín de las Rosas. En tal momento manifestó: "Estoy movilizando todos los recursos federales disponibles, tanto civiles como militares, para poner fin a los saqueos y los motines, a la destrucción y los incendios; así como para proteger el derecho de los americanos respetuosos de la ley al ejercicio de la Segunda Enmienda" . Agregó que estaba enviando millares de militares a la capital de la nación para garantizar la paz. Y concluyó: "Lo que estamos viendo no son actos de protesta pacífica sino de terrorismo doméstico". Entonces declaró que "Antifa" sería clasificada como una organización terrorista.

Visto desde otro ángulo, muchos se preguntarán si la seguridad nacional debe ser responsabilidad tanto del partido de gobierno como del partido de oposición. Sin embargo, los líderes demócratas están escondidos y aquellos que hablan se dedican a echar leños al fuego apoyando a los saqueadores y hasta financiándolos con fondos procedentes de la campaña de Biden.  

La otra pregunta que corresponde: ¿Dónde están Barack Obama, Joe Biden, Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Adam Schiff y los gobernadores estatales demócratas a la hora de defender la constitución y la seguridad nacional? Yo tengo la respuesta: Se niegan a confrontar a los amotinados porque esa gentuza son los votos con que cuentan para sacar a Donald Trump de la Casa Blanca.

En conclusión, no podemos esperar milagros de estas pérfidas criaturas del Pantano de Washington. A la hora de defender las leyes e instituciones que han hecho grande a los Estados Unidos, todos estos politiqueros son unos cobardes congénitos. Sin embargo, nadie presume de ser más valiente que los cobardes, más honrado que los ladrones, ni más incluyente que los racistas. Estas palabras describen a la perfección a los Obama, los Clinton, los Biden y a aquellos que integran esta jauría de la ignominia cuyo principal objetivo es la destrucción de los Estados Unidos.

Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
Estados Unidos

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